Finalizo un verano de los más atípicos de mi existencia y me adentro en un periodo de tiempo en el que la señal de tráfico que me saluda cada vez que vengo de Jevero me indica que debemos ralentizar nuestro periplo por esta vida, seguir por el camino verde y sortear una curva que se antoja peligrosa si cotinuamos a la actual velocidad.
La situación excepcional nos ha reunido entorno a nuesros orígenes, nos ha hecho revivir un pasado simple en el que el contacto con el medio rural y la naturaleza estaba siempre a nuestro alcance cuando llegaban los meses de vacaciones de verano.
Hemos huido de las ciudades porque nos han advertido que son focos de contagios de una locura pandémica que ha azotado a infinidad de hogares y nos han vendido una vuelta a un medio rural ya extinto que en nada tiene que ver con nuestra niñez.Un medio rural en el que ya nadie siembra, no existe ganado que cuidar y la decadencia se plasma en cada uno de los rincones por los que nos aventuramos.
Una rápida visita de despedida por el sacramental me obliga a dar un insperado saludo a infinidad de conocidos y amigos a los que el barquero Caronte ha ayudado a cruzar la laguna Estigia.
Son muchos los que han quedado en el camino durante este año aciago, que esperemos sea finiquitado lo antes posible por el Dios Cronos.
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