lunes, 12 de octubre de 2020

UNA FANFARRONADA BASTANTE CARA

 


-¡Dame otra copa de coñac! –le ordenó Tomás al Tío Julio; uno de los muchos taberneros de Torre de don Miguel.

-Ya has bebido bastante Tomás; déjalo, es mejor que te marches a casa, seguro que te está esperando la Juana con los críos. Además más vale que guardes el dinero no sea que lo vayas a necesitar más adelante.

                Tomás era uno más de los números jornaleros reconvertidos  en mineros de Torre de don Miguel que habían pasado de la escasez más absoluta a ganar en un solo día miles de duros.

                Hombre corpulento, Tomás contaba 25 años por aquellas fechas y a pesar de su juventud ya tenía cuatro preciosos retoños. Como muchos otros sabía lo que era trabajar duro desde joven y de igual forma lo que era mendigar un jornal; por eso ahora no daba crédito al maná que brotaba a borbotones de las entrañas de la tierra.

                Al principio guardaba algo del dinero que ganaba; pero luego se dejó arrastrar, como muchos otros, por la dinámica de gastarse lo ganado en el día en vino, licores y excesos; ya que la experiencia le decía que tan sólo se tenía que levantar de nuevo y picar durante todo el día en la mina para bajar, una vez más, con los bolsillos repletos de dinero.

                Aún así la Juana y los niños seguían padeciendo las mismas necesidades de antaño y a ella no le quedaba más remedio que pedir fiado en el comercio y la tahona, a sabiendas de que los comerciantes locales se aprovechaban de gentes como ella; apuntando el género y el pan fiado con el sistema que denominaban popularmente de  tenedor; si compraban un pan el avispado comerciante les apuntaba dos ó tres, según la familia que fuese.

-¿Necesidades, Julio? –preguntó alterado Tomás. Eso lo pasarás Tú que no tienes lo que hay que tener para picar; Yo sólo tengo que levantarme mañana y seguro que gano más que Tú en todo el día detrás de la barra de este cuchitril.

-¡Pues se acabó! –le respondió ofendido el tabernero. A faltar a otro sitio, si no sabes mear aquí tampoco bebes y si no te gusta el sitio ya sabes donde tienes que ir….; a ver si te admiten en el casino de los ricos del pueblo.

                Tomás cogió su hatillo y en tono amenazante y sujetándole la mirada al tabernero con sus ojos vidriosos le retó con un:

-¡Ahora verás!

                Con un andar que evidenciaba su estado etílico salió por la puerta de la taberna; mientras el Tío Julio se asomaba por el ventanuco intrigado por ver que haría semejante individuo.

                Tomás cruzó la plaza de Torre ante la atenta mirada de un joven Luis quien jugaba con sus amigos a las chapas. Finalmente el minero entró en el casino del pueblo; pero al poco rato el camarero del mismo lo sacaba a empujones.

-¡Venga desgraciado muerto de hambre, lárgate de aquí!

-Mi dinero es tan bueno como el de los señoritos –le balbuceó un Tomás cada vez más beodo. Ahora vais a saber todos los de este pueblo quién soy Yo, desgraciados.

                Y caminando hasta el centro de la plaza sacó un puro que acababa de comprar en el casino y colocándoselo en la boca lo encendió usando un billete de quinientas pesetas.

                Aquella noche, como solía ser habitual, la Juana y sus cuatro vástagos tuvieron que repartirse para cenar un chusco de pan y el caldo de una sopa de hierbas recogidas en la orilla de un regato próximo al pueblo.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012    


¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS DE SALVALEÓN?

 


Era una excursión largamente preparada por la pandilla veraniega de Lucía, José, Lourdes y Nacho. Ellos y sus amigos habían planificado durante todo el año hasta el más mínimo detalle. El día que se lo dijeron a sus padres más de una madre puso el grito en el cielo; pero al fin todos consiguieron el visto bueno familiar, aunque muchos padres pensaron que aquello era el inicio de una independencia definitiva de unos hijos que se encontraban ya en plena pubertad.  

                El sitio lo había elegido Fran que era un gran aficionado a la arqueología y conocía de la existencia de las ruinas de la villa de Salvaleón por un libro muy antiguo del historiador Gervasio Velo Nieto que se conservaba en casa de su abuelo Enrique, en Valverde del Fresno. A todos les había parecido estupenda la elección, era un paraje lo suficientemente apartado para que nadie les molestase.

                Llegaron al ocaso de un caluroso día de junio, en pleno de solsticio de verano. Lo que les restaba de luz diurna les dio para montar las tiendas de campaña en el interior de lo que Fran consideraba el recinto amurallado de la antigua ciudad de Salvaleón. Aunque el día había sido extremadamente caluroso, Nacho y José encendieron una pequeña fogata con algunos restos de leña de jaras y escobas que encontraron en los alrededores; para así poder asar unos chorizos y unas salchichas, mientras unos y otros contaban historias de miedo.

                El último relato de terror lo contó Fran que mezcló, como solía ser habitual en él, una historia de miedo con una historia local. El relato en cuestión lo comenzó Fran de la siguiente manera ante la atenta mirada de sus amigos de acampada:

                Salvaleón, ciudad sobre la que nos encontramos, fue destruida hasta sus cimientos en cierta ocasión por las tropas moras antes de que cayese en poder de los cristianos. Estos últimos durante cierto tiempo la volvieron a habitar y la reconstruyeron, hasta que con la derrota de Alarcos de nuevo cayó en manos de los musulmanes, quienes se sorprendieron de verla otra vez en pleno apogeo.

                Con el tiempo las tropas cristianas la asolaron de nuevo y los seguidores del Profeta, ante el miedo de que la población cayese en manos del rey cristiano Alfonso IX, la destruyeron una vez más, arrojando las campanas de su iglesia a las aguas del río Basádiga.

                Mientras la morisma la destruía; las tropas cristianas y las musulmanas se enfrentaron en una encarnizada batalla, quedando los cuerpos, de ambos bandos, insepultos durante décadas. Se dice que los espíritus de aquellos caballeros medievales cada cierto tiempo, en la noche de San Juan para ser más precisos y cuando las campanas que duermen en el río suenan, se despiertan y vagan cuan ánimas en pena por el recinto amurallado de Salvaleón a la espera de que algún mortal dé humana sepultura a sus restos.

                Con el final de la historia de Fran se produjo un silencio sepulcral y nadie quiso decir nada. Un tenso escalofrío les recorrió a todos por el cuerpo, hasta que Nacho rompió ese silencio que se respiraba en el ambiente y dijo:

                -¡Bueno!,  muy chula la historieta de terror de Fran; pero yo creo que ha llegado la hora de irse a dormir, y de un salto se puso en pie y se fue a su tienda de campaña. Todos los demás le imitaron y uno a uno fueron entrando en sus respectivas tiendas de acampar.

                Cuando apenas llevaban una media hora acostados se comenzaron a oír unos ruidos metálicos atronadores. La mayor parte de los excursionistas pensaron que Fran les quería gastar una broma con alguna grabación que hubiese traído; pero cuando se asomaron a la entrada de sus tiendas de campaña y se encontraron con un Fran fuera de sí que recogía todos sus aparejos a toda velocidad, los demás al verle le imitaron. Huyendo todos ellos despavoridos del lugar. En una hora y media escasa estaban de vuelta en Valverde del Fresno, un recorrido que anteriormente habían tardado tres largas horas en recorrer.

 

Relato basado en el libro de Gervasio Velo Nieto Coria la Reconquista de la Alta Extremadura.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 

 


LA LEYENDA DEL HERMAFRODITA DE LA VILLA DE GATA


 


María Miguela llevaba un par de horas sentada a la entrada del Ayuntamiento de Gata esperando que alguien saliese a darle alguna información sobre la revisión médica a la que estaba siendo sometido su novio, el mozo Martín Picado.

                Cercada por la curiosidad de sus vecinos, intentaba parecer lo más tranquila y serena que sus nervios le permitían; aunque a una persona discreta como ella este tipo de situaciones le generaba tal estado de ansiedad que si no fuese por el profundo amor que sentía hacía Martín habría huido de la localidad a la mínima ocasión que tuvo.

                El tiempo parecía no pasar en esa mañana calurosa de un verano, el de 1743, que se prometía convertir en un año horribilis para María y Martín.

                Al fin el chirrido de las bisagras de la puerta principal del Consistorio anunciaron la salida y la decisión de aquellos que se arrogaron el papel de jueces en los lides del amor. María se incorporó aunque le costaba mantener el equilibrio de sus piernas, los nervios le recorrían todo el cuerpo.

                El primero en salir fue el médico cirujano de Acebo quien la miró y con un simple gesto le indicó que el resultado de su exploración médica confirmaba todas las sospechas. María quería que la tierra se la tragase, pero aún así aguantó estoicamente la salida del Provisor y Vicario Capitular, Dº José Marín Palacios, detrás del cual salía su novio Martín.

                El Vicario se giró hacia María y delante de todos los presentes le dijo:

-El médico ha confirmado con su exploración lo que era vox populi en esta villa de Gata, y es que su novio, aquí presente, adolece de una anomalía sexual que le impide procrear; ya que padece de hermafroditismo. Por tanto dispongo, a partir de este preciso instante, que ni Usted ni Martín se vuelvan a ver ni en público ni en privado, bajo amenaza de excomunión y de ello se quedará encargado de dejar constancia por escrito el párroco de esta localidad.

                María sólo fue capaz de emitir un pequeño grito de dolor, todos sus planes e ilusiones se iban al traste en pocos minutos. Buscó con su mirada el rostro de su amado para al menos poder despedirse, pero Martín rehuyó ese encuentro visual, se encontraba avergonzado y se sentía culpable.

-¡Siempre te querré Martín!- al fin pudo gritar libremente María. Mientras Martín seguía, como si de un cordero degollado se tratase, a aquellos que habían decido cual debería ser su conducta sexual y sentimental a partir de ese momento.

 Relato basado en el libro Apuntes históricos acerca de la Villa de Gata, de Marcelino Guerra Hontiveros. Pág. 85.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Abril de 2012

  


PASAR MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA

 



Don Antonio Florido era un individuo todopoderoso en la provincia de Cáceres; como inspector de educación recorría todos los colegios de la provincia para supervisar que las escuelas cumpliesen  la normativa vigente.

                Rechonchete, con unas gafas de carey redondas que le aportaban un aire de intelectualidad y siempre vestido con un traje negro inmaculado su presencia en los centros educativos imponía una tensión al  no siempre fácil mundo del magisterio.

                En cierta ocasión con motivo de su visita a un centro educativo de reciente creación en Sierra de Gata se encontró la escuela completamente vacía; ni los alumnos, ni el maestro se hallaban en la misma y eso que era media mañana. Miró su reloj de bolsillo y se sentó en una  de las  sillas del pasillo mientras apoyaba su cabeza contra la pared. El tiempo transcurría más lento de lo habitual y su paciencia se agotaba a medida que el minutero daba vueltas y vueltas en la esfera de su reloj. Por fin decidió levantarse y yendo de una esquina a la otra del pasillo fue pasando el rato hasta que un enorme griterío se escuchó a la entrada del edificio, eran los alumnos de la escuela que después de un buen rato hacían acto de presencia. Uno a uno fueron pasando delante de él mirándole con cara de extrañeza. El último en aparecer fue D. Serafín, un profesor de escuela rural que había dado tumbos por infinidad de colegios hasta que al final le destinaron a este apartado rincón extremeño.

-¡Hombre ya está usted aquí, ya era hora! ¿Qué ha salido con los alumnos al campo a darles una clase de botánica, imagino?.

                D. Serafín se quedó pálido al verlo, había oído del mal carácter de dicho individuo; por ello decidió contar la verdad más absoluta a riesgo de una sanción, ya le daba todo igual después de tantas vicisitudes pasadas.

-No exactamente, venimos de ir al rebusco.

-¿Al rebusco? –pregunto extrañado D. Antonio.

-Sí, de las minas a buscar restos de mineral para luego venderlo.

-¡Pero….pero….! es Usted un insensato. No sabía que ahora además de profesor Usted se hubiese convertido en minero y encima se lleva a los alumnos, ¿no le da a Usted vergüenza?

-Ninguna Señor, si con mi sueldo de maestro me llegase para vivir no me vería en la necesidad de tener que dedicarme a una tarea que no me agrada lo más mínimo. Y por supuesto si me quiere sancionar haga lo que Usted crea conveniente, pues me liberará totalmente de esta profesión y podré dedicarme plenamente a la otra que me es bastante más lucrativa y así al menos tendré que dejar de escuchar que gano menos que un maestro de escuela.

                D. Antonio movió su característico bigotito Cifesa y después de un largo silencio sentenció:

-Bien las cosas están como están  y tampoco quiero perjudicarle a Usted porque una vez haya tenido que simultanear su profesión con otra para poder llenar la perola de su casa; pero que no me vuelva a enterar que este hecho se repite. Y girándose tomó la dirección hacia la salida dejando perplejo a un Serafín que pensaba que su carrera como docente había finalizado.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Octubre de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS VII


Una paz inusual se había apoderado de toda la población de Acebo y ese ambiente bucólico con el que el invierno de Sierra de Gata lo embriaga todo permitía a los más bizarros actividades económicas tan arriesgadas como el contrabando.

                En esa tarea, como de costumbre, se encontraban de nuevo Emiliano y su cuñado Macario. Esta vez estaban decididos a pasar una buena carga de café portugués y tabaco delante de las mismas narices de las fuerzas de seguridad fronterizas de ambos países.

                Varios días antes, como era usual en ellos, habían planificado la acción en el rincón de un bajo de Acebo que hacía las veces de taberna y cuyo dueño atendía al apelativo de Tío Ratón.          Esa reunión no pasó desapercibida para uno de los muchos soplones con los que la autoridad local contaba en la población; quién al final, nadie sabe muy bien cómo, consiguió enterarse de todo el plan de ambos contrabandistas; informando, éste, en detalle a las fuerzas de seguridad radicadas en la villa de las pretensiones de ambos paisanos.

                Después de dos días desde su salida de Acebo y de haberse internado en tierras portuguesas, Emiliano y Macario se encontraban de vuelta hacia la localidad en la que residían con una preciada mercancía que ya tenía comprador; un comerciante local que, a buen seguro, ganaría una cuantiosa cantidad de dinero con la venta de dicho género en su establecimiento.

                Cuando ambos creían estar a salvo de peligro alguno, y mientras descendían por una de las veredas que atravesaban una zona conocida por el nombre de La Jabonera, aupados a lomos de sus dos poderosas mulas a las que habían fijado la pesada carga, un grito les alertó de que habían sido descubiertos:

-¡Alto a la Guardia Civil!-retumbó entre el silencio de la noche y el a veces esporádico silbido del viento entre las ramas de los árboles.

               Evidéntemente ambos sabían que si les cogían a ellos se jugaban bastante más que si las fuerzas del orden tan sólo decomisaban la carga, por ello decidieron picar espuelas y con su afilados cuchillos cortaron las cuerdas que fijaban la mercancía al lomo de sus mulas. Pero esta vez la Guardia Civil no estaba dispuesta a  dejar escapar a estos dos contrabandistas, detrás de los cuales llevaba mucho tiempo. Para ello los guardias habían diseñado una estratagema que consistía en darles el alto, como habían hecho, una vez se encontrasen en medio de la vereda que conducía al camino vecinal principal, y ante la posible huida de los mismos habían tendido una cuerda de un árbol a otro a lo ancho del camino, que en el caso de una huida al galope, como habían realizado, los desmontaría a ambos de las mulas. Así fue como sucedió tal y como lo habían planeado los agentes; a los pocos metros de su huida al galope un fuerte golpe en el pecho los desmontó a ambos de la grupa de sus mulas, quedando por segundos inconscientes en el suelo.

                Los guardias civiles en ese instante emprendieron una frenética carrera hacia ellos con sus armas cargadas y dispuestos a apretar los gatillos al más mínimo intento de fuga; pero Emiliano y Macario no tardaron en recuperarse y como viejos zorros que conocían el camino que pisaban como la palma de su mano se desvanecieron en la oscuridad de la noche entre la espesura de la vegetación; mientras los guardias civiles disparaban sus armas por donde creían que habían huido sin más resultado que varios cartuchos gastados, dos espléndidas mulas requisadas y el decomiso de una valiosa mercancía  .

                Esa jornada finalizó para Emiliano y Macario con un estrepitoso fracaso, pero afortunadamente ambos habían salvado la vida y evitado su captura, más adelante se ocuparían de averiguar quién les había delatado y sobre todo intentarían recuperar las mulas y parte de la carga.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Agosto de 2012 

 


 

HISTORIAS DE USUREROS, PRESTAMISTAS Y GENTE NECESITADA

 


Emiliano y Felicina llevaban toda la noche sin poder dormir, uno de sus hijos había enfermado de sarampión y las intensas fiebres no le bajaban. El médico del pueblo, que tenía por norma atender a las gentes más humildes de la localidad; aunque no tuviesen dinero para pagarle, les había dicho que era necesario que le administrasen unas medicinas; pero Emiliano llevaba bastante tiempo sin poder cruzar la frontera a Portugal y traer mercancía que pudiese generarle algún ingreso. Además Feliciana había agotado los escasos ahorros que tenía guardados en una pequeña caja de metal que escondía en la alacena de la cocina. Por tanto ni uno ni otro contaban con recursos para adquirir las tan necesitadas medicinas.

-Hay que hacer algo Emiliano, no soportaría que mi niño se muriese porque no hubiésemos podido pagar unas medicinas.

-No sé…….ya no sé de dónde sacar dinero, he agotado todos los recursos, no sé a quién le puedo pedir ayuda –Sentenció un Emiliano apesadumbrado.

-Yo había pensado acudir a la tía Simona. ¿Qué te parece?

-Sabes de sobra que no soy partidario de pedir prestado a esas sanguijuelas,  no son personas serias y a la mínima te la juegan; pero me temo que esta vez no me queda más remedio que resignarme.

                Feliciana tomó su toquilla y esquivando como pudo los charcos que se habían formado en las empedradas calles con la reciente lluvia corrió todo lo que pudo hasta que llegó a la casa de la usurera.  Golpeó con sus nudillos enrojecidos por el frío el portón de la vivienda hasta que detrás de ella se escuchó un vocecilla.

-¿Quiené? –Preguntó una vieja enjuta, cejijunta, con una larga cabellera trenzada que le llegaba hasta la cintura y misteriosamente vestida de negro.

-Soy Yo tía Simona, Felicina; quería hablar con Usted de un asunto -Respondió una joven Feliciana decidida a toda costa a salvar a su retoño.

                La puerta se abrió lentamente y desde el interior Simona le indicó que pasara.

-¿Qué es esi asuntu que te traí hasta mí moza?

-Verá tía Simona –le costó pronunciar a Feliciana. Tengo al más pequeño de mis hijos enfermo de sarampión y Don Cosme ha dicho que para salvarle es necesario que compremos unas medicinas que le curen, pero no tenemos dinero para ello; Emiliano no ha podido cruzar en meses a Portugal y Yo he agotado todos mis ahorros.

-¿Y cuántu os jaci falta?

-Pues con unas cien pesetas sería suficiente. Feliciana aprovechó para pedirle un poco más de lo que costaban las medicinas por si la cosa empeoraba y era necesario llevar al bebé a algún sitio para que lo curasen.

-Esu es muchu dineru pa los tiempus que corrin; ya sabis que cobru de interesis la metá de lo que prestu y que en un mes me lo tenei que devolver.

-Sí, sí, conozco todas las condiciones y las acepto, no se preocupe. Respondió a toda prisa una Felicina impaciente por conseguir el ansiado dinero.

                La tía Simona metió su mano en un bolsillo de su faltriquera y sacó un pequeño pañuelo que desató lentamente y con sus manos temblorosas desenrolló un fajo de billetes dándole a Felicina la cantidad que ésta demandaba.

                Las mujeres se despidieron y a la joven le faltó tiempo para ir a la botica y comprar las necesitadas medicinas. Los días transcurrieron y el dinero se fue evaporando poco a poco; ya que ante la mejoría del bebé el resto del capital se dedicó a cubrir otras necesidades imperiosas de la familia. Parecía que la suerte cambiaba, incluso Emiliano tenía previsto cruzar a Portugal para hacer uno de sus tradicionales negocios y así poder devolverle a la tía Simona los intereses y el dinero prestado. Pero transcurridos quince días desde que éstos recibieron el préstamo la vieja usurera se presentó en casa de Feliciana y Emiliano.

-¡Feliciana, moza! ¿Estás en casa?

-Sí espere un momento, ¿Quién es? –Preguntó dubitativa Feliciana, a quien la voz le sonaba pero no era capaz de ponerle rostro a la misma.

                Cuando Feliciana abrió la puerta y ante ella apareció el rostro de la usurera se quedó pálida; sabía de sobra que esa visita nada bueno podía acarrear.

-Dígame tía Simona, ¿Qué se le ofrece?

-Pues verás moza vengu a que me devuelvas lo que te presté y por supuestu los correspondientis enteresis.

-Pero…… eso no es lo que habíamos hablado –respondió alarmada e indignada la joven. No ha pasado el mes, ¿Cómo quiere que se lo devuelva si yo no he podido vender las puntillas de encaje y Emiliano no ha podido pasar a Portugal.

-Esu no es mi probrema moza, si no tienis el dinero me tendrás que dar algu a cambiu y si no ya sabis al chirolu.

                La vieja no espero la respuesta de una Feliciana afligida y alargando su mano le arrancó del cuello un precioso collar de oro de bellas bolas decoradas con finas filigranas que la tradición orfebre salmantina había popularizado entre las mujeres de este norte de Extremadura. Y mientras lo guardaba en su faltriquera abandonó el lugar dejando a una enmudecida Feliciana que sólo hacía que pensar en la advertencia de su marido.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012 


UNA GENEROSIDAD MAL ENTENDIDA

 


El Tío Vitorio estaba que trinaba; su mujer, la Tía Eleuteria, había agotado su paciencia; lo que empezó siendo un acto de generosidad se había convertido en un derroche sin sentido.

El Tío Vitorio era un afamado pescador de río acebano que había hecho de esta tradición una forma de vida. Con sus trasmallos y con el ambui no había pez, por muy grande que éste fuese, que se le resistiese; ni por muy profundo que fuesen los charcos o por muy inaccesibles que fuesen éstos. 

De los pescadores de Acebo, había varios, era siempre el que más y mejores peces capturaba en los intrincados ríos de Sierra de Gata. Pero esa buena fortuna se trocaba cada vez que llegaba a su casa con las capturas del día. Su mujer, la Tía Eleuteria, tenía por costumbre regalar los mejores peces a vecinos, familiares y amigos, dejando los más pequeños y peores para la venta, por lo que todo el esfuerzo del Tío Vitorio se iba al traste; ya que las ganancias cada vez eran más pequeñas.

El Tío Vitorio nunca le quiso decir nada a su mujer, estaba profundamente enamorado de ella y no le quería dar disgusto alguno, por ello ideó una artimaña para ver si era capaz de hacerla ver en el error en el que estaba incurriendo.

Una mañana, quizás de las más calurosas del verano, le dijo:

-Eleuteria, estoy pensando que sería bueno que hoy me acompañases de pesca.

-¿Y eso?. Preguntó extrañada la generosa mujer.

-Tengo que ir lejos y voy a necesitar algo de ayuda; las pozas donde tengo por costumbre pescar tienen pocos peces este año, y me temo que el ir sería en vano, por ello estoy pensando desplazarme más lejos, a las Potras.

-¿Y no tienes a algún compañero de faena que te acompañe?. Preguntó ella intentando evadir una tarea que intuía que le iba a desagradar.

-Si llamo a alguien para que me acompañe tendré que partir con él las capturas y el día no será nada rentable. Con esa respuesta el Tío Vitorio le dejaba entrever cual era el fin principal de tanto sacrificio.

-¡Bueno……¡, si no queda otro remedio te acompañaré. Respondió con resignación la pobre mujer.

                Una vez que el tío Vitorio preparó todos los aparejos de pesca, le dio a su mujer el covanillo donde iban los ambuis. Él llevaría los trasmallos, que era lo más pesado de todo. La marcha se inició temprano y durante horas anduvieron por veredas y caminos inaccesibles. Una vez en el río le dijo a su esposa que empezase a machacar el ambui y que una vez hechas las bolas las dejase a sol para que se secasen.

                Cuando el tío Vitorio volvió su esposa no paraba de sudar, había conseguido triturar todo el ambui y había hecho unas doce bolas, las suficientes para capturar todos los barbos y bogas de una gran charca que había visto.

Con un gesto le indicó a Eleuteria que le siguiese, una vez en la charca levantaron un par de paredes con los trasmallos y con el tercero, él por una punta y su mujer por la otra, comenzaron a barrer el río. La cesta no paraba de llenarse de peces y Eleuteria le decía a su marido una vez tras otra que ya era bastante, que no iban a poder con tanta pesca; pero el tío Vitorio quería aprovechar este día de fortuna.

                Al final de la jornada habían capturado unos setenta kilos, incluso en los trasmallos había caído algún galápago que era lo que más repulsión le daba a Eleuteria. El tío Vitorio empezó a llenar los sacos, que habían traído, con la pesca obtenida. Una vez llenos le dio el más pequeño a su esposa, portando él el de mayor tamaño. El regreso a Acebo fue una auténtica tortura para Eleuteria.

                Cuando llegaron a la casa el tío Vitorio le dijo a su esposa que fuese a avisar a sus vecinos, familiares y amigos para darles alguno de los peces que habían capturado y así celebrar el éxito de un día tan provechoso. A lo que la Tía Eleuteria, con un desagradable tono de indignación, respondió:

-¡De eso nada¡. Con lo mal que lo he pasado como para regalar ahora el pescado.

                El tío Vitorio se dio la vuelta con una amplia sonrisa en su rostro y con una sensación de satisfacción difícil de explicar; por fin había hecho comprender a su mujer que ellos vivían de ese trabajo y que regalar los frutos de tanto sacrificio en nada les beneficiaba.

 

Fuente Tradición Oral de Acebo.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012