Una espesa niebla se había
apoderado de San Martín de Trevejo desde bien temprano. Había ido descendiendo
lentamente por el Puerto de Santa Clara, extendiéndose por el Castañar de los
Ojestos hasta cubrir en su totalidad todas las calles de San Martín. A la
niebla se le había unido una lluvia mohina que incrementaba la sensación de
humedad del ambiente. El toque final a los sentidos lo aportaba el olor a leña
de encina que salía por las chimeneas de unas casas especialmente diseñadas
para este clima serrano.
A
pesar del ambiente los hombres y mujeres mañegas no habían descuidado sus
quehaceres. Uno de ellos era el Tío Felipe que en su fragua aparentaba ser el
mítico Vulcano y entre chispas y martilleos en su yunque daba forma a los más
indómitos hierros.
El
tío Felipe tenía por costumbre hacer un breve receso a media mañana en su
trabajo para acudir a una de las muchas boigas de vinos y así refrescar el
gaznate abrasado por el calor de la fragua.
Su
mujer le recordaba insistentemente que el vino y las mujeres extraviaban los
sentidos; pero él sabía que su mujer ser refería al vino y las mujeres malas.
Ese
día la visita y la corrobra se estaban prolongando más de lo normal, quizás
porque ese tiempo melancólico invitaba a ello. La mujer del Tío Felipe
preocupada ante la larga ausencia de su marido decidió personarse en la boiga y
asomándose desde la puerta de ésta les soltó a los del interior:
-¡Ya está bien de tantos vinos!,
¡Ya se podían acabar!
A
lo que su marido, el tío Felipe, contestó sarcásticamente:
-A eso andamos, mujer, a eso
andamos.
Ante
tal contestación ella decidió irse y los parroquianos de la boiga continuar
degustando los caldos del Dios Baco.
Las
horas pasaban y el tío Felipe y sus amigos continuaban con un vinito tras otro;
al mismo tiempo que los ánimos de su mujer se encendían cada vez más, hasta que
ésta ya no lo pudo aguantar y se dirigió de nuevo a la boiga. Con los pies
mojados por esa lluvia cadenciosa y por pisar esos regatatillos de agua tan
típicos de San Martín que recorren unas calles empinadas y que con esa niebla
eran difíciles de predecir llegó a la boiga; pero esta vez se decidió a entrar.
Una vez en el interior, y sin articular la más mínima palabra, cogió la botella
de vino y la rompió contra el suelo saliendo a continuación de la boiga.
Mientras el Tío Felipe, ya desde la puerta y para que le escuchase su mujer que
iba dando algún que otro traspiés por la calle, le dijo al tabernero:
-Bueno, José, ya sabes nuestro
refrán: el que rompe paga.
De
esta manera acabó un curioso día de vinos en la población mañega que hace
siglos tuvo por nombre San Martín de los Vinos.
Relato basado en el libro Coria y
Sierra de Gata, Paisajes Milenarios de Domingo Frades.
Autor: CHUCHI del Azevo
Junio de 2012