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lunes, 12 de octubre de 2020

UNA HISTORIA DE SAN MARTÍN DE LOS VINOS


Una espesa niebla se había apoderado de San Martín de Trevejo desde bien temprano. Había ido descendiendo lentamente por el Puerto de Santa Clara, extendiéndose por el Castañar de los Ojestos hasta cubrir en su totalidad todas las calles de San Martín. A la niebla se le había unido una lluvia mohina que incrementaba la sensación de humedad del ambiente. El toque final a los sentidos lo aportaba el olor a leña de encina que salía por las chimeneas de unas casas especialmente diseñadas para este clima serrano.

                A pesar del ambiente los hombres y mujeres mañegas no habían descuidado sus quehaceres. Uno de ellos era el Tío Felipe que en su fragua aparentaba ser el mítico Vulcano y entre chispas y martilleos en su yunque daba forma a los más indómitos hierros.

                El tío Felipe tenía por costumbre hacer un breve receso a media mañana en su trabajo para acudir a una de las muchas boigas de vinos y así refrescar el gaznate abrasado por el calor de la fragua.

                Su mujer le recordaba insistentemente que el vino y las mujeres extraviaban los sentidos; pero él sabía que su mujer ser refería al vino y las mujeres malas.

                Ese día la visita y la corrobra se estaban prolongando más de lo normal, quizás porque ese tiempo melancólico invitaba a ello. La mujer del Tío Felipe preocupada ante la larga ausencia de su marido decidió personarse en la boiga y asomándose desde la puerta de ésta les soltó a los del interior:

-¡Ya está bien de tantos vinos!, ¡Ya se podían acabar!

                A lo que su marido, el tío Felipe, contestó sarcásticamente:

-A eso andamos, mujer, a eso andamos.

                Ante tal contestación ella decidió irse y los parroquianos de la boiga continuar degustando los caldos del Dios Baco.

                Las horas pasaban y el tío Felipe y sus amigos continuaban con un vinito tras otro; al mismo tiempo que los ánimos de su mujer se encendían cada vez más, hasta que ésta ya no lo pudo aguantar y se dirigió de nuevo a la boiga. Con los pies mojados por esa lluvia cadenciosa y por pisar esos regatatillos de agua tan típicos de San Martín que recorren unas calles empinadas y que con esa niebla eran difíciles de predecir llegó a la boiga; pero esta vez se decidió a entrar. Una vez en el interior, y sin articular la más mínima palabra, cogió la botella de vino y la rompió contra el suelo saliendo a continuación de la boiga. Mientras el Tío Felipe, ya desde la puerta y para que le escuchase su mujer que iba dando algún que otro traspiés por la calle, le dijo al tabernero:

-Bueno, José, ya sabes nuestro refrán: el que rompe paga.

                De esta manera acabó un curioso día de vinos en la población mañega que hace siglos tuvo por nombre San Martín de los Vinos.

 

Relato basado en el libro Coria y Sierra de Gata, Paisajes Milenarios de Domingo Frades.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012         


 

HISTORIAS DE USUREROS, PRESTAMISTAS Y GENTE NECESITADA

 


Emiliano y Felicina llevaban toda la noche sin poder dormir, uno de sus hijos había enfermado de sarampión y las intensas fiebres no le bajaban. El médico del pueblo, que tenía por norma atender a las gentes más humildes de la localidad; aunque no tuviesen dinero para pagarle, les había dicho que era necesario que le administrasen unas medicinas; pero Emiliano llevaba bastante tiempo sin poder cruzar la frontera a Portugal y traer mercancía que pudiese generarle algún ingreso. Además Feliciana había agotado los escasos ahorros que tenía guardados en una pequeña caja de metal que escondía en la alacena de la cocina. Por tanto ni uno ni otro contaban con recursos para adquirir las tan necesitadas medicinas.

-Hay que hacer algo Emiliano, no soportaría que mi niño se muriese porque no hubiésemos podido pagar unas medicinas.

-No sé…….ya no sé de dónde sacar dinero, he agotado todos los recursos, no sé a quién le puedo pedir ayuda –Sentenció un Emiliano apesadumbrado.

-Yo había pensado acudir a la tía Simona. ¿Qué te parece?

-Sabes de sobra que no soy partidario de pedir prestado a esas sanguijuelas,  no son personas serias y a la mínima te la juegan; pero me temo que esta vez no me queda más remedio que resignarme.

                Feliciana tomó su toquilla y esquivando como pudo los charcos que se habían formado en las empedradas calles con la reciente lluvia corrió todo lo que pudo hasta que llegó a la casa de la usurera.  Golpeó con sus nudillos enrojecidos por el frío el portón de la vivienda hasta que detrás de ella se escuchó un vocecilla.

-¿Quiené? –Preguntó una vieja enjuta, cejijunta, con una larga cabellera trenzada que le llegaba hasta la cintura y misteriosamente vestida de negro.

-Soy Yo tía Simona, Felicina; quería hablar con Usted de un asunto -Respondió una joven Feliciana decidida a toda costa a salvar a su retoño.

                La puerta se abrió lentamente y desde el interior Simona le indicó que pasara.

-¿Qué es esi asuntu que te traí hasta mí moza?

-Verá tía Simona –le costó pronunciar a Feliciana. Tengo al más pequeño de mis hijos enfermo de sarampión y Don Cosme ha dicho que para salvarle es necesario que compremos unas medicinas que le curen, pero no tenemos dinero para ello; Emiliano no ha podido cruzar en meses a Portugal y Yo he agotado todos mis ahorros.

-¿Y cuántu os jaci falta?

-Pues con unas cien pesetas sería suficiente. Feliciana aprovechó para pedirle un poco más de lo que costaban las medicinas por si la cosa empeoraba y era necesario llevar al bebé a algún sitio para que lo curasen.

-Esu es muchu dineru pa los tiempus que corrin; ya sabis que cobru de interesis la metá de lo que prestu y que en un mes me lo tenei que devolver.

-Sí, sí, conozco todas las condiciones y las acepto, no se preocupe. Respondió a toda prisa una Felicina impaciente por conseguir el ansiado dinero.

                La tía Simona metió su mano en un bolsillo de su faltriquera y sacó un pequeño pañuelo que desató lentamente y con sus manos temblorosas desenrolló un fajo de billetes dándole a Felicina la cantidad que ésta demandaba.

                Las mujeres se despidieron y a la joven le faltó tiempo para ir a la botica y comprar las necesitadas medicinas. Los días transcurrieron y el dinero se fue evaporando poco a poco; ya que ante la mejoría del bebé el resto del capital se dedicó a cubrir otras necesidades imperiosas de la familia. Parecía que la suerte cambiaba, incluso Emiliano tenía previsto cruzar a Portugal para hacer uno de sus tradicionales negocios y así poder devolverle a la tía Simona los intereses y el dinero prestado. Pero transcurridos quince días desde que éstos recibieron el préstamo la vieja usurera se presentó en casa de Feliciana y Emiliano.

-¡Feliciana, moza! ¿Estás en casa?

-Sí espere un momento, ¿Quién es? –Preguntó dubitativa Feliciana, a quien la voz le sonaba pero no era capaz de ponerle rostro a la misma.

                Cuando Feliciana abrió la puerta y ante ella apareció el rostro de la usurera se quedó pálida; sabía de sobra que esa visita nada bueno podía acarrear.

-Dígame tía Simona, ¿Qué se le ofrece?

-Pues verás moza vengu a que me devuelvas lo que te presté y por supuestu los correspondientis enteresis.

-Pero…… eso no es lo que habíamos hablado –respondió alarmada e indignada la joven. No ha pasado el mes, ¿Cómo quiere que se lo devuelva si yo no he podido vender las puntillas de encaje y Emiliano no ha podido pasar a Portugal.

-Esu no es mi probrema moza, si no tienis el dinero me tendrás que dar algu a cambiu y si no ya sabis al chirolu.

                La vieja no espero la respuesta de una Feliciana afligida y alargando su mano le arrancó del cuello un precioso collar de oro de bellas bolas decoradas con finas filigranas que la tradición orfebre salmantina había popularizado entre las mujeres de este norte de Extremadura. Y mientras lo guardaba en su faltriquera abandonó el lugar dejando a una enmudecida Feliciana que sólo hacía que pensar en la advertencia de su marido.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012