Mientras sonaban los acordes de un vals corrido,
que era interpretado por un grupo de aficionados a la música, en uno de los
populosos villorrios serranos; una juventud resignada a las múltiples carencias
de la época que les tocaba vivir bailaba desaforada. Ellas buscando a sus
príncipes azules y ellos a la futura madre de sus hijos y compañera eterna.
Como
mandaban los cánones de los tiempos las parejas bailaban en sintonía, con una
mano agarrada y la otra por encima de la cintura; mientras algunos de ellos
dejaban colgar de uno de sus brazos un bastón al que le daban infinidad de usos.
Entre otros convertirlo en arma defensiva en las frecuentes reyertas que se
daban en este tipo de bailes populares.
Joaquín
observaba tranquilo a los que bailaban mientras apuraba sus último cigarro. El
día había sido ajetreado con la pastoría de cabras bajo un sol abrasador; por ello
esa noche prefería ver, lo que popularmente se denominaban, los toros desde la
barrera.
Pasada
media hora echó mano a su petaca en la que guardaba su tabaco de liar para
hacerse un cigarro antes de irse a casa; pero la misma estaba vacía.
Rápidamente oteó el horizonte buscando una cara conocida, hasta que por fin sus
ojos se clavaron en uno de los jóvenes que jugaban a la rayuela en la plaza del
pueblo. Con un silbido estruendoso y un ademán de su cabeza le indicó que
viniese.
-Dimi, ¿Qué quieris?
-Mira a ver dagal, acercati encá
la tía Jorca y cómprami dos realis de tabaco picao y un librillo de papel de
jumar del Rey de Espadas. Toma aquí tienis las perras, y no tardis que me tengu
que ir prontu.
Los
adultos como Joaquín tenían por costumbre, cuando necesitaban alguna cosa,
aprovechar la buena disposición de los más jóvenes para encargarles algún
recado; mientras ellos seguían disfrutando de algunos de los placeres que les permitían
sus ratos de asueto.
Goyín
corrió todo lo que pudo, pues tampoco quería que sus amigos acabasen la partida
sin estar él presente. En menos de un
minuto se encontraba enfrente de la casa de la tía Jorca y dando un
salto penetró en el interior de la misma.
-¡Tía Jorca! ¡Tía Jorca! –gritó
varias veces entre los muros de la humilde vivienda de una mujer astuta, de
pequeña estatura, que comerciaba con todo aquello que caía en sus manos.
-¿Quiené? –preguntó la mujer
mientras hacía acto de presencia desde la más profunda oscuridad de una
habitación que tenía en los bajos de la casa.
-Soy Goyín, tía Jorca. Esqui
traigu un mandau del Joaquín, el trevejano; paqui me venda dos realis de tabaco
picao y un librillo de Rey de Espadas.
-Pos llegas en güen momentu,
acabu de terminar de llenar el sacu con el tabaco que me ha traio el Aguaor y antiel me traju el Emiliano los librillos de
Portugal; pero no se lo cuentis por ahí a naidi, no vaya a ser que me enchirolin,
que tó estu es de contrabandu. ¿Y Tú no Jumas? ¿Ya tienis edad pa jumar, no?
-¿Y las perras, ondi están? A ver
si es qui lo dais gratis –le contestó rápidamente Goyín, sin pararse a darle
más explicaciones a una vieja interesada en hacer un nuevo cliente; y cogiendo
lo que le había encargado Joaquín emprendió rápidamente de nuevo una carrera
para finalizar el mandao y poder así
incorporarse de nuevo al juego con sus amigos.
-Toma aquí tienis –y sin
pensárselo se dio media vuelta con la intención de irse sin pedir nada a
cambio.
-¡Aguarda! Ten un pocu de tabacu paqui
lo jumis con los tus amigus –Y abriendo el paquete le echó un puñado de tabaco
en la mano. ¿Quieris un papelillu pa liarlu?
-¡Quehacer! Pos claru que si no
me toca liarlu con las hojas de las mazarocas o alguna candelita de los nogales,
y ya sabis que con esa yerba se te poni un mareu que pareci que unu se ha bebiu
una arroba de vinu.
Goyín
cogió las dos cosas y salió corriendo al medio de plaza para finalizar la
partida de rayuela con sus amigos. Al poco rato se fueron, él y sus amigos,
detrás de la iglesia y se liaron un par de cigarros con la propina que Joaquín
le había dado; fue el final de una noche iniciática de un tórrido verano del
año 1940.
Autor: CHUCHI del Azevo
2012