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jueves, 24 de marzo de 2016

HERNÁN CENTENO, "EL TRAVIESO", SEÑOR DEL CASTILLO DE RAPAPELO




Era media tarde y las calles del Azevo se encontraban tranquilas, hasta que un castañear de herraduras sonó cada vez más intenso, y rompió con la parsimoniosa quietud de las callejuelas intrincadas de la población. En ese instante, un par de hombres espigados asomaron al quicio de la puerta, de uno de esos grandes caserones habitados por gentes de realengo y acaudaladas fortunas.
                Uno de ellos se giró y, dejando atrás el umbral de la entrada, trancó suavemente la puerta; mientras el otro aguardaba impaciente a medida que el ruido del trotar de los caballos se hacía cada vez más cercano.
                La intranquilidad del guardián desapareció en el instante mismo en el que divisó a lo lejos la figura de dos jinetes, a los que seguía un carruaje con el escudo del Ducado de Alba.
                -Ya han llegado- gritó el servicial asistente; mientras éste abría la puerta.
                Desde el rellano de la escalera le contestó una voz femenina -en un poquinino baja el amu, dili que esperin, estamus acabandu de vestirlu.
                La manera de hablar de las gentes de estas tierras le continuaba llamando la atención al fiel servidor; a pesar de los años que llevaba conviviendo con ellos. Salió de nuevo y sujetando la brida del caballo de uno de los jinetes les comunicó que en breve bajarían al señor; mientras les ofreció una jarra de agua fresca, que acababa de sacar de una de las tinajas que se guardaban en el sótano de la casa, para que el agua se mantuviese fría.
                -Es de agradecer, el camino desde Coria ha sido largo y con este dichoso polvo trae uno la garganta reseca-contestó el jinete.
                El otro caballero, junto con el cochero y una persona del servicio del Ducado de Alba, que también venía en la comitiva, se acercaron a beber. En ese preciso instante asomó por la puerta, tumbado en una espariuela y acompañado de su hijo, el excelso caballero Dº Fernán Centeno, conocido entre los miembros de la Corte por el sobrenombre de “El Travieso”.
                La senectud y los avatares de su vida habían hecho mella últimamente en su salud; y por ello su amigo el Duque de Alba decidió que lo poco que le quedase de vida, a su leal y fiel servidor, los debería pasar éste en las mejores condiciones posibles en su palacio de Coria. Por dicho motivo había ordenado desplazar este séquito para transportar al guerrero y político; quien en otros tiempos conquistó desde su fortaleza de Rapapelo el castillo de Trevejo y el de Eljas; se enfrentó al hermano de Clavero de la Orden de Alcántara, Dº Hernando de Monroy; y aseguró el trono para la Reina Isabel La Católica, enfrentándose a las tropas portuguesas que asolaron estas tierras y las de la vecina Salamanca, que las pretendían para Dª Juana la Beltraneja.
                Al ínclito paladín, Dº Fernán Centeno, le hubiera gustado pasar estos últimos días de su vida en la acogedora población del Azevo; en la que residía desde que los Reyes Católicos le asignaron una renta vitalicia de 30.000 maravedís por su fidelidad y los servicios prestados a la Corona; pero su estado de salud lo hacía inviable.
Mientras lo introducían sus sirvientes en el carruaje expiró con fuerza, y con la poca energía que le permitían sus pulmones olió por última vez la fragancia del azahar de sus naranjos. Acto seguido giró su cabeza para ver, por entre el hueco que dejaban los que le transportaban, el azul del cielo que se desdibujaba por entre la silueta de su gran amada Jálama; en cuyas cumbres tantas veces había galopado y guerreado, era consciente de que sería la última vez que la vería. Una pequeña sensación de ansiedad le recorrió por la garganta pero sabía que todo era cosa de ese destino que tan bien se había portado con él a lo largo de toda su vida.
                Entre los sollozos del personal, que en estos últimos tiempos le había asistido; los enviados  del Duque de Alba cerraron las puertas del carruaje y dieron la orden de comenzar el viaje. La llegada a Coria de Fernán Centeno sería cuestión de horas, quizás días; así finalizaría la historia de uno de los personajes más bizarros que se han engendrado estas recias tierras.


Autor: CHUCHI del Azevo
2012

sábado, 19 de diciembre de 2015

CASTILLO DE TREVEJO

El Castillo de Trevejo es una de las construcciones militares de la época de la Reconquista que mejor se conservan; aunque el deterioro es cada vez mayor y amenaza con una ruina inminente de su torre del homenaje.
Construido sobre una elevada colina desde la que se puede contemplar su esbelta figura a gran distancia, esta gran mole de sillares de granito y mampostería fue un enclave muy ansiado en la época de los grandes reyes leoneses, castellanos y portugueses.





Todavía se puede apreciar parte del foso, la soberbia torre del homenaje y la casi totalidad del recinto amurallado. A los pies de este castillo y fuera de la muralla defensiva se pueden contemplar unas cuantas tumbas antropomórficas labradas en piedras, donde en teoría se enterró a aquellos monjes guerreros que fueron el azote de las fuerzas ismaelitas. Según cuenta Torres Tapia, en su crónica de la Orden de Alcántara, este tipo de enterramientos eran habituales entre los miembros de esta Orden Militar.




Llama especialmente la atención la torre del homenaje que guarda estrechas similitudes con las de los castillos de Coria y de San Felices de Gallegos, ambos construidos por orden del Duque de Alba



En un inicio fue conquistado en una de las innumerables razzias cristianas por Alfonso VII, el Emperador de las Españas; cediéndoselo primero a la Orden del Temple y  posteriormente, Fernando II en 1184, lo donaría a la Orden de San Juan de Jerusalén. Convirtiéndose en una de las pocas propiedades que esta Orden tenía en estas tierras.
Durante un breve espacio de tiempo esta fortaleza perteneció a la Orden de Santiago. El 20 de febrero de 1186 Fernando II donó el castillo de Trevejo a la orden de Santiago y más concretamente a su maestre Fernando Díaz, Señor de Fuenteencalada.
 Desde este baluarte defensivo se constituyó una encomienda que sería uno de los centros neurálgicos de la repoblación de estas tierras. Gracias a un documento de 1235 que se conserva sobre las lindes de Trebellio, como se denominaba antiguamente a Trevejo, podemos saber que en esa fecha ya existía Acebo, pues era uno de los límites de esa encomienda.
En las luchas entre el Maestre de la Orden de Alcántara y el Clavero de la misma fue tomado el castillo por Dº Alonso de Monroy cuando éste se escapó de su presidio en el convento de Alcántara. Primero se apoderó de la fortaleza de Robledillo y desde ésta se apropió de la de Trevejo, arrebatándosela a frey Diego Bernal comendador de la Orden de San Juan.



Posteriormente tuvo que devolver la fortaleza al Maestre una vez que el Rey se reconcilió con sus adversarios. Pero cuando surgieron de nuevo los problemas entre el Rey Dº Enrique IV y un grupo de nobles (Conde de Plasencia, Duque de Medina), este monarca le dio instrucciones al Clavero Dº Alonso de Monroy, el cinco de junio de 1465, para que le arrebatase la fortaleza a Diego Bernal. Cuando el Clavero recibió las instrucciones juntó gentes de guerra y se fue contra la fortaleza, que como se ha comentado la tenía Frey Diego Bernal, caballero de San Juan. La tomó por la noche mediante escalas. 


Más tarde se apoderó de ella el celebérrimo bandido Fernán Centeno, señor de Peñaparda, que desde su castillo de Rapapelo situado entre Navasfrías y el Payo asoló parte de la comarca haciéndose fuerte en los castillos de Eljas y de Trevejo.  Hasta que a petición de los Reyes Católicos se retiró a Acebo en 1480, haciendo grandes obras de caridad, y con la tranquilidad de estar bajo la protección del duque de Alba hasta su muerte en Coria y posterior traslado de su cuerpo a la catedral de Ciudad Rodrigo. Aunque según otros datos parece ser que fue obligado por unos nobles a entregar la fortaleza el 26 de junio de 1480.

Durante la invasión francesa fue volado debido a la inseguridad que este tipo de construcciones generaba a la tropa gabacha; ya que solía ser habitual refugio de los guerrilleros que operaban en esta comarca serrana.

lunes, 9 de noviembre de 2015

A TRAVÉS DE LA SIERRA DE GATA, el país del aceite de oro 1929




Me gustaría recomendar a los lectores de este blog uno de los primeros libros que se escribieron sobre Sierra de Gata, si no el primero de ellos. Bajo el pseudónimo del Bachiller de Trevejo, Daniel Berjano escribió este interesante libro en 1929; de apenas 38 páginas cuenta en su interior con unas muy interesantes fotografías de los pueblos de nuestra Comarca, como la que se muestra al pie de esta página.