miércoles, 2 de enero de 2019

RELOJ NO MARQUES LAS HORAS.....

Después de unas uvas consumidas, como es habitual por estas fechas, frente a un televisor que nos marca los tiempos tomados prestados de un reloj emblemático; vienen a mi mente imágenes pasadas de una plaza de mi pueblo repleta de paisanos que esperaban comer las uvas ante la torre de la iglesia que durante siglos se ha alzado en el centro de la población y que atesoraba en lo más alto de su fachada un mítico reloj que centenariamente, con la cadencia de sus tiempos, ha dirigido la vida diaria de la villa.




Ese reloj ya dejó de funcionar hace unos cuantos años y como si de un horrible presagio se tratase nos anuncia, al igual que en otras ocasiones, un hecho, un suceso, una noticia extraordinaria; en esta ocasión, el final de nuestro pueblo.  
Durante todos estos años nos hemos ido resignando a ese final previsto y quizás por ello nadie se ha preocupado de reparar nuestro reloj y mucho menos de "darle cuerda". Nos hemos gastado el dinero en construcciones absurdas, en lujos superfluos; presumimos de nuestras riquezas e incluso hacemos donaciones para infinidad de causas humanitarias, pero somos capaces de permitir que nuestro reloj haya dejado de funcionar y que ya no marque nuestro devenir diario.
Como si de fichas de dominó se tratase uno a uno han ido dejando de funcionar los relojes de los pueblos de nuestra Comarca; siendo sus últimas campanadas la despedida amarga a alguno de sus muchos vecinos que ayer, hoy o mañana emprenden la marcha a otros lugares en busca de un futuro mejor para ellos y sus descendientes; o simplemente el último adiós para todos aquellos que han sido llamados a embarcarse con Caronte.
Maquinarias oxidadas, agujas de reloj perdidas o marcando impasibles la hora en la que el invento del dios Cronos decidió no continuar con su actividad; ese es el estado de nuestros relojes. ¿Para qué seguir marcando los tiempos?-se preguntan- ya nadie necesita de su trabajo, la gente se fue y ellos se han quedado sin trabajo en unos casos y en otros han sido jubilados anticipadamente, cuando no han sido víctimas colaterales de un E.R.E demográfico.
Mientras tanto los pocos que no se resignan a comer las uvas frente al televisor de su casa siguen, año tras año por estas fechas, reuniéndose en la plaza de mi pueblo mirando a la torre de la iglesia con la falsa esperanza de que nuestro reloj vuelva a marcar los tiempos que anuncian la llegada del año nuevo. No quieren sonidos sucedáneos, quieren escuchar el original; aquel que oyeron sus abuelos y tatarabuelos, aquel sonido que el eco de Sierra de Gata llevaba de un valle a otro y que a sus antepasados les recordaba que no estaban solos ni olvidados.

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