La puerta del
gran salón palaciego se abrió con su habitual chirriar de bisagras,
inmediatamente el Rey de León, Fernando II, entró con su séquito y acto seguido
sus fieles paladines tomaron posiciones arremolinándose entorno al improvisado
trono del recién conquistado palacio moro de la ciudad de Alcántara. Kantara-ass-Saif
o puente de la espada como denominaban los árabes al puente que los romanos
construyeron para vadear el río y que servía a su vez para identificar a la
ciudad que, hasta hace pocos instantes, había estado en su poder.
Entre
los presentes se encontraban caballeros templarios, nobles de la recién creada
Orden de Julián del Pereiro, algunos vecinos cristianos de la conquistada villa
de Alcántara, un nutrido grupo de religiosos y por último el Mayordomo Real por
el que Rey Fernando sentía especial predilección, el Conde Armengol de Urgel.
Caballero que procedente de la llamada Marca Hispánica había roto con la
tradición familiar de servir a los nobles catalanes, decidiendo hace muchos
años servir al Rey de León.
Grandes
habían sido los servicios que el Conde Armengol había prestado al Rey leonés,
por ello el monarca cada vez que tenía ocasión le premiaba con aquello que
estuviese en su mano. Esta vez no iba a ser menos, el noble catalán junto con
sus hombres, todos caballeros catalanes breados en mil batallas, habían luchado
con coraje y valentía desde que partieron de la Corte Leonesa. Habían
transcurrido casi tres meses desde esa salida en la que se internaron en
tierras extremeñas atravesando el peligroso puerto del Perosín; cerca de allí
tuvieron que presentar batalla a las aguerridas tropas moras, que parapetadas
tras las murallas de la inaccesible fortaleza de Santibáñez o San Juan de
Mascoras, les impedían el avance.
Su
destino último era Alcántara, ciudad que los moros habían convertido en el
mayor presidio de la zona. Una vez frente a las murallas de esa villa los
primeros en atacar fueron los templarios, a los que los atrincherados
seguidores del Profeta ocasionaron bastantes bajas. El segundo ataque lo
llevaron a cabo las tropas del Pereiro, y mientras éstos intentaban penetrar en
el interior del recinto amurallado mediante unas escalas fijadas en los muros
de las murallas; el Conde Armengol de Urgel, junto a Berenguel Arnal, Beltrán
de Tarascun, Arnal de Ponte, dio el golpe de gracia a la asediada ciudad
abriendo una brecha en la muralla con una catapulta instalada cerca del acceso
principal a dicha población. Inmediatamente su hermano Galcerán, auxiliado por
Arnal de Savangia, por Pedro de Belvis, por Bernal de Midia y por Ramón de
Villalta, penetraron en el interior dando mandobles a diestra y siniestra. Y
ante la ferocidad del combate y del envite de aquellos diablos rubios y
pelirrojos los muslimes decidieron enarbolar la bandera de la rendición.
La fortuna se
había aliado con ellos pues las tropas cristianas se encontraban extenuadas ante
los sucesivos combates a los que se habían tenido que enfrentar. Por ese motivo
el Rey Fernando estaba tan agradecido a su Mayordomo; ya que gracias al ahínco y a la vehemencia de
él y de sus tropas se habían ahorrado infinidad de vidas.
El
Rey leonés intentó sin embargo ser lo más equitativo posible y por ello decidió
en ese acto ceder las fortalezas de San Juan de Mascoras y de Milana, junto a
las tierra de Baldarrago, a los caballeros del Temple; y la magnífica villa de
Alcántara a su querido Armengol de Urgel, al que nombró capitán de la misma
desde ese preciso instante para que la defendiese en un futuro ante el
previsible envite islámico que se avecinaba.
Relato basado en el libro Crónica
de la Orden de Alcántara, de Alonso Torres Tapias Tomo I, Pág. 65
Autor: CHUCHI del Azevo
abri de 2012