Emiliano y Felicina llevaban toda
la noche sin poder dormir, uno de sus hijos había enfermado de sarampión y las
intensas fiebres no le bajaban. El médico del pueblo, que tenía por norma
atender a las gentes más humildes de la localidad; aunque no tuviesen dinero
para pagarle, les había dicho que era necesario que le administrasen unas
medicinas; pero Emiliano llevaba bastante tiempo sin poder cruzar la frontera a
Portugal y traer mercancía que pudiese generarle algún ingreso. Además
Feliciana había agotado los escasos ahorros que tenía guardados en una pequeña
caja de metal que escondía en la alacena de la cocina. Por tanto ni uno ni otro
contaban con recursos para adquirir las tan necesitadas medicinas.
-Hay que hacer algo Emiliano, no
soportaría que mi niño se muriese porque no hubiésemos podido pagar unas
medicinas.
-No sé…….ya no sé de dónde sacar
dinero, he agotado todos los recursos, no sé a quién le puedo pedir ayuda
–Sentenció un Emiliano apesadumbrado.
-Yo había pensado acudir a la tía
Simona. ¿Qué te parece?
-Sabes de sobra que no soy
partidario de pedir prestado a esas sanguijuelas, no son personas serias y a la mínima te la
juegan; pero me temo que esta vez no me queda más remedio que resignarme.
Feliciana
tomó su toquilla y esquivando como pudo los charcos que se habían formado en
las empedradas calles con la reciente lluvia corrió todo lo que pudo hasta que
llegó a la casa de la usurera. Golpeó
con sus nudillos enrojecidos por el frío el portón de la vivienda hasta que
detrás de ella se escuchó un vocecilla.
-¿Quiené? –Preguntó una vieja enjuta, cejijunta, con una larga
cabellera trenzada que le llegaba hasta la cintura y misteriosamente vestida de
negro.
-Soy Yo tía Simona, Felicina;
quería hablar con Usted de un asunto -Respondió una joven Feliciana decidida a
toda costa a salvar a su retoño.
La
puerta se abrió lentamente y desde el interior Simona le indicó que pasara.
-¿Qué es esi asuntu que te traí hasta mí moza?
-Verá tía Simona –le costó
pronunciar a Feliciana. Tengo al más pequeño de mis hijos enfermo de sarampión
y Don Cosme ha dicho que para salvarle es necesario que compremos unas
medicinas que le curen, pero no tenemos dinero para ello; Emiliano no ha podido
cruzar en meses a Portugal y Yo he agotado todos mis ahorros.
-¿Y cuántu os jaci falta?
-Pues con unas cien pesetas sería
suficiente. Feliciana aprovechó para pedirle un poco más de lo que costaban las
medicinas por si la cosa empeoraba y era necesario llevar al bebé a algún sitio
para que lo curasen.
-Esu es muchu dineru pa los tiempus que corrin; ya sabis que cobru de
interesis la metá de lo que prestu y que en un mes me lo tenei que devolver.
-Sí, sí, conozco todas las
condiciones y las acepto, no se preocupe. Respondió a toda prisa una Felicina
impaciente por conseguir el ansiado dinero.
La
tía Simona metió su mano en un bolsillo de su faltriquera y sacó un pequeño
pañuelo que desató lentamente y con sus manos temblorosas desenrolló un fajo de
billetes dándole a Felicina la cantidad que ésta demandaba.
Las
mujeres se despidieron y a la joven le faltó tiempo para ir a la botica y
comprar las necesitadas medicinas. Los días transcurrieron y el dinero se fue
evaporando poco a poco; ya que ante la mejoría del bebé el resto del capital se
dedicó a cubrir otras necesidades imperiosas de la familia. Parecía que la
suerte cambiaba, incluso Emiliano tenía previsto cruzar a Portugal para hacer
uno de sus tradicionales negocios y así poder devolverle a la tía Simona los
intereses y el dinero prestado. Pero transcurridos quince días desde que éstos
recibieron el préstamo la vieja usurera se presentó en casa de Feliciana y
Emiliano.
-¡Feliciana, moza! ¿Estás en casa?
-Sí espere un momento, ¿Quién es?
–Preguntó dubitativa Feliciana, a quien la voz le sonaba pero no era capaz de
ponerle rostro a la misma.
Cuando
Feliciana abrió la puerta y ante ella apareció el rostro de la usurera se quedó
pálida; sabía de sobra que esa visita nada bueno podía acarrear.
-Dígame tía Simona, ¿Qué se le
ofrece?
-Pues verás moza vengu a que me devuelvas lo que te presté y por supuestu
los correspondientis enteresis.
-Pero…… eso no es lo que habíamos
hablado –respondió alarmada e indignada la joven. No ha pasado el mes, ¿Cómo
quiere que se lo devuelva si yo no he podido vender las puntillas de encaje y
Emiliano no ha podido pasar a Portugal.
-Esu no es mi probrema moza, si no tienis el dinero me tendrás que dar
algu a cambiu y si no ya sabis al chirolu.
La
vieja no espero la respuesta de una Feliciana afligida y alargando su mano le
arrancó del cuello un precioso collar de oro de bellas bolas decoradas con
finas filigranas que la tradición orfebre salmantina había popularizado entre
las mujeres de este norte de Extremadura. Y mientras lo guardaba en su
faltriquera abandonó el lugar dejando a una enmudecida Feliciana que sólo hacía
que pensar en la advertencia de su marido.
Autor: CHUCHI del
Azevo
Septiembre de
2012
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