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miércoles, 9 de diciembre de 2015

SIERRA DE GATA SARCÁSTICA

Villamiel es para mí una población especial, llevo muchos años vinculado a esa villa por diferentes motivos. La primera vez que pisé sus calles fue para visitar a una amigas que habíamos conocido en las fiestas de Acebo y de las que nos habíamos quedado prendados. Como por aquellas fechas no teníamos coches para desplazarnos hicimos lo que ya habíamos practicado en otras ocasiones, nos pertrechamos de unas mochilas y de unos sacos de dormir y nos fuimos a pasar un fin de semana a Villamiel y Trevejo.
Recuerdo como si fuese hoy mismo la entrada en ese pueblo; se respiraba en sus calles un aire de intelectualidad, no sé si porque por ellas estaba acostumbrado a transitar mi amigo Domingo Domené o porque éste había sido su primer alcalde desde la llegada de la democracia y se había encargado de conservar y recopilar todo el pasado histórico de Sierra de Gata. Yo por aquellas fechas todavía no lo conocía; aunque sin sospecharlo me encontraba muy cerca de él.
La noche la pasamos de peña en peña con nuestras amigas y a altas horas de la madrugada nos fuimos a dormir al monte, cerca del caso urbano. A la llegada del alba y ante los dolores de espalda decidí levantarme y visitar el pueblo. Al primer sitio que me dirigí fue a la iglesia, nada que ver con la catedral que tenemos en Acebo; circunvalando el entorno de la misma me fijé en dos sillares de uno de sus muros exteriores. Estuve un buen rato observándolos hasta que conseguí descifrar lo que en ellos una mano anónima había grabado con un cincel virtuoso. 






El sarcasmo del amanuense quedó de esa manera imperecedero en el tiempo y nos legó unas frases que pasados los siglos nos llaman a la reflexión más absoluta sobre nuestra presencia en este mundo de los vivos.