-¡Dame otra copa de coñac! –le
ordenó Tomás al Tío Julio; uno de los muchos taberneros de Torre de don Miguel.
-Ya has bebido bastante Tomás;
déjalo, es mejor que te marches a casa, seguro que te está esperando la Juana con
los críos. Además más vale que guardes el dinero no sea que lo vayas a
necesitar más adelante.
Tomás
era uno más de los números jornaleros reconvertidos en mineros de Torre de don Miguel que habían
pasado de la escasez más absoluta a ganar en un solo día miles de duros.
Hombre
corpulento, Tomás contaba 25 años por aquellas fechas y a pesar de su juventud
ya tenía cuatro preciosos retoños. Como muchos otros sabía lo que era trabajar
duro desde joven y de igual forma lo que era mendigar un jornal; por eso ahora
no daba crédito al maná que brotaba a borbotones de las entrañas de la tierra.
Al
principio guardaba algo del dinero que ganaba; pero luego se dejó arrastrar,
como muchos otros, por la dinámica de gastarse lo ganado en el día en vino,
licores y excesos; ya que la experiencia le decía que tan sólo se tenía que
levantar de nuevo y picar durante todo el día en la mina para bajar, una vez
más, con los bolsillos repletos de dinero.
Aún
así la Juana y los niños seguían padeciendo las mismas necesidades de antaño y
a ella no le quedaba más remedio que pedir fiado en el comercio y la tahona, a
sabiendas de que los comerciantes locales se aprovechaban de gentes como ella;
apuntando el género y el pan fiado con el sistema que denominaban popularmente
de tenedor; si compraban un pan el avispado
comerciante les apuntaba dos ó tres, según la familia que fuese.
-¿Necesidades, Julio? –preguntó
alterado Tomás. Eso lo pasarás Tú que no tienes lo que hay que tener para
picar; Yo sólo tengo que levantarme mañana y seguro que gano más que Tú en todo
el día detrás de la barra de este cuchitril.
-¡Pues se acabó! –le respondió
ofendido el tabernero. A faltar a otro sitio, si no sabes mear aquí tampoco
bebes y si no te gusta el sitio ya sabes donde tienes que ir….; a ver si te
admiten en el casino de los ricos del pueblo.
Tomás
cogió su hatillo y en tono amenazante y sujetándole la mirada al tabernero con
sus ojos vidriosos le retó con un:
-¡Ahora verás!
Con
un andar que evidenciaba su estado etílico salió por la puerta de la taberna;
mientras el Tío Julio se asomaba por el ventanuco intrigado por ver que haría
semejante individuo.
Tomás
cruzó la plaza de Torre ante la atenta mirada de un joven Luis quien jugaba con
sus amigos a las chapas. Finalmente el minero entró en el casino del pueblo;
pero al poco rato el camarero del mismo lo sacaba a empujones.
-¡Venga desgraciado muerto de
hambre, lárgate de aquí!
-Mi dinero es tan bueno como el
de los señoritos –le balbuceó un Tomás cada vez más beodo. Ahora vais a saber
todos los de este pueblo quién soy Yo, desgraciados.
Y
caminando hasta el centro de la plaza sacó un puro que acababa de comprar en el
casino y colocándoselo en la boca lo encendió usando un billete de quinientas
pesetas.
Aquella
noche, como solía ser habitual, la Juana y sus cuatro vástagos tuvieron que
repartirse para cenar un chusco de pan y el caldo de una sopa de hierbas
recogidas en la orilla de un regato próximo al pueblo.
Autor: CHUCHI del Azevo
Septiembre de 2012