Era noche cerrada en Acebo, una densa niebla
cubría todas sus calles; impidiendo ésta ver más allá de un metro de distancia.
Aún así, Emiliano y su cuñado Macario se habían arriesgado a entrar en el
pueblo con una pesada carga de azúcar, café y pan a sus espaldas, traído todo
ello desde el vecino Portugal.
Ambos
habían recorrido decenas de kilómetros desde Idanha a Velha donde habían pagado
la mercancía con una carga llevada hasta allí de wolframio, que habían sacado
de contrabando de la mina la Juliana.
La
operación prometía convertirse en un éxito sin precedentes y ambos sabían que
la parte más dura ya la habían superado; ya que habían dejado atrás a los
temibles guardiñas portugueses; agentes de la autoridad de gatillo fácil que no
se conformaban con la requisa de la carga.
En
una de las callejas, cerca del Arenal, decidieron hacer un alto en el camino,
uno de ellos se quedó vigilando la carga; mientras el otro hacía una última
exploración del camino a casa. Al rato estaba de vuelta, tomaron de nuevo las
mochilas con la preciada carga y en un santiamén estaban en el interior de la
casa de Emiliano.
La
mujer de éste y sus hijos estaban impacientes esperándole. En cuanto se
quitaron las mochilas, los hijos, la mujer y cuñada procedieron a sacar la
mercancía y a esconderla en los sitios más insospechados, dejando para lo
último el azúcar. Mientras tanto, Emiliano y Macario, llenaron una jarra de
vino, cortaron un chorizo y un chusco de pan con el fin de cenar algo.
En
ese preciso instante un estruendoso aporreamiento en la puerta de la casa puso
en alerta a todos; un escalofrío les recorrió el cuerpo, ninguno esperaba
visita alguna esa noche.
Emiliano
con un gesto le indicó a su esposa que preguntase quién venía a estas horas;
ella obedientemente se dirigió hasta la puerta y preguntó con voz temblorosa:
-¿Quién es?
Al
otro lado se escuchó una voz firme que gritó secamente:
-¡Guardia Civil, abran la puerta!
En
ese momento Macario y Emiliano casi se añusgan con el sorbo que acababan de darle al vaso de vino.
La
cuñada de Emiliano y los hijos de éste cogieron el azúcar sin saber dónde
esconderla. Emiliano y Macario ante el dilema y el peligro de que descubriesen
toda la operación les indicaron finalmente que la echasen en las tinajas de
agua, mientras ellos procedían a saltar por una de las ventanas traseras de la
casa para que no les encontrasen.
Al
poco rato la mujer de Emiliano abría la puerta y dirigiéndose a los guardias
les preguntó:
-¿Qué se les ofrece a estas horas?
-Venimos a informarles para que tomen todas
las precauciones necesarias ya que hemos sido informados de que en la zona se cree
que hay un grupo de maquis; en el supuesto de que viesen algo sospechoso es
obligatorio que nos informen lo antes posible, ya saben que encubrir y ayudar a
esos delincuentes está penado con la muerte.
-Muy bien- dejo caer mediante un suspiro la
mujer de Emiliano. Así lo haremos si realmente vemos algo extraño.
Los
agentes se dieron la vuelta y protegidos con sus capotes invernales se dejaron
perder entre la espesa niebla. Al fin la mujer de Emiliano pudo cerrar la
puerta y entre las risas de todos los presentes se prepararon para beber
durante los próximos días agua azucarada y preparar su tradicional café de
puchero con esa agua dulzona.
Autor: CHUCHI del Azevo
Agosto 2012
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