Allí se embarcaron en cuatro galeras de
Nápoles, y allí notó también Tomás Rodaja la extraña vida de aquellas marítimas
casas, a donde lo más del tiempo maltrataban las chinces, robaban los forzados,
enfadan los marineros, destruyen los ratones y fatigan las maretas. Pusiéronle
temor las grandes borrascas y tormentas, especialmente en el golfo de León, que
tuvieron dos, que la una los echó en
Córcega y la otra los volvió a Tolón, en Francia. En fin, trasnochados, mojados
y con ojeras, llegaron a la hermosa y bellísima ciudad de Génova, y
desembarcándose en recogido mandrache, después de haber visitado una iglesia,
dio el capitán con sus camaradas en una hostería, donde pusieron en olvido
todas las borrascas pasadas con el presente gaudeamus.
Allí
conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la ninerca del
Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma, la grandeza del de
las Cinco Viñas, la dulzura y apazabilidad de la señora Guarnacha, la
rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la
bajeza del Romanesco. Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan
diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía ni
como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y
a la Imperial más que Real Ciudad, recámara del Dios de la risa; ofreció a
Esquivas, a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se olvidase
de Ribadavia y de Descargamaría. Finalmente, más vinos nombró el huésped, y más
les dio, que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco.
Relato de Miguel de Cervantes El Licenciado Vidriera.
Autor: CHUCHI del Azevo
Julio de 2012