El Tío Vitorio
estaba que trinaba; su mujer, la Tía Eleuteria, había agotado su paciencia; lo
que empezó siendo un acto de generosidad se había convertido en un derroche sin
sentido.
El Tío Vitorio era un afamado
pescador de río acebano que había hecho de esta tradición una forma de vida.
Con sus trasmallos y con el ambui no había pez, por muy grande que éste fuese,
que se le resistiese; ni por muy profundo que fuesen los charcos o por muy
inaccesibles que fuesen éstos.
De los pescadores de Acebo,
había varios, era siempre el que más y mejores peces capturaba en los
intrincados ríos de Sierra de Gata. Pero esa buena fortuna se trocaba cada vez
que llegaba a su casa con las capturas del día. Su mujer, la Tía Eleuteria,
tenía por costumbre regalar los mejores peces a vecinos, familiares y amigos,
dejando los más pequeños y peores para la venta, por lo que todo el esfuerzo
del Tío Vitorio se iba al traste; ya que las ganancias cada vez eran más
pequeñas.
El Tío Vitorio nunca le quiso
decir nada a su mujer, estaba profundamente enamorado de ella y no le quería
dar disgusto alguno, por ello ideó una artimaña para ver si era capaz de hacerla
ver en el error en el que estaba incurriendo.
Una mañana, quizás de las más
calurosas del verano, le dijo:
-Eleuteria, estoy pensando que sería bueno
que hoy me acompañases de pesca.
-¿Y eso?. Preguntó extrañada la generosa
mujer.
-Tengo que ir lejos y voy a necesitar algo de
ayuda; las pozas donde tengo por costumbre pescar tienen pocos peces este año,
y me temo que el ir sería en vano, por ello estoy pensando desplazarme más
lejos, a las Potras.
-¿Y no tienes a algún compañero de faena que
te acompañe?. Preguntó ella intentando evadir una tarea que intuía que le iba a
desagradar.
-Si llamo a alguien para que me acompañe
tendré que partir con él las capturas y el día no será nada rentable. Con esa
respuesta el Tío Vitorio le dejaba entrever cual era el fin principal de tanto
sacrificio.
-¡Bueno……¡, si no queda otro remedio te
acompañaré. Respondió con resignación la pobre mujer.
Una
vez que el tío Vitorio preparó todos los aparejos de pesca, le dio a su mujer
el covanillo donde iban los ambuis. Él llevaría los trasmallos, que era lo más
pesado de todo. La marcha se inició temprano y durante horas anduvieron por
veredas y caminos inaccesibles. Una vez en el río le dijo a su esposa que
empezase a machacar el ambui y que una vez hechas las bolas las dejase a sol
para que se secasen.
Cuando
el tío Vitorio volvió su esposa no paraba de sudar, había conseguido triturar
todo el ambui y había hecho unas doce bolas, las suficientes para capturar
todos los barbos y bogas de una gran charca que había visto.
Con un gesto le indicó a
Eleuteria que le siguiese, una vez en la charca levantaron un par de paredes
con los trasmallos y con el tercero, él por una punta y su mujer por la otra,
comenzaron a barrer el río. La cesta no paraba de llenarse de peces y Eleuteria
le decía a su marido una vez tras otra que ya era bastante, que no iban a poder
con tanta pesca; pero el tío Vitorio quería aprovechar este día de fortuna.
Al
final de la jornada habían capturado unos setenta kilos, incluso en los
trasmallos había caído algún galápago que era lo que más repulsión le daba a
Eleuteria. El tío Vitorio empezó a llenar los sacos, que habían traído, con la
pesca obtenida. Una vez llenos le dio el más pequeño a su esposa, portando él
el de mayor tamaño. El regreso a Acebo fue una auténtica tortura para
Eleuteria.
Cuando
llegaron a la casa el tío Vitorio le dijo a su esposa que fuese a avisar a sus
vecinos, familiares y amigos para darles alguno de los peces que habían
capturado y así celebrar el éxito de un día tan provechoso. A lo que la Tía
Eleuteria, con un desagradable tono de indignación, respondió:
-¡De eso nada¡. Con lo mal que lo he pasado
como para regalar ahora el pescado.
El
tío Vitorio se dio la vuelta con una amplia sonrisa en su rostro y con una
sensación de satisfacción difícil de explicar; por fin había hecho comprender a
su mujer que ellos vivían de ese trabajo y que regalar los frutos de tanto
sacrificio en nada les beneficiaba.
Fuente Tradición
Oral de Acebo.
Autor: CHUCHI del Azevo
Junio de 2012