domingo, 18 de octubre de 2020

HACIENDO TURISMO


Una pareja de jóvenes acebanos decidieron un verano invitar a la madre de uno de ellos a un viaje por tierras gallegas. 

La pareja decidió programar una visita a una típica casa de campo gallega, que había sido previamente restaurada para que sirviese de centro de interpretación de cómo vivían las familias galaicas.

Antes de entrar a la casa-museo los jóvenes se encendieron un porro para disfrutar de una manera especial de la visita. A lo largo del trayecto el grupo de visitantes se reunía una y otra vez entorno al guía que iba explicando los objetos que se encontraban en las distintas estancias. A cada explicación la madre acebana que les acompañaba la remataba siempre con la misma frase:

-Igualitu señor que en el mi puebro.

Todos los visitantes sorprendidos y entre chascarrillos en voz baja comentaban la situación tan anecdótica que esa acebana les estaba haciendo vivir. Mientras tanto la jóven pareja, azorados por la situación y devueltos a la realidad de la evasión de la que hasta entonces disfrutaban a la que les había llevado el colocón del peta que se acababan de fumar, intentaban evitar las intervenciones tan llamativas de esta acebana tan singular. Pero la visita siguió y las intervenciones no pararon. El recorrido finalizaba en la cocina de la casa y cuando el guía exlicaba los objetos que allí se encontraban, se detuvo en uno de ellos.

- Y aquí pueden ver las llares que usaban los propietarios de la vivienda

-¡Tó!, pu eso es como en la canción -Puntualizó la acebana

-¿Perdón señora, cómo dice? -Preguntó el guía.

-Pu sí, que eso es como dici la canción. ¿Ondi están las llavis matarili,rilelon?

Los acompañantes de la visita que habían contenido las risas durante todo el trayecto explotaron en una carcajada conjunta que indujo a la pareja, una vez finalizado el recorrido, a encenderse un peta más grande que el anterior para intentar asimilar la situación tan subrealista que les había hecho vivir su familiar.

Autor: CHUCHI del Azevo

Octubre  2020


*Esta anécdota, totalmente verídica,  me la contó este agosto covid-estival en la terraza del Trébedes la hija de esta acebana universal a la que yo tengo un aprecio especial.

 

 

miércoles, 14 de octubre de 2020

ENSABANAOS

 


Nadie, o casi nadie los ha visto y sin embargo forman parte de la tradición oral de algunas localidades de nuestra comarca.

Según lo que ha llegado hasta nuestros días los Ensabanaos eran personas que en un momento dado habrían realizado alguna promesa de carácter religiosa por algún motivo desconocido.

Oculta la personalidad de estos penitentes bajo una gran sábana blanca, y guiados en la oscuridad de la noche por la luz de un pequeño farol, a la vez que se protegían con un gran bastón o porra, estos personajes anónimos se dedicaban a recorrer algunas calles de los núcleos urbanos evitando encontrarse con sus convecinos, hasta llegar al destino fijado en su penitencia.

            Si en algún momento alguien intentaba identificarles ellos defendían su anonimato con todos los medios a su alcance; por este motivo, y por el secretismo que les envolvía, la mala fama pronto se cebó en ellos.

Por lo general solían aparecer en épocas de grandes celebraciones religiosas o en fechas de gran exacerbación católica.

Esta figura de un gran valor antropológico está muy cercana a todos esos ritos y rituales que se viven durante la Semana Santa por lo que se podría decir que el Ensabanao es un personaje de transición cercano a los Nazarenos de las procesiones religiosas de Semana Santa.   

Su figura también sirvió para atemorizar a mujeres y niños, al igual que se hacía con otros seres de nuestra mitología serragatina.

Se cuenta la anécdota de un tabernero de una población de la comarca que en un momento de descanso, en una noche estival de las fiestas patronales de agosto, fue interrumpido su estancia en el mundo de Morfeo por la aparición en su local de dos Ensabanaos. Debió ser tal el susto que se llevó este trabajador del Dios Baco que estuvo a punto de caerse de la silla en la que dormitaba; una vez recuperado de tan traumática visión desempolvó su escopeta de caza y salió como un poseso por las calles de la localidad para dar caza a uno de esos ejemplares de esa mítica especie serragatina, que a buen seguro sería digno de estar en su sala de trofeos.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Acebo 2009

 


lunes, 12 de octubre de 2020

EL ENCAJE DE BOLILLOS ACEBANO EN LAS HEMEROTECAS

 



Como algo inherente a la naturaleza de los acebanos se encuentra el encaje de bolillos. Artesanía de una finura exquisita y tejida por unas manos de paciencia infinita. Durante siglos los encajes de Acebo sirvieron para adornar los vestidos de las damas de la alta sociedad y de una burguesía incipiente. No en vano la pericia comercial de los acebanos les llevó a venderle este tipo de tejidos a la mismísima Reina de España.

            De estas dotes comerciales de la sociedad acebana, que algunos atribuyen al pasado semita de los habitantes de esta localidad serragatina, se hicieron eco los más prestigiosos periódicos, que circulaban por las tertulias de los cafés de la capital de España. Como fue el caso del amplio monográfico que publicó el diario Nuevo Mundo el trece de marzo de 1915, en el que se hablaba de la gran calidad de los encajes de bolillos de Acebo, y de la labor comercial de las gentes de esta localidad.

            En un extenso poema, de un tal Azabeño, publicado en el diario Tierra Charra el 23 de marzo de 1930 nº 129, se hablaba así de los encajes de bolillos de Acebo y de las acebanas:

 

….Adiós, niñas del Acebo,

Casi todas encajeras,

Que tomáis ricas naranjas

Paseando por güertas

De mi parte le diréis

A la Máxima y la Pepa

Que me manden naranjitas

Naranjitas de las buenas….

 

Empero el diario que más trató sobre los encajes de bolillos fue el diario ABC, que el 30 de mayo de 1940 iniciaba una serie de artículos sobre el encaje de esta población extremeña, que con el tiempo se convertirían en uno de los máximos atractivos de cualquier muestra de artesanía que se celebrase en España: Mercado de Artesanía de Cáceres (artículo del 16/11/1955), Cáceres en Madrid (artículo del 13/06/1956), Cáceres Artesanía Extremeña (artículo del 23/06/1963), Cáceres los trabajos de los Artesanos (artículo del 08/06/1964), Cáceres Exposición de Artesanía Provincial (artículo del 07/12/1969), Acebo Capital de los Encajes de Bolillos (artículo de 04/03/1973), La Lencería  Popular Extremeña, Objeto de una Exposición en Plasencia (artículo del 26/05/1974).

La Revista Temas Españoles dedicó su monográfico de 1956 a un divulgativo reportaje sobre los bordados y encajes españoles, en el citado número el encaje de Acebo tenía un apartado especial.

El diario Hoy y el Periódico de Extremadura también se han preocupado por esta artesanía a lo largo de toda su actividad informativa. Pero quizás el reportaje más interesante, desde el punto de vista histórico-informativo, fue el que escribió Koldo Gorospe en la Revista Ibérica en el año I/nº 5-10/98; en el citado artículo entrevistó, de una manera exhaustiva, a la encajera Carmen Seco Lázaro; la cual describió al periodista todo el proceso de elaboración de las famosas puntillas de encaje; así como los utensilios que se empleaban en la elaboración de las mismas.

Otro de los periódicos que trató la temática del encaje de bolillos de Acebo fue La Crónica de Sierra de Gata que en su nº 2 de 2008, y bajo el título Magia entre los Dedos,  publicó un bello cuento escrito por su Directora.

El punto nacionalista lo puso La Voz de Galicia que el 5 de febrero de 2010 aseguraba, en otro ilustrativo trabajo, como las mujeres de Camariñas habían llevado el encaje de bolillos a la Extremadura del siglo XVI; cuando, según la tradición oral, los canteros gallegos construyeron la iglesia de Acebo.

Como se puede observar el encaje de bolillos de Acebo ha sido fuente periodística de los más diversos medios escritos que han existido en la España contemporánea.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Marzo 2012


¿UNA LEONA EN SIERRA DE GATA?

 


Don Gaspar Revuelta había  llegado al café-casino de Payo hacía un buen rato , se sentó en una mesa cerca de una de las ventanas que daban a la calle; mientras La Julia le traía su habitual café de puchero portugués con la copita de aguardiente y el ejemplar del diario ABC que recibían siempre a esa hora de la mañana. Comenzó  a ojear el periódico, leyendo los titulares de las noticias hasta que por fin se detuvo en la sección de sucesos que era la parte de la prensa que más le gustaba.

                Había finalizado las clases en la escuela hacía un buen rato. El día había sido un poco estresante; Juanito, el hijo de la Tomasa que era el alumno más revoltoso que tenía, le había amargado toda la mañana y a pesar de haberle dado varios capones en la cabeza y castigado en cruz de cara a la pared ya no pudo controlar al resto de los alumnos que habían imitado a su compañero de aula.

                Por fin apuró la copa de aguardiente, cerró el periódico, se levantó y dirigiéndose a la barra golpeó ésta con el canto de una moneda de cinco pesetas para advertir a la Julia que le cobrase.

-¿Qué…ya de regreso, Don Gaspar?

-Pues sí Julia, ya es hora de llegar a casa y olvidarme del día que me han dado esos diablos; sobre todo el puñetero Juanito, no hay quien lo meta en cuerda derecha.

-¡Bueno Don Gaspar, si es un niño! ¿Qué quiere Usted? Si tenían que estar por ahí jugando y se pasan el día encerrados.

-Ya pero tienen que aprender lo máximo posible ya que el mundo es cada vez más complicado y les van a exigir mucho. Bueno Julia, lo dicho, hasta mañana. 

-Hasta Mañana D. Gaspar y conduzca con cuidado.

-Venga, nos vemos mañana, gracias.

                D. Gaspar caminó hasta su viejo seat 600 que siempre dejaba aparcado cerca de la escuela. Le costó varios minutos arrancarlo; quizás porque el pobre ya llevaba varios miles de kilómetros recorridos con sus ruedas.

                El trayecto por la carretera que cruzaba íntegramente el Puerto de Santa Clara se le volvía monótono; siempre el mismo paisaje anodino que no le aportaba nada, como le sucedía con su aburrido trabajo. Su conducción se fue relajando mientras su mente se evadía con pensamientos gratificantes para él; era la parte del día que más le gustaba, perderse en historias alucinantes que le permitían ser y estar donde le apeteciese.

                De repente a la salida de una de las curvas de esa carretera apareció ante él la silueta de un animal, justo en medio del pavimento. Instintivamente pisó a fondo el pedal del freno, el coche se detuvo bruscamente; mientras un rugido ensordecedor espantó a los pájaros que se encontraban en las copas de los árboles. Don Gaspar se quedó gélido al observar delante de su vehículo lo que él creía que era una leona, no se atrevió a apearse del auto; aunque inconscientemente cerró la ventanilla del mismo. El animal rápidamente abandonó la carretera y se internó en la frondosidad del bosque.

                Al instante Don Gaspar arrancó de nuevo el vehículo, esta vez lo consiguió al primer intento, y pisando a fondo el acelerador emprendió una rápida huida; aquello que acababa de ver era una magnífica y esbelta leona en plena Sierra de Gata. ¿Quién había podido traer a ese animal hasta allí?, ¿cómo podía andar suelto un animal tan peligroso por aquellas tierras? Las preguntas le  bloqueaban, no era capaz de pensar; sin darse cuenta al cabo de una media hora se encontraba frente a las puertas del Cuartel de la Guardia Civil de Hoyos, el subconsciente le había llevado hasta allí para denunciar el asombroso encontronazo.

                La noticia rápidamente corrió como la pólvora por los pueblos de la Comarca. En los días siguientes las partidas de voluntarios para dar caza a tan exótico animal se convirtieron en multitudinarias; surgiendo versiones para todos los gustos: que si se había escapado de un circo, que si era el animal de compañía de un veterano portugués de la guerra de Angola, etc, etc. aunque al final se confirmó que lo que vio el excelso maestro Don Gaspar no fue ni más, ni menos que un perro de grandes dimensiones.

 Relato basado en la noticia publicada en el diario ABC el 25 de junio de 1969

Autor: CHUCHI del Azevo

Noviembre de 2012 


UNA HISTORIA DE SAN MARTÍN DE LOS VINOS


Una espesa niebla se había apoderado de San Martín de Trevejo desde bien temprano. Había ido descendiendo lentamente por el Puerto de Santa Clara, extendiéndose por el Castañar de los Ojestos hasta cubrir en su totalidad todas las calles de San Martín. A la niebla se le había unido una lluvia mohina que incrementaba la sensación de humedad del ambiente. El toque final a los sentidos lo aportaba el olor a leña de encina que salía por las chimeneas de unas casas especialmente diseñadas para este clima serrano.

                A pesar del ambiente los hombres y mujeres mañegas no habían descuidado sus quehaceres. Uno de ellos era el Tío Felipe que en su fragua aparentaba ser el mítico Vulcano y entre chispas y martilleos en su yunque daba forma a los más indómitos hierros.

                El tío Felipe tenía por costumbre hacer un breve receso a media mañana en su trabajo para acudir a una de las muchas boigas de vinos y así refrescar el gaznate abrasado por el calor de la fragua.

                Su mujer le recordaba insistentemente que el vino y las mujeres extraviaban los sentidos; pero él sabía que su mujer ser refería al vino y las mujeres malas.

                Ese día la visita y la corrobra se estaban prolongando más de lo normal, quizás porque ese tiempo melancólico invitaba a ello. La mujer del Tío Felipe preocupada ante la larga ausencia de su marido decidió personarse en la boiga y asomándose desde la puerta de ésta les soltó a los del interior:

-¡Ya está bien de tantos vinos!, ¡Ya se podían acabar!

                A lo que su marido, el tío Felipe, contestó sarcásticamente:

-A eso andamos, mujer, a eso andamos.

                Ante tal contestación ella decidió irse y los parroquianos de la boiga continuar degustando los caldos del Dios Baco.

                Las horas pasaban y el tío Felipe y sus amigos continuaban con un vinito tras otro; al mismo tiempo que los ánimos de su mujer se encendían cada vez más, hasta que ésta ya no lo pudo aguantar y se dirigió de nuevo a la boiga. Con los pies mojados por esa lluvia cadenciosa y por pisar esos regatatillos de agua tan típicos de San Martín que recorren unas calles empinadas y que con esa niebla eran difíciles de predecir llegó a la boiga; pero esta vez se decidió a entrar. Una vez en el interior, y sin articular la más mínima palabra, cogió la botella de vino y la rompió contra el suelo saliendo a continuación de la boiga. Mientras el Tío Felipe, ya desde la puerta y para que le escuchase su mujer que iba dando algún que otro traspiés por la calle, le dijo al tabernero:

-Bueno, José, ya sabes nuestro refrán: el que rompe paga.

                De esta manera acabó un curioso día de vinos en la población mañega que hace siglos tuvo por nombre San Martín de los Vinos.

 

Relato basado en el libro Coria y Sierra de Gata, Paisajes Milenarios de Domingo Frades.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012         


 

UNA FANFARRONADA BASTANTE CARA

 


-¡Dame otra copa de coñac! –le ordenó Tomás al Tío Julio; uno de los muchos taberneros de Torre de don Miguel.

-Ya has bebido bastante Tomás; déjalo, es mejor que te marches a casa, seguro que te está esperando la Juana con los críos. Además más vale que guardes el dinero no sea que lo vayas a necesitar más adelante.

                Tomás era uno más de los números jornaleros reconvertidos  en mineros de Torre de don Miguel que habían pasado de la escasez más absoluta a ganar en un solo día miles de duros.

                Hombre corpulento, Tomás contaba 25 años por aquellas fechas y a pesar de su juventud ya tenía cuatro preciosos retoños. Como muchos otros sabía lo que era trabajar duro desde joven y de igual forma lo que era mendigar un jornal; por eso ahora no daba crédito al maná que brotaba a borbotones de las entrañas de la tierra.

                Al principio guardaba algo del dinero que ganaba; pero luego se dejó arrastrar, como muchos otros, por la dinámica de gastarse lo ganado en el día en vino, licores y excesos; ya que la experiencia le decía que tan sólo se tenía que levantar de nuevo y picar durante todo el día en la mina para bajar, una vez más, con los bolsillos repletos de dinero.

                Aún así la Juana y los niños seguían padeciendo las mismas necesidades de antaño y a ella no le quedaba más remedio que pedir fiado en el comercio y la tahona, a sabiendas de que los comerciantes locales se aprovechaban de gentes como ella; apuntando el género y el pan fiado con el sistema que denominaban popularmente de  tenedor; si compraban un pan el avispado comerciante les apuntaba dos ó tres, según la familia que fuese.

-¿Necesidades, Julio? –preguntó alterado Tomás. Eso lo pasarás Tú que no tienes lo que hay que tener para picar; Yo sólo tengo que levantarme mañana y seguro que gano más que Tú en todo el día detrás de la barra de este cuchitril.

-¡Pues se acabó! –le respondió ofendido el tabernero. A faltar a otro sitio, si no sabes mear aquí tampoco bebes y si no te gusta el sitio ya sabes donde tienes que ir….; a ver si te admiten en el casino de los ricos del pueblo.

                Tomás cogió su hatillo y en tono amenazante y sujetándole la mirada al tabernero con sus ojos vidriosos le retó con un:

-¡Ahora verás!

                Con un andar que evidenciaba su estado etílico salió por la puerta de la taberna; mientras el Tío Julio se asomaba por el ventanuco intrigado por ver que haría semejante individuo.

                Tomás cruzó la plaza de Torre ante la atenta mirada de un joven Luis quien jugaba con sus amigos a las chapas. Finalmente el minero entró en el casino del pueblo; pero al poco rato el camarero del mismo lo sacaba a empujones.

-¡Venga desgraciado muerto de hambre, lárgate de aquí!

-Mi dinero es tan bueno como el de los señoritos –le balbuceó un Tomás cada vez más beodo. Ahora vais a saber todos los de este pueblo quién soy Yo, desgraciados.

                Y caminando hasta el centro de la plaza sacó un puro que acababa de comprar en el casino y colocándoselo en la boca lo encendió usando un billete de quinientas pesetas.

                Aquella noche, como solía ser habitual, la Juana y sus cuatro vástagos tuvieron que repartirse para cenar un chusco de pan y el caldo de una sopa de hierbas recogidas en la orilla de un regato próximo al pueblo.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012    


¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS DE SALVALEÓN?

 


Era una excursión largamente preparada por la pandilla veraniega de Lucía, José, Lourdes y Nacho. Ellos y sus amigos habían planificado durante todo el año hasta el más mínimo detalle. El día que se lo dijeron a sus padres más de una madre puso el grito en el cielo; pero al fin todos consiguieron el visto bueno familiar, aunque muchos padres pensaron que aquello era el inicio de una independencia definitiva de unos hijos que se encontraban ya en plena pubertad.  

                El sitio lo había elegido Fran que era un gran aficionado a la arqueología y conocía de la existencia de las ruinas de la villa de Salvaleón por un libro muy antiguo del historiador Gervasio Velo Nieto que se conservaba en casa de su abuelo Enrique, en Valverde del Fresno. A todos les había parecido estupenda la elección, era un paraje lo suficientemente apartado para que nadie les molestase.

                Llegaron al ocaso de un caluroso día de junio, en pleno de solsticio de verano. Lo que les restaba de luz diurna les dio para montar las tiendas de campaña en el interior de lo que Fran consideraba el recinto amurallado de la antigua ciudad de Salvaleón. Aunque el día había sido extremadamente caluroso, Nacho y José encendieron una pequeña fogata con algunos restos de leña de jaras y escobas que encontraron en los alrededores; para así poder asar unos chorizos y unas salchichas, mientras unos y otros contaban historias de miedo.

                El último relato de terror lo contó Fran que mezcló, como solía ser habitual en él, una historia de miedo con una historia local. El relato en cuestión lo comenzó Fran de la siguiente manera ante la atenta mirada de sus amigos de acampada:

                Salvaleón, ciudad sobre la que nos encontramos, fue destruida hasta sus cimientos en cierta ocasión por las tropas moras antes de que cayese en poder de los cristianos. Estos últimos durante cierto tiempo la volvieron a habitar y la reconstruyeron, hasta que con la derrota de Alarcos de nuevo cayó en manos de los musulmanes, quienes se sorprendieron de verla otra vez en pleno apogeo.

                Con el tiempo las tropas cristianas la asolaron de nuevo y los seguidores del Profeta, ante el miedo de que la población cayese en manos del rey cristiano Alfonso IX, la destruyeron una vez más, arrojando las campanas de su iglesia a las aguas del río Basádiga.

                Mientras la morisma la destruía; las tropas cristianas y las musulmanas se enfrentaron en una encarnizada batalla, quedando los cuerpos, de ambos bandos, insepultos durante décadas. Se dice que los espíritus de aquellos caballeros medievales cada cierto tiempo, en la noche de San Juan para ser más precisos y cuando las campanas que duermen en el río suenan, se despiertan y vagan cuan ánimas en pena por el recinto amurallado de Salvaleón a la espera de que algún mortal dé humana sepultura a sus restos.

                Con el final de la historia de Fran se produjo un silencio sepulcral y nadie quiso decir nada. Un tenso escalofrío les recorrió a todos por el cuerpo, hasta que Nacho rompió ese silencio que se respiraba en el ambiente y dijo:

                -¡Bueno!,  muy chula la historieta de terror de Fran; pero yo creo que ha llegado la hora de irse a dormir, y de un salto se puso en pie y se fue a su tienda de campaña. Todos los demás le imitaron y uno a uno fueron entrando en sus respectivas tiendas de acampar.

                Cuando apenas llevaban una media hora acostados se comenzaron a oír unos ruidos metálicos atronadores. La mayor parte de los excursionistas pensaron que Fran les quería gastar una broma con alguna grabación que hubiese traído; pero cuando se asomaron a la entrada de sus tiendas de campaña y se encontraron con un Fran fuera de sí que recogía todos sus aparejos a toda velocidad, los demás al verle le imitaron. Huyendo todos ellos despavoridos del lugar. En una hora y media escasa estaban de vuelta en Valverde del Fresno, un recorrido que anteriormente habían tardado tres largas horas en recorrer.

 

Relato basado en el libro de Gervasio Velo Nieto Coria la Reconquista de la Alta Extremadura.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 

 


LA LEYENDA DEL HERMAFRODITA DE LA VILLA DE GATA


 


María Miguela llevaba un par de horas sentada a la entrada del Ayuntamiento de Gata esperando que alguien saliese a darle alguna información sobre la revisión médica a la que estaba siendo sometido su novio, el mozo Martín Picado.

                Cercada por la curiosidad de sus vecinos, intentaba parecer lo más tranquila y serena que sus nervios le permitían; aunque a una persona discreta como ella este tipo de situaciones le generaba tal estado de ansiedad que si no fuese por el profundo amor que sentía hacía Martín habría huido de la localidad a la mínima ocasión que tuvo.

                El tiempo parecía no pasar en esa mañana calurosa de un verano, el de 1743, que se prometía convertir en un año horribilis para María y Martín.

                Al fin el chirrido de las bisagras de la puerta principal del Consistorio anunciaron la salida y la decisión de aquellos que se arrogaron el papel de jueces en los lides del amor. María se incorporó aunque le costaba mantener el equilibrio de sus piernas, los nervios le recorrían todo el cuerpo.

                El primero en salir fue el médico cirujano de Acebo quien la miró y con un simple gesto le indicó que el resultado de su exploración médica confirmaba todas las sospechas. María quería que la tierra se la tragase, pero aún así aguantó estoicamente la salida del Provisor y Vicario Capitular, Dº José Marín Palacios, detrás del cual salía su novio Martín.

                El Vicario se giró hacia María y delante de todos los presentes le dijo:

-El médico ha confirmado con su exploración lo que era vox populi en esta villa de Gata, y es que su novio, aquí presente, adolece de una anomalía sexual que le impide procrear; ya que padece de hermafroditismo. Por tanto dispongo, a partir de este preciso instante, que ni Usted ni Martín se vuelvan a ver ni en público ni en privado, bajo amenaza de excomunión y de ello se quedará encargado de dejar constancia por escrito el párroco de esta localidad.

                María sólo fue capaz de emitir un pequeño grito de dolor, todos sus planes e ilusiones se iban al traste en pocos minutos. Buscó con su mirada el rostro de su amado para al menos poder despedirse, pero Martín rehuyó ese encuentro visual, se encontraba avergonzado y se sentía culpable.

-¡Siempre te querré Martín!- al fin pudo gritar libremente María. Mientras Martín seguía, como si de un cordero degollado se tratase, a aquellos que habían decido cual debería ser su conducta sexual y sentimental a partir de ese momento.

 Relato basado en el libro Apuntes históricos acerca de la Villa de Gata, de Marcelino Guerra Hontiveros. Pág. 85.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Abril de 2012

  


PASAR MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA

 



Don Antonio Florido era un individuo todopoderoso en la provincia de Cáceres; como inspector de educación recorría todos los colegios de la provincia para supervisar que las escuelas cumpliesen  la normativa vigente.

                Rechonchete, con unas gafas de carey redondas que le aportaban un aire de intelectualidad y siempre vestido con un traje negro inmaculado su presencia en los centros educativos imponía una tensión al  no siempre fácil mundo del magisterio.

                En cierta ocasión con motivo de su visita a un centro educativo de reciente creación en Sierra de Gata se encontró la escuela completamente vacía; ni los alumnos, ni el maestro se hallaban en la misma y eso que era media mañana. Miró su reloj de bolsillo y se sentó en una  de las  sillas del pasillo mientras apoyaba su cabeza contra la pared. El tiempo transcurría más lento de lo habitual y su paciencia se agotaba a medida que el minutero daba vueltas y vueltas en la esfera de su reloj. Por fin decidió levantarse y yendo de una esquina a la otra del pasillo fue pasando el rato hasta que un enorme griterío se escuchó a la entrada del edificio, eran los alumnos de la escuela que después de un buen rato hacían acto de presencia. Uno a uno fueron pasando delante de él mirándole con cara de extrañeza. El último en aparecer fue D. Serafín, un profesor de escuela rural que había dado tumbos por infinidad de colegios hasta que al final le destinaron a este apartado rincón extremeño.

-¡Hombre ya está usted aquí, ya era hora! ¿Qué ha salido con los alumnos al campo a darles una clase de botánica, imagino?.

                D. Serafín se quedó pálido al verlo, había oído del mal carácter de dicho individuo; por ello decidió contar la verdad más absoluta a riesgo de una sanción, ya le daba todo igual después de tantas vicisitudes pasadas.

-No exactamente, venimos de ir al rebusco.

-¿Al rebusco? –pregunto extrañado D. Antonio.

-Sí, de las minas a buscar restos de mineral para luego venderlo.

-¡Pero….pero….! es Usted un insensato. No sabía que ahora además de profesor Usted se hubiese convertido en minero y encima se lleva a los alumnos, ¿no le da a Usted vergüenza?

-Ninguna Señor, si con mi sueldo de maestro me llegase para vivir no me vería en la necesidad de tener que dedicarme a una tarea que no me agrada lo más mínimo. Y por supuesto si me quiere sancionar haga lo que Usted crea conveniente, pues me liberará totalmente de esta profesión y podré dedicarme plenamente a la otra que me es bastante más lucrativa y así al menos tendré que dejar de escuchar que gano menos que un maestro de escuela.

                D. Antonio movió su característico bigotito Cifesa y después de un largo silencio sentenció:

-Bien las cosas están como están  y tampoco quiero perjudicarle a Usted porque una vez haya tenido que simultanear su profesión con otra para poder llenar la perola de su casa; pero que no me vuelva a enterar que este hecho se repite. Y girándose tomó la dirección hacia la salida dejando perplejo a un Serafín que pensaba que su carrera como docente había finalizado.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Octubre de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS VII


Una paz inusual se había apoderado de toda la población de Acebo y ese ambiente bucólico con el que el invierno de Sierra de Gata lo embriaga todo permitía a los más bizarros actividades económicas tan arriesgadas como el contrabando.

                En esa tarea, como de costumbre, se encontraban de nuevo Emiliano y su cuñado Macario. Esta vez estaban decididos a pasar una buena carga de café portugués y tabaco delante de las mismas narices de las fuerzas de seguridad fronterizas de ambos países.

                Varios días antes, como era usual en ellos, habían planificado la acción en el rincón de un bajo de Acebo que hacía las veces de taberna y cuyo dueño atendía al apelativo de Tío Ratón.          Esa reunión no pasó desapercibida para uno de los muchos soplones con los que la autoridad local contaba en la población; quién al final, nadie sabe muy bien cómo, consiguió enterarse de todo el plan de ambos contrabandistas; informando, éste, en detalle a las fuerzas de seguridad radicadas en la villa de las pretensiones de ambos paisanos.

                Después de dos días desde su salida de Acebo y de haberse internado en tierras portuguesas, Emiliano y Macario se encontraban de vuelta hacia la localidad en la que residían con una preciada mercancía que ya tenía comprador; un comerciante local que, a buen seguro, ganaría una cuantiosa cantidad de dinero con la venta de dicho género en su establecimiento.

                Cuando ambos creían estar a salvo de peligro alguno, y mientras descendían por una de las veredas que atravesaban una zona conocida por el nombre de La Jabonera, aupados a lomos de sus dos poderosas mulas a las que habían fijado la pesada carga, un grito les alertó de que habían sido descubiertos:

-¡Alto a la Guardia Civil!-retumbó entre el silencio de la noche y el a veces esporádico silbido del viento entre las ramas de los árboles.

               Evidéntemente ambos sabían que si les cogían a ellos se jugaban bastante más que si las fuerzas del orden tan sólo decomisaban la carga, por ello decidieron picar espuelas y con su afilados cuchillos cortaron las cuerdas que fijaban la mercancía al lomo de sus mulas. Pero esta vez la Guardia Civil no estaba dispuesta a  dejar escapar a estos dos contrabandistas, detrás de los cuales llevaba mucho tiempo. Para ello los guardias habían diseñado una estratagema que consistía en darles el alto, como habían hecho, una vez se encontrasen en medio de la vereda que conducía al camino vecinal principal, y ante la posible huida de los mismos habían tendido una cuerda de un árbol a otro a lo ancho del camino, que en el caso de una huida al galope, como habían realizado, los desmontaría a ambos de las mulas. Así fue como sucedió tal y como lo habían planeado los agentes; a los pocos metros de su huida al galope un fuerte golpe en el pecho los desmontó a ambos de la grupa de sus mulas, quedando por segundos inconscientes en el suelo.

                Los guardias civiles en ese instante emprendieron una frenética carrera hacia ellos con sus armas cargadas y dispuestos a apretar los gatillos al más mínimo intento de fuga; pero Emiliano y Macario no tardaron en recuperarse y como viejos zorros que conocían el camino que pisaban como la palma de su mano se desvanecieron en la oscuridad de la noche entre la espesura de la vegetación; mientras los guardias civiles disparaban sus armas por donde creían que habían huido sin más resultado que varios cartuchos gastados, dos espléndidas mulas requisadas y el decomiso de una valiosa mercancía  .

                Esa jornada finalizó para Emiliano y Macario con un estrepitoso fracaso, pero afortunadamente ambos habían salvado la vida y evitado su captura, más adelante se ocuparían de averiguar quién les había delatado y sobre todo intentarían recuperar las mulas y parte de la carga.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Agosto de 2012 

 


 

HISTORIAS DE USUREROS, PRESTAMISTAS Y GENTE NECESITADA

 


Emiliano y Felicina llevaban toda la noche sin poder dormir, uno de sus hijos había enfermado de sarampión y las intensas fiebres no le bajaban. El médico del pueblo, que tenía por norma atender a las gentes más humildes de la localidad; aunque no tuviesen dinero para pagarle, les había dicho que era necesario que le administrasen unas medicinas; pero Emiliano llevaba bastante tiempo sin poder cruzar la frontera a Portugal y traer mercancía que pudiese generarle algún ingreso. Además Feliciana había agotado los escasos ahorros que tenía guardados en una pequeña caja de metal que escondía en la alacena de la cocina. Por tanto ni uno ni otro contaban con recursos para adquirir las tan necesitadas medicinas.

-Hay que hacer algo Emiliano, no soportaría que mi niño se muriese porque no hubiésemos podido pagar unas medicinas.

-No sé…….ya no sé de dónde sacar dinero, he agotado todos los recursos, no sé a quién le puedo pedir ayuda –Sentenció un Emiliano apesadumbrado.

-Yo había pensado acudir a la tía Simona. ¿Qué te parece?

-Sabes de sobra que no soy partidario de pedir prestado a esas sanguijuelas,  no son personas serias y a la mínima te la juegan; pero me temo que esta vez no me queda más remedio que resignarme.

                Feliciana tomó su toquilla y esquivando como pudo los charcos que se habían formado en las empedradas calles con la reciente lluvia corrió todo lo que pudo hasta que llegó a la casa de la usurera.  Golpeó con sus nudillos enrojecidos por el frío el portón de la vivienda hasta que detrás de ella se escuchó un vocecilla.

-¿Quiené? –Preguntó una vieja enjuta, cejijunta, con una larga cabellera trenzada que le llegaba hasta la cintura y misteriosamente vestida de negro.

-Soy Yo tía Simona, Felicina; quería hablar con Usted de un asunto -Respondió una joven Feliciana decidida a toda costa a salvar a su retoño.

                La puerta se abrió lentamente y desde el interior Simona le indicó que pasara.

-¿Qué es esi asuntu que te traí hasta mí moza?

-Verá tía Simona –le costó pronunciar a Feliciana. Tengo al más pequeño de mis hijos enfermo de sarampión y Don Cosme ha dicho que para salvarle es necesario que compremos unas medicinas que le curen, pero no tenemos dinero para ello; Emiliano no ha podido cruzar en meses a Portugal y Yo he agotado todos mis ahorros.

-¿Y cuántu os jaci falta?

-Pues con unas cien pesetas sería suficiente. Feliciana aprovechó para pedirle un poco más de lo que costaban las medicinas por si la cosa empeoraba y era necesario llevar al bebé a algún sitio para que lo curasen.

-Esu es muchu dineru pa los tiempus que corrin; ya sabis que cobru de interesis la metá de lo que prestu y que en un mes me lo tenei que devolver.

-Sí, sí, conozco todas las condiciones y las acepto, no se preocupe. Respondió a toda prisa una Felicina impaciente por conseguir el ansiado dinero.

                La tía Simona metió su mano en un bolsillo de su faltriquera y sacó un pequeño pañuelo que desató lentamente y con sus manos temblorosas desenrolló un fajo de billetes dándole a Felicina la cantidad que ésta demandaba.

                Las mujeres se despidieron y a la joven le faltó tiempo para ir a la botica y comprar las necesitadas medicinas. Los días transcurrieron y el dinero se fue evaporando poco a poco; ya que ante la mejoría del bebé el resto del capital se dedicó a cubrir otras necesidades imperiosas de la familia. Parecía que la suerte cambiaba, incluso Emiliano tenía previsto cruzar a Portugal para hacer uno de sus tradicionales negocios y así poder devolverle a la tía Simona los intereses y el dinero prestado. Pero transcurridos quince días desde que éstos recibieron el préstamo la vieja usurera se presentó en casa de Feliciana y Emiliano.

-¡Feliciana, moza! ¿Estás en casa?

-Sí espere un momento, ¿Quién es? –Preguntó dubitativa Feliciana, a quien la voz le sonaba pero no era capaz de ponerle rostro a la misma.

                Cuando Feliciana abrió la puerta y ante ella apareció el rostro de la usurera se quedó pálida; sabía de sobra que esa visita nada bueno podía acarrear.

-Dígame tía Simona, ¿Qué se le ofrece?

-Pues verás moza vengu a que me devuelvas lo que te presté y por supuestu los correspondientis enteresis.

-Pero…… eso no es lo que habíamos hablado –respondió alarmada e indignada la joven. No ha pasado el mes, ¿Cómo quiere que se lo devuelva si yo no he podido vender las puntillas de encaje y Emiliano no ha podido pasar a Portugal.

-Esu no es mi probrema moza, si no tienis el dinero me tendrás que dar algu a cambiu y si no ya sabis al chirolu.

                La vieja no espero la respuesta de una Feliciana afligida y alargando su mano le arrancó del cuello un precioso collar de oro de bellas bolas decoradas con finas filigranas que la tradición orfebre salmantina había popularizado entre las mujeres de este norte de Extremadura. Y mientras lo guardaba en su faltriquera abandonó el lugar dejando a una enmudecida Feliciana que sólo hacía que pensar en la advertencia de su marido.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012 


UNA GENEROSIDAD MAL ENTENDIDA

 


El Tío Vitorio estaba que trinaba; su mujer, la Tía Eleuteria, había agotado su paciencia; lo que empezó siendo un acto de generosidad se había convertido en un derroche sin sentido.

El Tío Vitorio era un afamado pescador de río acebano que había hecho de esta tradición una forma de vida. Con sus trasmallos y con el ambui no había pez, por muy grande que éste fuese, que se le resistiese; ni por muy profundo que fuesen los charcos o por muy inaccesibles que fuesen éstos. 

De los pescadores de Acebo, había varios, era siempre el que más y mejores peces capturaba en los intrincados ríos de Sierra de Gata. Pero esa buena fortuna se trocaba cada vez que llegaba a su casa con las capturas del día. Su mujer, la Tía Eleuteria, tenía por costumbre regalar los mejores peces a vecinos, familiares y amigos, dejando los más pequeños y peores para la venta, por lo que todo el esfuerzo del Tío Vitorio se iba al traste; ya que las ganancias cada vez eran más pequeñas.

El Tío Vitorio nunca le quiso decir nada a su mujer, estaba profundamente enamorado de ella y no le quería dar disgusto alguno, por ello ideó una artimaña para ver si era capaz de hacerla ver en el error en el que estaba incurriendo.

Una mañana, quizás de las más calurosas del verano, le dijo:

-Eleuteria, estoy pensando que sería bueno que hoy me acompañases de pesca.

-¿Y eso?. Preguntó extrañada la generosa mujer.

-Tengo que ir lejos y voy a necesitar algo de ayuda; las pozas donde tengo por costumbre pescar tienen pocos peces este año, y me temo que el ir sería en vano, por ello estoy pensando desplazarme más lejos, a las Potras.

-¿Y no tienes a algún compañero de faena que te acompañe?. Preguntó ella intentando evadir una tarea que intuía que le iba a desagradar.

-Si llamo a alguien para que me acompañe tendré que partir con él las capturas y el día no será nada rentable. Con esa respuesta el Tío Vitorio le dejaba entrever cual era el fin principal de tanto sacrificio.

-¡Bueno……¡, si no queda otro remedio te acompañaré. Respondió con resignación la pobre mujer.

                Una vez que el tío Vitorio preparó todos los aparejos de pesca, le dio a su mujer el covanillo donde iban los ambuis. Él llevaría los trasmallos, que era lo más pesado de todo. La marcha se inició temprano y durante horas anduvieron por veredas y caminos inaccesibles. Una vez en el río le dijo a su esposa que empezase a machacar el ambui y que una vez hechas las bolas las dejase a sol para que se secasen.

                Cuando el tío Vitorio volvió su esposa no paraba de sudar, había conseguido triturar todo el ambui y había hecho unas doce bolas, las suficientes para capturar todos los barbos y bogas de una gran charca que había visto.

Con un gesto le indicó a Eleuteria que le siguiese, una vez en la charca levantaron un par de paredes con los trasmallos y con el tercero, él por una punta y su mujer por la otra, comenzaron a barrer el río. La cesta no paraba de llenarse de peces y Eleuteria le decía a su marido una vez tras otra que ya era bastante, que no iban a poder con tanta pesca; pero el tío Vitorio quería aprovechar este día de fortuna.

                Al final de la jornada habían capturado unos setenta kilos, incluso en los trasmallos había caído algún galápago que era lo que más repulsión le daba a Eleuteria. El tío Vitorio empezó a llenar los sacos, que habían traído, con la pesca obtenida. Una vez llenos le dio el más pequeño a su esposa, portando él el de mayor tamaño. El regreso a Acebo fue una auténtica tortura para Eleuteria.

                Cuando llegaron a la casa el tío Vitorio le dijo a su esposa que fuese a avisar a sus vecinos, familiares y amigos para darles alguno de los peces que habían capturado y así celebrar el éxito de un día tan provechoso. A lo que la Tía Eleuteria, con un desagradable tono de indignación, respondió:

-¡De eso nada¡. Con lo mal que lo he pasado como para regalar ahora el pescado.

                El tío Vitorio se dio la vuelta con una amplia sonrisa en su rostro y con una sensación de satisfacción difícil de explicar; por fin había hecho comprender a su mujer que ellos vivían de ese trabajo y que regalar los frutos de tanto sacrificio en nada les beneficiaba.

 

Fuente Tradición Oral de Acebo.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 


DE CABALLEROS Y CIMARRONES GATEÑOS EN LA DEFENSA DE CIUDAD RODRIGO

 




Junto a la fuente, en la que fue esculpida el águila Bicéfala del escudo de Carlos I como agradecimiento por el apoyo a la Corona de la leal Villa de Gata en la guerra contra los Comuneros, Guerra Hontiveros observaba como los voluntarios de la milicia gateña preparaban sus pertrechos, con el objetivo de acudir a la llamada de auxilio lanzada por el Mariscal de Campo, Andrés Pérez de Herrasti, quien se encontraba sitiado en Ciudad Rodrigo por la tropas francesas.

El día anterior no fueron necesarios grandes discursos, ni palabras emotivas para estimular la adhesión a la milicia gateña. Los vecinos, jóvenes y mayores, ardían en deseos de venganza. Quien más, quién menos había sufrido en sus carnes los desmanes de los gabachos; y si uno se daba una vuelta por la población, los rescoldos de las casas incendiadas y de los templos sagrados todavía se encontraban vivos.

Guerra Hontiveros era consciente de que esta convocatoria llegaría más tarde, o más temprano; sobre todo, desde que meses atrás había mantenido una reunión clandestina a las afueras de Gata con el Empecinado y el Cura Merino; en la que le anticipaban el duro enfrentamiento que se libraría en Ciudad Rodrigo con el apoyo de tropas británicas y portuguesas.

Alzó la vista a lo lejos y divisó un borrón en el horizonte, eran los restos de la Torre Almenara, pensó por un instante en aquellos aguerridos caballeros de otros tiempos que parapetados tras los muros de esa torre defendieron hasta el último instante esa posición de las razzias de ejércitos foráneos. Acto seguido se incorporó y con voz atronadora dio la orden de ponerse en marcha y de despedirse de los familiares.

Las mujeres entre sollozos abrazaron a padres, hijos y hermanos, mientras los más pequeños jugaban entre las piernas de los adultos a franceses y españoles con espadas y escopetas de madera. 

Pocos regresarían de aquél enfrentamiento, tan sólo el insigne Jefe de la Milicia Gateña junto a unos cuantos leales, quienes jamás perdonarían a los ingleses, y en especial al Duque de Wellington, el que en el último instante les dejasen abandonados a merced de las tropas imperiales; impidiendo al general británico Robert Craufurd, quien se encontraba en Gallegos, el que partiese para auxiliar a las tropas españolas que defendían a sangre y fuego la fortaleza inexpugnable de Ciudad Rodrigo.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Guerra Hontiveros “relato basado en la obra de Guerra Hontiveros “la villa de Gata”

Marzo de 2012

 




EL LICENCIADO VIDRIERA Y EL VINO DE DESCARGAMARÍA

 


Allí se embarcaron en cuatro galeras de Nápoles, y allí notó también Tomás Rodaja la extraña vida de aquellas marítimas casas, a donde lo más del tiempo maltrataban las chinces, robaban los forzados, enfadan los marineros, destruyen los ratones y fatigan las maretas. Pusiéronle temor las grandes borrascas y tormentas, especialmente en el golfo de León, que tuvieron  dos, que la una los echó en Córcega y la otra los volvió a Tolón, en Francia. En fin, trasnochados, mojados y con ojeras, llegaron a la hermosa y bellísima ciudad de Génova, y desembarcándose en recogido mandrache, después de haber visitado una iglesia, dio el capitán con sus camaradas en una hostería, donde pusieron en olvido todas las borrascas pasadas con el presente gaudeamus.

                Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la ninerca del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma, la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y apazabilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza del Romanesco. Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la Imperial más que Real Ciudad, recámara del Dios de la risa; ofreció a Esquivas, a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se olvidase de Ribadavia y de Descargamaría. Finalmente, más vinos nombró el huésped, y más les dio, que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco.

 

Relato de Miguel de Cervantes El Licenciado Vidriera.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Julio de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS VI

 


Habían transcurrido quince días desde el encontronazo con los guardias civiles y Emiliano y Macario habían procurado pasar lo más desapercibidos posible; aunque eran conscientes de que eran observados y sus pasos controlados. A pesar de ello seguían con la idea de recuperar las mulas y la mercancía a la más mínima oportunidad, y parecía que iban a tener suerte; pues los guardias del cuartel de Acebo habían recibido instrucciones de sus superiores del cuartel de Perales del Puerto para que sacasen a subasta todos los bienes decomisados.

                Emiliano y Macario pensaron durante ese tiempo cómo pujar en la subasta y evitar que nadie más se hiciese con unos bienes que consideraban de su propiedad. Al final llegaron a la conclusión de que lo mejor que podían hacer era buscar a un tercero que hiciese de testaferro para que pujase en la subasta por las mulas y la mercancía; mientras ellos se encargaban de hacer correr el rumor, o advertencia, para que nadie más hiciese ofertas en esa puja. Costumbre que solía ser habitual entre los contrabandistas de la localidad.

                Ese testaferro o testaferros serían: por un lado el comerciante que iba a vender la carga en su establecimiento y al que al final habían convencido para que pujase por la misma, y por otro lado unos vecinos venidos de Torre de don Miguel que se encargarían de realizar una oferta por las mulas.

                A la hora convenida el alguacil del Ayuntamiento de Acebo hizo sonar su corneta convocando a todos los interesados a la subasta que iba a tener lugar en los soportales del Ayuntamiento de la localidad. No era la primera subasta que se hacía en ese lugar; ya que en los años previos a la guerra civil sus ciclópeas columnas fueron testigos mudas de numerosas ventas de productos y bienes decomisados a la infinidad de contrabandistas que operaban desde Acebo; que por aquellas fechas fue el centro más importante de contrabando de toda Sierra de Gata; ya que después de la guerra le había arrebatado ese privilegio Torre de don Miguel.

                La asistencia al acto fue multitudinaria, la tensión se mascaba en el ambiente y la duración del mismo se preveía larga.  Las miradas intimidatorias de advertencia de los contrabandistas hacia el público asistente provocó que más de uno abandonase la subasta; sin embargo esa advertencias iban dirigidas al guía de un grupo contrabandista rival del que sospechaban era el confidente de los agentes.

                Lo primero que se subastó fue la mercancía y el comerciante de la localidad no tuvo problemas para hacerse con la misma; ya que tan sólo recibió una única oferta, la suya. Sin embargo las mulas que parecía que sería lo que menos ofertas recibiese, se convirtió en el objeto deseado de ambos grupos rivales de contrabandistas. Por ese motivo se habían personado los dos vecinos de Torre de don Miguel, para evitar que esas mulas cayesen en otras manos que no fuesen las suyas; ya que realmente esos animales se los habían arrendado a Emiliano y a Macario para realizar ese trabajo.

                Estas acémilas eran unos équidos especialmente entrenadas por ellos para detectar la presencia de agentes uniformados cuando se las usaba en tareas de contrabando; por este motivo los torrezneros tenían un interés especial en ellas. A su vez los guardias del cuartel de Acebo estaban deseando deshacerse de las mismas; ya que ninguno de ellos se atrevía a acercarse a los animales, porque cada vez que lo intentaban eran recibidos con una lluvia de coces, que al que cogiese desprevenido le dejaba varios de baja.

                Finalmente las normas no escritas entre contrabandistas finiquitó la subasta de las mulas a favor de los dos vecinos de Torre de don Miguel. Los guardias sospechaban que la misma estuvo controlada desde un principio por aquellos que perdieron la carga; pero no pudieron hacer nada al respecto, ya que no había manera de demostrar los vínculos entre unos y otros.

                Con el tiempo Emiliano y Macario recibieron el dinero que le correspondía por ese trabajo; aunque en esta ocasión se les descontó el dinero que se había pagado en la subasta por la mercancía y las mulas.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Agosto de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS V

 


Emiliano había terminado como de costumbre la partida de tabas con sus amigos; se despidió de ellos y tras una larga carrera llegó a su casa, en el otro extremo del pueblo. Su madre le estaba esperando en la cocina con un gran cuenco de leche migada que sabía que era lo que más le gustaba a su ojito derecho.

                El joven Emiliano no tardó ni un santiamén en apurar la deliciosa cena que su madre le había puesto encima de la mesa de la cocina. La leche de cabra había saciado su apetito y su fuerte sabor le adormeció la boca durante un buen rato. De inmediato comenzó con sus habituales bostezos, hasta que poco a poco la somnolencia se fue apoderando de él; pero el afán por pasar los últimos minutos del día junto a su madre vencía su voluntad de irse a acostar. Hasta que su madre, como buena madre que era, le daba un enorme beso y lo apichuchaba de forma cariñosa entre sus gruesos brazos; entonces, sólo entonces, Emiliano entendía que su hora de dormir había llegado.

                En una habitación, al fondo de la cada, dormían él y sus dos hermanos pequeños en una misma cama. Se desvistió todo lo rápido que pudo y de un salto se introdujo en el camastro procurando no despertar a los más pequeños de la casa. Al poco rato los tres retoños roncaban rítmicamente; mientras la madre terminaba de hacer las últimas tareas domésticas.

                Al cabo de varias horas la casa se encontraba en un mutismo absoluto, y así fueron transcurriendo las horas; hasta que un  fuerte golpe y unas pisadas en el sobrao de la casa, que hacía las veces de pajar, despertó al joven Emiliano. Éste se levantó lentamente e inconscientemente se armó de valor y saliendo por la puerta de la cocina que daba al corral de la casa fue subiendo poco a poco las escaleras de madera que conducían a la parte superior del gran caserón familiar. La luna llena de aquella fría noche del mes de enero le permitía ver todo como si lo alumbrase con una de aquellas velas que su madre siempre guardaba en una de las alacenas de la despensa de la casa. Cuando por fin llegó al sobrao una voz áspera le dejó gélido:

-! Rapaz tranquilo!, ¡não se preocupe!,  ¡nós somos amigos de seu pai!,  ¡têm vindo a fazer negócio com ele!

                Emiliano entendió rápidamente que el individuo escondido era portugués y a golpe de vista pudo contar a otros diez más que se protegían del frío con unas gruesas mantas de lana. Enseguida le vino a la cabeza que su padre se traía con aquellas gentes alguno de sus típicos tratos que de vez en cuando le reportaban a la familia pingües beneficios.

                Bajó pausadamente por las escaleras y por si acaso, una vez dentro de la casa, cerró la puerta con el doble pestillo. Cuando se metió en la cama se acurrucó lo más que pudo al lado de sus hermanos pequeños, que a esas horas dormían como auténticos discípulos de Morfeo.

                Al día siguiente, cuando se despertó y bajó al corral de la casa, pudo comprobar que no había nadie en el sobrao y tampoco se encontraban los diez sacos de mineral que su padre había ido acumulando en el corral de la casa en el último mes.

Autor: CHUCHI del Azevo 

Octubre de 2012

 


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANSISTAS IV

 


Al final Emiliano y Macario liquidaron con el comerciante y los vecinos de Torre de don  Miguel la operación de contrabando que había sido intervenida por la guardia civil. Todos habían salido ganando a pesar del contratiempo en el que se vieron envueltos.

                Con una buena cantidad de dinero en los bolsillos se dirigieron por entre las intrincadas calles de la Torrita a uno de los casinos de la plaza del pueblo; para disfrutar de lo que más les gustaba a los dos, una partida de Gilé.

                El casino presentaba el aspecto habitual de un sábado por la tarde; una densa nube de humo de tabaco lo invadía todo; las mesas colocadas de manera anárquica por todo el salón servían a unos y a otros para las más diversas actividades; y al fondo del inmenso salón, una rústica barra hacía las veces de púlpito al encargado de Baco.

                Emiliano y Macario pasaron lentamente por entre las mesas; cuando se aproximaban a la que se encontraban sentados el Jefe de los Carabineros y el anterior Alcalde de la localidad, éste último les hizo un gesto indicándoles que se sentasen. Emiliano y Macario no lo dudaron y sentándose uno enfrente del otro dieron comienzo a la ansiada partida. El Jefe de Carabineros fue el encargado de repartir los naipes.

                Llevaban cerca de una hora jugando y la fortuna se había aliado con Emiliano; sin embargo habían acordado entre todos que esta mano sería la última de esta partida. En el centro de la mesa había unas cinco mil pesetas, una cantidad de dinero desorbitada para ese terrible año de posguerra que era 1946; pero a Emiliano, a Macario, al Jefe de Carabineros y al antiguo Alcalde les gustaba jugar fuerte; por ese motivo nadie, salvo otros contrabandistas locales, se atrevía a sentarse a jugar con ellos. En ese preciso instante hizo acto de presencia en el salón el actual Alcalde, un ser odiado por todos, el típico arribista que había coqueteado con todas las tendencias política de los años treinta para convertirse en la actualidad en un firme defensor del actual régimen.

                Cuando vio a los cuatro tahúres, sus ojos sanguinolentos se le salían de las órbitas y de cuatro zancadas se puso a la altura del Jefe de Carabineros, a quien con tono crispado espetó:

-¡Vergüenza le debería dar a Usted estar juagando con estos contrabandistas que con sus actuaciones arruinan a la Hacienda Pública Nacional!

                El Jefe de Carabineros no sabía dónde esconderse y tan sólo fue capaz de musitar:

-Bueno……., verá Usted…..

-¡Calle! -Le interrumpió el crispado Alcalde. Venga recojan los naipes y váyanse si no quieren que avise a la guardia civil para que les detenga a todos.

                Los cuatro callaron, no querían ningún tipo de enfrentamiento con tal personaje, del que conocían su carácter totalitario y vengativo. Mientras se levantaban de las sillas Emiliano alargó su mano para recoger las cinco mil pesetas que estaban encima de la mesa; pero en ese momento dicho alcalde le ordenó:

-¡Deje ese dinero encima de la mesa, queda requisado por la autoridad municipal!

                Pero Emiliano no estaba dispuesto a permitir que le quitasen de esa manera tal cantidad de dinero, y mientras el Jefe del Consistorio hacía ademán de requisar el dinero Emiliano replicó:

-¡Eso será por encima de mi cadáver!, dese por satisfecho con habernos interrumpido la partida, el dinero es otra cuestión. Y cogiendo los billetes con su mano izquierda los introdujo en uno de sus bolsillos; mientras con la mano derecha asía el cuchillo que siempre llevaba en la parte trasera de su cintura.

                Antes de hacerles abandonar el salón; el Alcalde, y ante la humillación sufrida delante de todos, amenazó al Jefe de Carabineros y a su predecesor con unas palabras que los dejó gélidos:

-Sepan Ustedes que de todo esto tendrá noticias el Gobernador Civil de la provincia de Cáceres.

                Los cuatro le dieron la espalda y dejándole solo ante la mirada atónita del resto de clientes salieron por la puerta intentando olvidar el incidente con un individuo al que despreciaban la mayor parte de los vecinos de la localidad.

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012    


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS III

 


¡Colchas!, ¡Tolhas de mesa!, ¡Teciados!, ¡Sábanas! Así solía despertar la valverdeña tía Cadiada a los vecinos de Acebo el tercer sábado de mes. Con una cesta a la cintura y otra encima de la cabeza donde portaba el género que ofrecía a las amas de casa y a las mozas casaderas;  recorría, la pobre mujer, la nada desdeñable distancia desde Valverde del Fresno hasta Acebo durante varios días; haciendo pequeñas escalas en los pueblos de San Martín de Trevejo, Villamiel y Hoyos, antes de llegar a su destino final.

Anastasia solía esperar impaciente su llegada y más este mes que había conseguido una buena cantidad de mineral en una de las minas del arroyo Jocino. Su esfuerzo le había costado, y varias noches en vela; ya que su hermano y ella se habían desplazado hasta esa mina por la noche y siempre después de finalizadas su tareas en el campo. La explotación minera pertenecía a un vecino de Acebo y ellos acudían a la luz de la luna al rebusco o a explotar alguna veta de mineral olvidada sin que el dueño de la misma se enterase.  

La última parada de la tía Cadiada en Acebo siempre la hacía a la altura del Crucero del Cristo, enfrente de la Ermita del Cordero Bendito. Allí, sobre los pequeños peldaños del Crucero exponía sus artículos y de inmediato se veía rodeada por un séquito de féminas a las que se les iluminaban los ojos al contemplar las telas que esta mujer solía conseguir en los pueblos limítrofes de Portugal.

Anastasia en cuanto escuchó los gritos y el revuelo en el barrio del Cristo, se dirigió a la alacena de su cocina y cogió el mineral que había envuelto el día anterior en un trapo viejo. Salió de la casa con sus dos kilos aproximados de wolframio y en menos de dos minutos se encontraba entre el bullicio que la presencia de la tía Cadiada solía levantar en esta barriada acebana. Este rincón apartado de este pueblo era de los más rentables para esta pequeña mujer valverdeña; pues muchas de las mujeres que allí vivían solían hacer lo mismo que Anastasia, ir al rebusco del mineral para luego canjearlo por algún artículo del que se enamorasen.

-¡Bom día! –Saludó la tía Cadiada a la joven Anastasia con su tradicional expresión luso-extremeña.

-¡Buenos días! –le respondió la joven. ¿Qué cosas guapas nos traes esta semana?, ¿Te acordaste de la colcha que te encargué la semana pasada?

-Claro que sí moza, mira aquí la tienes. Y alargándosela con su mano se la entregó a la joven, que enseguida procedió a analizar con las yemas de sus dedos la tela y con la uña de su pulgar el estampado de la colcha.

-¿Cuánto pides por ella?

-¿Qué tienes para ofrecerme a cambio? –respondió ágilmente la tía Cadiada.

-Mira aquí tengo unos dos kilos de mineral que yo creo que es lo que vale esta colcha. Esta vez Anastasia no se paró a regatear; ansiaba la colcha que era la última prenda que le hacía falta para su ajuar.

-Es mu poquino moza –le respondió la hábil comerciante valverdeña. Es una colcha muy buena algo más me tendrías que dar, sabes que lo vale y además sabes que el precio del mineral cada vez está más bajo.

-¡Vamos mujer! –le respondió una indignada joven. Con todo lo que te he comprado hasta ahora no me vas a dar la colcha por el mineral que te he traído, después del trabajo que me ha costado. Y  haciendo ademán de irse amagó con recoger la tela que envolvía el mineral.

-¡Espera! –Le espetó la valverdeña. Venga qué le vamos a hacer unas veces se gana y otras se pierde; ya que he venido hasta aquí cargada con la colcha no me voy a ir otra vez con ella, quédatela y si eso el mes que viene me traes un poquito más de mineral y en paz.

                Una pletórica Anastasia cogió la colcha y despidiéndose de la tía Cadiada regresó rápidamente a su casa para ver cómo quedaba la colcha encima de una de las camas de su hogar. Por fin Anastasia había conseguido uno de sus mayores deseos, completar el ajuar para su futura boda.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012