domingo, 27 de octubre de 2019

EL ENCUENTRO, dos acebanos ante Francisco Franco

Emeterio y Jesús llevaban una hora andando bajo un sol abrasador; era el mes de julio, el día  de Santiago para ser más exactos, patrón de la Nueva España. Ambos venían desde la población del El Pardo con los víveres necesarios para pasar la semana en la concesión minera de estaño que explotaban, con el permiso de Patrimonio Nacional, por encima del villorrio de Mingorrubio.
La pista forestal se les estaba haciendo eterna, cargados con dos sacos a sus espaldas curtidas por el inclemente sol de un verano castigador, sus pasos se volvían cada vez más lentos. Cuando se encontraban en lo alto de un teso el ruido de un motor les alertó de la proximidad de algún vehículo, que con un poco de suerte les podría acercar unos cuantos kilómetros a su destino y así evitarles la penuria de tener que seguir a pie.


Emeterio y Jesús decidieron campar los sacon con los víveres en el suelo y en el instante en el que divisaron al primer Land Rover Jesús se posicionó en medio del camino y con el brazo en alto comenzó a hacerle señales para que parase. Emeterio mientras tanto observaba la llegada de los todoterreno y los gestos de su hermano, hasta que en un momento dado se percató de que aquellos que venían en esos land Rovers eran personajes importantes.
Se abalanzó sobre su hermano y de un empujón lo sacó de la carretera.

Emeterio- ¿Qué jacis? ¿Estas farto?
Jesús-¿Pero que cojonis pasa, Emeterio?

En ese mismo instante pasó el primer todoterreno con un militar al mando de una ametralladora MG que se les quedó mirando fijamente. A continuación pasó el segundo vehículo a toda velocidad y Emeterio, blanco como la cera, le espetó a su hermano - ¡Qué es Franco con el ñeto, Ostias!
Jesús se quedó mudo; no sabía qué hacer, ni qué decir. Los sudores les corrían a ambos por todo el cuerpo, mientras un escalofrío les paralizó.
El último de los Land Rover paró en seco frente a ellos; de él descendieron dos militares fornidos y de unos dos metros con caras de pocos amigos.

Militar- ¿Quienes sois vosotros?, ¿Qué hacéis aquí?
Jesús- Miri Usted, nosotrus somus mineros, del puebru del Azevo, de Cazris 
y estamus trabajandu en una mina de Mingorrubio
Militar- ¡A ver, venir aquí los dos!

El militar los obligó a ponerse detrás de unas espesa vegetación de jaras mientras él llamaba desde su vehículo a la central de Patrimonio Nacional para confirmar lo que aquellos dos individuos le habían relatado. 


Tanto Emeterio como Jesús permanecían inmóviles en el lugar que aquel escolta de Franco les había indicado. Emeterio miró a su hermano y le dijo- ¡Aquí nos comín hoy los buitris, Jesús!
Al poco rato el militar regresó hacia ellos y con un tono de voz seco les ordenó -Podéis seguir adelante, me han confirmado que efectivamente sois mineros que trabajáis en donde me habéis dicho; pero que sea la última vez que os veo por aquí y menos intentando echarle el alto al coche del Generalísimo-

Emeterio y Jesús- ¡Gracias, Señor no golverá a pasar!, no sabíamus que juesi el Generalísimu.

Los escoltas se montaron en el todoterreno y partieron a toda velocidad, al tiempo que Emeterio  y Jesús cogían los sacos con los víveres y corrían como almas que llevaba el diablo por entre la espesura del Monte del Pardo; no sin que antes Emeterio soltase una gran carcajada y le dijese a su hermano: 

¡ Y los comunistas intentadu jacerli una emboscá too los días a Franco para matarlu y nosotrus casi lo matamus de un sustu! 


* NOTA: Esta historia, aunque narrada de una forma sencilla, es totalmente verídica y fue vivida por dos vecinos de la localidad extremeña de Acebo que trabajaban en una explotación de estaño en los Montes del Pardo de Madrid.



domingo, 6 de octubre de 2019

CAÑAMÓN, un relato acebano escrito en extremeño

Se encontraba la señoa Nastasia jaciéndoli la comía al su mario Tanasio, el cual se hallaba laborandu el campu de la su familia, cuandu el dagal de ambus le insistiò a su mairi que le dejasi acarrear la comía a su pairi.
La Nastasia no estaba ella mu convencía, tenía muchus devaneus en la mollera, no le gustaba que al su dagal le puiesi pasar algu; ya que era mu caniju y cualquier cosa poía sucederli en el campu. Al final accedió y le diju a Cañamón que poía llevarli la merienda a su pairi.
Cañamón enganchó el morral con los alimentus encantao y salió trancandu la puerta de la casa ruidosamenti, mientras silbaba una melodía aprendía del su agüelo. 
Cuandu iba tarareandu la canción por el campu, justu cuandu cruzaba por el prau del tío Catalinu, el buey de los Chamuscaos lo engulló a la vez que pastaba la hierba fresca regá con el rocíu del alba.




Por la tardi la Nastasia jue al encuentru del su mariu y del su dagal; cuál jue la su sorpresa cuandu le preguntó al Tanasio por Cañamón y ésti le respondió que no sabía ná, que entovía estaba esperandu que el Cañamón o ella le trajesin las viandas, ya que estaba muertu de jambri.
La Nastasia casi se marea de la noticia, los sus devaneus se habían cumplíu, el su dagal se había perdiu.
Al mismo tiempu unu de los Chamuscos dio el avisu en el puebru que una una jauría de lobus le habían matau el su buey. Los vecinus se dividieron en dos grupus, unu se dirigió a buscar a Cañamón y el otru partió para darli caza a los lobus.


¡¡¡Cañamón!!!!, ¡¡¡Cañamón!!!- gritaban los vecinus del puebru por todos los vallis. Pero Cañamón seguía sin dar señalis de vida. De repenti en la lejanía se escucharun varios disparus, los otrus vecinus habían dao con los lobus y los habían abatiu.
Cuandu llegaron al puebru la desolación continuaba porque Cañamón seguía sin aparecer, su mairi lloraba desconsolada. Mientras tantu aquellus vecinus que habían matao a los lobus decidieron jacer unus tamboris con las tripas de las alimañas para así intentar localizar con el redobli de los mismus a Cañamón, por si se hubiesi queao dormiu en algún lugar del campu.
De nuevu emprendieron la búsqueda al sonido de los tamboris por vallis, praus y vereas:

¡¡¡Porroponpon, Porroponpon!!!
¡¡¡Porroponpon!!!

¡¡Aquí está Cañamón!!!




Una frágil voz se escuchaba salir del interior del tambor cada vez que se le jacía sonar a ésti. Los vecinus se decidieron a abrirlu y allí se encontraba el diminuto Cañamón que se había salvao milagrosamenti de haber siu alimentu de los güeyis y de los lobus.



Referencia: esta cuento escrito en una lengua popular desgraciadamente ya desaparecida, El Alto-Extremeño/Leonés de Sierra de Gata, era con el que nos entretenía en nuestra infancia a mis hermanos y a mí nuestro padre.