María Miguela
llevaba un par de horas sentada a la entrada del Ayuntamiento de Gata esperando
que alguien saliese a darle alguna información sobre la revisión médica a la
que estaba siendo sometido su novio, el mozo Martín Picado.
Cercada
por la curiosidad de sus vecinos, intentaba parecer lo más tranquila y serena
que sus nervios le permitían; aunque a una persona discreta como ella este tipo
de situaciones le generaba tal estado de ansiedad que si no fuese por el
profundo amor que sentía hacía Martín habría huido de la localidad a la mínima
ocasión que tuvo.
El
tiempo parecía no pasar en esa mañana calurosa de un verano, el de 1743, que se
prometía convertir en un año horribilis para María y Martín.
Al
fin el chirrido de las bisagras de la puerta principal del Consistorio
anunciaron la salida y la decisión de aquellos que se arrogaron el papel de
jueces en los lides del amor. María se incorporó aunque le costaba mantener el
equilibrio de sus piernas, los nervios le recorrían todo el cuerpo.
El
primero en salir fue el médico cirujano de Acebo quien la miró y con un simple
gesto le indicó que el resultado de su exploración médica confirmaba todas las
sospechas. María quería que la tierra se la tragase, pero aún así aguantó
estoicamente la salida del Provisor y Vicario Capitular, Dº José Marín Palacios,
detrás del cual salía su novio Martín.
El
Vicario se giró hacia María y delante de todos los presentes le dijo:
-El médico ha confirmado con su
exploración lo que era vox populi en esta villa de Gata, y es que su novio,
aquí presente, adolece de una anomalía sexual que le impide procrear; ya que
padece de hermafroditismo. Por tanto dispongo, a partir de este preciso
instante, que ni Usted ni Martín se vuelvan a ver ni en público ni en privado,
bajo amenaza de excomunión y de ello se quedará encargado de dejar constancia
por escrito el párroco de esta localidad.
María
sólo fue capaz de emitir un pequeño grito de dolor, todos sus planes e
ilusiones se iban al traste en pocos minutos. Buscó con su mirada el rostro de
su amado para al menos poder despedirse, pero Martín rehuyó ese encuentro
visual, se encontraba avergonzado y se sentía culpable.
-¡Siempre te querré Martín!- al
fin pudo gritar libremente María. Mientras Martín seguía, como si de un cordero
degollado se tratase, a aquellos que habían decido cual debería ser su conducta
sexual y sentimental a partir de ese momento.
Relato basado en el libro Apuntes históricos
acerca de la Villa de Gata, de Marcelino Guerra Hontiveros. Pág. 85.
Autor: CHUCHI del Azevo
Abril de 2012