A lo largo de los siglos ha sido común entre las familias serragatinas
criar al menos un cerdo que sería sacrificado por San Martín o en los meses de
invierno y que serviría para llenar las despensas de infinidad de embutidos que
luego se irían consumiendo durante todo el año.
Hasta hace bien poco era
bastante habitual ver deambular por las calles de nuestros pueblos de Sierra de
Gata a los cerdos e incluso cuando
alguno se escapaba de la pocilga, el marrano se convertía en una atracción para
niños y adultos que acudían prestos a inmovilizarlo con el fin de encerrarlo de
nuevo en su habitáculo.
Pero la fecha que se
convertía en un gran evento familiar era el día que se sacrificaba al animal.
Ese día intervenían todos los miembros de la familia desde los más ancianos, a
través de sus consejos, hasta los más jóvenes que ayudaban en las tareas más
básicas.
Para poder sacrificar al
animal se tenían que emplear a fondo varios hombres, que en algunas ocasiones
se las veían y deseaban para poder tumbar al puerco sobre un banco de madera.
Pero lo que más
impresionaba a los forasteros eran los chillidos del animal cuando se hendía un
gran cuchillo en el cuello y se desangraba mientras una mujer removía la sangre
con el fin de evitar su coagulación. Posteriormente, y antes del despiece, se
procedía a quemar el vello del animal siendo frecuente que ante el calor
abrasador del fuego que desprendía la capa de helecho colocada sobre él
activase el último hilo de vida del animal y ante los ojos perplejos de los
asistentes éste iniciase una efímera carrera para definitivamente caer
desplomado en el suelo.
Mientras duraba el ritual
del despiece se iban cocinando partes del cerdo que se degustaban entre todos
los asistentes, el rabo, la careta, las orejas, el probao, etc se convertían en
parte indispensable de la tradición gastronómica de ese día.
La superchería popular
también hacía acto de presencia en este gran evento vinculado con la
tradicional cerdofilia extremeña y es que aquellas mujeres que se encontraban
en proceso menstrual no solían intervenir en la fabricación de los embutidos,
pues la superstición local pensaba que esa colaboración originaría la perdida
de todos los productos del cerdo.
Actualmente la matanza
tradicional ha desaparecido y tan sólo se realiza alguna vez al año en ciertas
localidades como atracción turística como es el caso de la que se celebra
frecuentemente en Cadalso.