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viernes, 4 de diciembre de 2015

CASTRO DE IRUEÑA



Para mí Sierra de Gata no es sólo la parte de esa estribación montañosa que vierte sus aguas al lado extremeño. Yo siempre he defendido la integralidad geográfica de los territorios y está claro que Sierra de Gata hunde sus raíces en tierras salmantinas, extremeñas y una pequeña parte de ellas que penetran en territorio portugués.
Esa vertebración territorial la supieron ver y adaptar a su economía tanto los pueblos luso-vetones como los romanos; ya que fueron capaces de articular un primitivo sistema viario que el Imperio Romano supo conservar y mejorar, y que nos ha sido legado hasta nuestros días; puesto que buena parte de las carreteras que circundan estas tierras asientan sus cimientos sobre el trazado de esas antiguas vías de comunicación.
Durante años he leído libros sobre un primitivo asentamiento humano cercano a la población salmantina de Fuenteguinaldo. Villa charra de gran tradición taurina que sirvió de cuartel general al Duque de Wellington en su lucha contra las tropas del Gran Corso.
Este mes de septiembre me decidí a visitarla y aunque las referencias que tenía de ella no especificaban bien su ubicación, y espero que los lectores de este blog me perdonen yo tampoco voy a facilitarla para evitar el expolio al que ha sido sometida durante estos años, conseguí localizarla en lo alto de un cerro cerca del río Agueda.
Me quedé maravillado porque, aunque cuando uno visita este tipo de restos arqueológicos espera encontrarse ciudades míticas con edificios como los de Petra o Machu Pichu, pude descubrir un recinto amurallado de pizarra de unos tres metros de grosor en algunas zonas y cuyo perímetro abarcaba varias hectáreas de terreno.

 

Después de pasarme toda la mañana dando vueltas por entre infinidad de robles pude divisar los primeros resto de un primitivo edificio. Lo inmediato que apareció ante mi vista fueron los restos de unas columnas y algunos sillares de granito. A medida que me acercaba a esos restos arqueológicos me topé con varios sarcófagos labrados en granito.


Durante más de una hora estuve sentado contemplando esas maravillas arqueológicas que mis antepasados habían dejado ahí para que sus descendientes tuviésemos conciencia de la grandeza que hace siglos reinó en nuestras tierras.
Pero todo el tiempo que permanecí sentado a la sombra de esos robles y rodeado de todo ese granito labrado con gran esfuerzo e inteligencia por mis antepasados una obsesión no paraba de rondarme por la cabeza y ésta no era otra que localizar lo que algunos visitantes de este yacimiento arqueológico habían pasado a llamar la Yegüa de Irueña.

 

A pocos metros de los restos anteriores pude localizar la escultura de un inmenso toro vetón conocido por la Yegüa de Irueña y que se encontraba hundido en el suelo y partido por la mitad. A pesar del daño inflingido contra él, éste se erguía altivo desde las profundidades en las que le habían intentado sepultar algunos ignorantes avariciosos de oros y riquezas.