Puertas, portalones, cancelas, portezuelas y un largo etc. nos sumergen en la forma de vida de las gentes que las concibieron para garantizarse su intimidad, su seguridad o simplemente para establecer una barrera física y mental con aquellos de los que se querían mantener alejados.
Miradores, aldabas, bocallaves, bisagras, manillones y cerraduras forman parte de la decoración de este elemento esencial de las viviendas. Y un paseo por las calles centenarias embriagadas por el universo de la cultura mañega nos permite contemplar una amplia variedad de estilos y formas caprichosas de puertas de casas y boigas que en otro tiempo o cuando llega la época estival no cesan en un abrir y cerrar que las devuelve a su tradicional función de guardián de los secretos de aquellos que las mantienen con vida.
A plena vista u ocultas bajo sólidos forjados construidos con maderas del castañar de O´Soitu algunas puertas mañegas reclaman nuestra atención. Nos llaman y nos quieren contar su historia; las historias, las leyendas de tiempos pasados que se vivieron entorno a ellas mientras sus bisagras crepitaban una y otra vez ante el trasiego de los moradores de las casas de las que fueron y son fieles guardianas.
Con humildad o demostrando su rancio abolengo todas ellas son un fiel reflejo de la sociedad que les dio vida y en ellas mismas quedó plasmado ese estatus social que antaño era necesario exteriorizar como advertencia de quiénes eran sus dueños.
La tradicional gatera siempre presente en una de las hojas de esos guardianes de la intimidad para que el invitado felino de la familia cumpliese fielmente su función de obseso prosecutor de molestos roedores que serían expulsados y exterminados sin contemplación alguna.
Cierres arcaicos junto a milenarios símbolos incrustados alrededor de moles graníticas mañegas, arrancadas éstas al Batolito de Jálama y que fueron talladas por laboriosas manos de canteros, sostienen pesadas cancelas de maderas nobles serragatinas a lo largo y ancho de infinidad de calles mañegas.
Sin pretensión alguna esas guardianas de la intimidad forman parte de un entorno mágico y de una arquitectura mañega única que se ha sabido imponer a un modernismo casposo y sin gusto cuyas muestras son patentes en el resto de poblaciones serragatinas, salvo honrosas excepciones.
Conservar el pasado, restaurarlo y adaptarlo al presente dice muchos de aquellos que lo llevaron y lo llevan a cabo; ya que para ello se ha de estar concienciado, conocer su historia, valorarla y sobre todo querer transmitírselo a las generaciones futuras y a los que no son oriundos del país.
Una puerta abierta en San Martín de Trevejo siempre es una invitación a profundizar en su cultura, en la forma de ser y de vivir de sus gentes; de aquellos que durante siglos, quizás milenios, domaron estas tierras y las transformaron para hacerlas habitables tal y como han llegado hasta nuestros días.
Otras permanecen cerradas, cumpliendo su función fiel de cancerberas de interiores majestuosos donde familias, antaño prominentes, conservan imponentes muestras del pasado histórico de Sierra de Gata.
Con sus cierres tradicionales y respetuosamente conservados o recuperados los portalones de las boigas mañegas nos advierten de que ellos y sólo ellos son los que autorizan el paso a todos aquellos que quieran acceder a uno de los mayores tesoros del antaño San Martín de los Viñus.
Adornadas con una decoración vegetal muchas de ellas nos transmiten una sensación de bienestar, además de invitarnos a una vuelta no programada en el tiempo y que no siempre tiene porque ser física.
Y aunque muchas se nos muestren cerradas ante nuestra inconclusa visita ello no significa que nos quieran dar, como el dicho dice, "con la puerta en las narices"; si no todo lo contrario tan sólo quieren que admiremos una vez más antes de irnos su magnificencia y su rústica belleza.
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