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lunes, 14 de noviembre de 2016

EL CONDE ARGENGOL DE URGEL Y SUS CABALLEROS CATALANES EN LA CONQUISTA DE SIERRA DE GATA




La puerta del gran salón palaciego se abrió con su habitual chirriar de bisagras, inmediatamente el Rey de León, Fernando II, entró con su séquito y acto seguido sus fieles paladines tomaron posiciones arremolinándose entorno al improvisado trono del recién conquistado palacio moro de la ciudad de Alcántara. Kantara-ass-Saif o puente de la espada como denominaban los árabes al puente que los romanos construyeron para vadear el río y que servía a su vez para identificar a la ciudad que, hasta hace pocos instantes, había estado en su poder.
                Entre los presentes se encontraban caballeros templarios, nobles de la recién creada Orden de Julián del Pereiro, algunos vecinos cristianos de la conquistada villa de Alcántara, un nutrido grupo de religiosos y por último el Mayordomo Real por el que Rey Fernando sentía especial predilección, el Conde Armengol de Urgel. Caballero que procedente de la llamada Marca Hispánica había roto con la tradición familiar de servir a los nobles catalanes, decidiendo hace muchos años servir al Rey de León.
                Grandes habían sido los servicios que el Conde Armengol había prestado al Rey leonés, por ello el monarca cada vez que tenía ocasión le premiaba con aquello que estuviese en su mano. Esta vez no iba a ser menos, el noble catalán junto con sus hombres, todos caballeros catalanes breados en mil batallas, habían luchado con coraje y valentía desde que partieron de la Corte Leonesa. Habían transcurrido casi tres meses desde esa salida en la que se internaron en tierras extremeñas atravesando el peligroso puerto del Perosín; cerca de allí tuvieron que presentar batalla a las aguerridas tropas moras, que parapetadas tras las murallas de la inaccesible fortaleza de Santibáñez o San Juan de Mascoras, les impedían el avance.
                Su destino último era Alcántara, ciudad que los moros habían convertido en el mayor presidio de la zona. Una vez frente a las murallas de esa villa los primeros en atacar fueron los templarios, a los que los atrincherados seguidores del Profeta ocasionaron bastantes bajas. El segundo ataque lo llevaron a cabo las tropas del Pereiro, y mientras éstos intentaban penetrar en el interior del recinto amurallado mediante unas escalas fijadas en los muros de las murallas; el Conde Armengol de Urgel, junto a Berenguel Arnal, Beltrán de Tarascun, Arnal de Ponte, dio el golpe de gracia a la asediada ciudad abriendo una brecha en la muralla con una catapulta instalada cerca del acceso principal a dicha población. Inmediatamente su hermano Galcerán, auxiliado por Arnal de Savangia, por Pedro de Belvis, por Bernal de Midia y por Ramón de Villalta, penetraron en el interior dando mandobles a diestra y siniestra. Y ante la ferocidad del combate y del envite de aquellos diablos rubios y pelirrojos los muslimes decidieron enarbolar la bandera de la rendición.
La fortuna se había aliado con ellos pues las tropas cristianas se encontraban extenuadas ante los sucesivos combates a los que se habían tenido que enfrentar. Por ese motivo el Rey Fernando estaba tan agradecido a su Mayordomo;  ya que gracias al ahínco y a la vehemencia de él y de sus tropas se habían ahorrado infinidad de vidas.
                El Rey leonés intentó sin embargo ser lo más equitativo posible y por ello decidió en ese acto ceder las fortalezas de San Juan de Mascoras y de Milana, junto a las tierra de Baldarrago, a los caballeros del Temple; y la magnífica villa de Alcántara a su querido Armengol de Urgel, al que nombró capitán de la misma desde ese preciso instante para que la defendiese en un futuro ante el previsible envite islámico que se avecinaba.

Relato basado en el libro Crónica de la Orden de Alcántara, de Alonso Torres Tapias Tomo I, Pág. 65


Autor: CHUCHI del Azevo
abri de 2012
                

viernes, 29 de julio de 2016

LAS CABRAS DE LA CERVIGONA




                Antonio y Timoteo llevaban un par de horas andando desde que salieron de Acebo; atrás habían dejado el Pozo del Tío Borracho y el Regato Pedrero en un día que prometía ser de los más calurosos de un tórrido verano. A su llegada a las Fegas decidieron hacer un receso debajo de una imponente higuera que se encontraba a los pies del prado de la Monja; bajo su sombra se sentaron sobre dos magníficas piedras a la vez que sacaban de sus zurrones un trozo de pan y de tocino que les servirían de almuerzo.
                Antonio le ofreció su bota de vino a Timoteo después de haber bebido un buen trago. Mientras Timoteo alargaba su brazo para cogerla Antonio le preguntó:
-¿Sabes que significa Cervigona?
-No -respondió desinteresadamente Timoteo.
-Pues Cervigona significa refugio del ciervo; ya que la palabra viene del latín cervy, que significa ciervo, y del italiano gonna, que significa abrigo o refugio.
-Pues muy bien -fue toda la respuesta que le dio Timoteo a Antonio y que reflejaba el desinterés de éste por los asuntos culturales.
                Transcurrida una media hora reanudaron su marcha por intrincadas veredas, y caminos angostos, que serpenteaban las laderas de un monte pizarroso; a la vez que cruzaban una y mil veces el cauce de un río de aguas cristalinas. Al cabo de un buen rato llegaron a un imponente desfiladero conocido por el nombre de la librería; ya que la colocación caprichosa de las grandes lajas de pizarra simulaban los cantos de los libros de una inmensa y majestuosa librería. Fue en ese sitio donde Timoteo y Antonio decidieron preparar sus escopetas de caza con las que pretendían matar a unas diez o doce cabras salvajes que habitaban entre los acantilados de ese gran salto de agua que se conocía por el nombre de La Cervigona.


-Es curioso el origen es estas cabras, ¿Verdad?- Preguntó esta vez Timoteo a un concentrado Antonio.
-Realmente curioso –respondió Antonio. Es increíble que una cabra preñada se le pierda entre estos riscos a un pastor, y que éste no sea capaz de localizarla, y que con el paso del tiempo esa cabra para un macho y una hembra, y que transcurridos varios años se hayan reproducido entre ellas y hayan dado lugar a las diez o doce cabras actuales que nos han asegurado los pastores del pueblo que existen aquí.
-Pues sí, yo todavía no doy crédito –contestó un circunspecto Timoteo. Espero que no sea una broma de los del pueblo porque si no la vamos a tener.
                Antonio se levantó y con un gesto le indicó a Timoteo que reanudaban la marcha. Cuando llegaron a los pies de la catarata de agua iniciaron una lenta escalada sobre un terreno inestable y peligroso. A medio camino de su ascenso Antonio localizó a la primera cabra y con una señal de su mano se la enseñó a Timoteo, quien le respondió con una inmensa sonrisa. Al poco rato los cazadores comenzaron a disparar sus escopetas mientras las cabras caían abatidas una tras otra. Una vez cazados los doce ejemplares de los que habían hablado los pastores del pueblo, Timoteo y Antonio, las fueron sacando con una cuerda. Por medio de ésta las fueron izando a una zona en la que les esperaban unos vecinos de la población de Acebo con unas caballerías con las que las transportarían hasta ese pueblo. Al final de la dura jornada Antonio y Timoteo se encontraban exultantes entre los vecinos de esa población, quienes los consideraban unos héroes por la gesta que habían realizado ese día y que ninguno se había atrevido a llevar a cabo.

Relato basado en el libro de Dº Manuel Sousa Bustillo Jálama y su Comarca


Autor: CHUCHI del Azevo
Junio de 2012

     

jueves, 24 de marzo de 2016

HERNÁN CENTENO, "EL TRAVIESO", SEÑOR DEL CASTILLO DE RAPAPELO




Era media tarde y las calles del Azevo se encontraban tranquilas, hasta que un castañear de herraduras sonó cada vez más intenso, y rompió con la parsimoniosa quietud de las callejuelas intrincadas de la población. En ese instante, un par de hombres espigados asomaron al quicio de la puerta, de uno de esos grandes caserones habitados por gentes de realengo y acaudaladas fortunas.
                Uno de ellos se giró y, dejando atrás el umbral de la entrada, trancó suavemente la puerta; mientras el otro aguardaba impaciente a medida que el ruido del trotar de los caballos se hacía cada vez más cercano.
                La intranquilidad del guardián desapareció en el instante mismo en el que divisó a lo lejos la figura de dos jinetes, a los que seguía un carruaje con el escudo del Ducado de Alba.
                -Ya han llegado- gritó el servicial asistente; mientras éste abría la puerta.
                Desde el rellano de la escalera le contestó una voz femenina -en un poquinino baja el amu, dili que esperin, estamus acabandu de vestirlu.
                La manera de hablar de las gentes de estas tierras le continuaba llamando la atención al fiel servidor; a pesar de los años que llevaba conviviendo con ellos. Salió de nuevo y sujetando la brida del caballo de uno de los jinetes les comunicó que en breve bajarían al señor; mientras les ofreció una jarra de agua fresca, que acababa de sacar de una de las tinajas que se guardaban en el sótano de la casa, para que el agua se mantuviese fría.
                -Es de agradecer, el camino desde Coria ha sido largo y con este dichoso polvo trae uno la garganta reseca-contestó el jinete.
                El otro caballero, junto con el cochero y una persona del servicio del Ducado de Alba, que también venía en la comitiva, se acercaron a beber. En ese preciso instante asomó por la puerta, tumbado en una espariuela y acompañado de su hijo, el excelso caballero Dº Fernán Centeno, conocido entre los miembros de la Corte por el sobrenombre de “El Travieso”.
                La senectud y los avatares de su vida habían hecho mella últimamente en su salud; y por ello su amigo el Duque de Alba decidió que lo poco que le quedase de vida, a su leal y fiel servidor, los debería pasar éste en las mejores condiciones posibles en su palacio de Coria. Por dicho motivo había ordenado desplazar este séquito para transportar al guerrero y político; quien en otros tiempos conquistó desde su fortaleza de Rapapelo el castillo de Trevejo y el de Eljas; se enfrentó al hermano de Clavero de la Orden de Alcántara, Dº Hernando de Monroy; y aseguró el trono para la Reina Isabel La Católica, enfrentándose a las tropas portuguesas que asolaron estas tierras y las de la vecina Salamanca, que las pretendían para Dª Juana la Beltraneja.
                Al ínclito paladín, Dº Fernán Centeno, le hubiera gustado pasar estos últimos días de su vida en la acogedora población del Azevo; en la que residía desde que los Reyes Católicos le asignaron una renta vitalicia de 30.000 maravedís por su fidelidad y los servicios prestados a la Corona; pero su estado de salud lo hacía inviable.
Mientras lo introducían sus sirvientes en el carruaje expiró con fuerza, y con la poca energía que le permitían sus pulmones olió por última vez la fragancia del azahar de sus naranjos. Acto seguido giró su cabeza para ver, por entre el hueco que dejaban los que le transportaban, el azul del cielo que se desdibujaba por entre la silueta de su gran amada Jálama; en cuyas cumbres tantas veces había galopado y guerreado, era consciente de que sería la última vez que la vería. Una pequeña sensación de ansiedad le recorrió por la garganta pero sabía que todo era cosa de ese destino que tan bien se había portado con él a lo largo de toda su vida.
                Entre los sollozos del personal, que en estos últimos tiempos le había asistido; los enviados  del Duque de Alba cerraron las puertas del carruaje y dieron la orden de comenzar el viaje. La llegada a Coria de Fernán Centeno sería cuestión de horas, quizás días; así finalizaría la historia de uno de los personajes más bizarros que se han engendrado estas recias tierras.


Autor: CHUCHI del Azevo
2012

miércoles, 28 de octubre de 2015

MAUSOLEO DE LOS GODÍNEZ DE PAZ DE VILLASBUENAS DE GATA

Uno de los sitios más extraños en los que he estado en Sierra de Gata es el Mausoleo de los Godínez de Paz en Villasbuenas de Gata. Las fuerzas telúricas que rodean esa construcción se aprecian desde el mismo instante en el que uno penetra en su interior.
Las energías del más allá nos rodean cuando observamos esas magníficas pinturas de influencia pompeyana en el interior del edificio y que a pesar del estado de abandono se conservan con un frescura como el primer día en que el artista las finalizó.


El mausoleo tiene un tamaño tal que incluso se puede divisar desde el aire. Impresiona el derroche de esfuerzo y dinero empleado en su construcción, máxime si nos paramos a pensar en unas épocas en las que las necesidades de la población local eran abundantes y éstos carecían hasta de las necesidades más básicas.


Pero el lugar en el que confluyen todo tipo de energías, tanto positivas como negativas, es la cripta que se encuentra en un nivel inferior. En ella se pueden apreciar las hornacinas en las que fueron depositados los restos de esas gentes poderosas que levantaron tan singular edificio. Expoliada por el abandono al que ha sido sometida la cripta nos envuelve, nos atrapa y seduce; hasta que al cabo de estar unos minuto en ella nos transmite una intranquilidad que nos invita a alejarnos para que el silencio y la calma vuelvan a este lugar.



domingo, 5 de enero de 2014

UN VALS CORRIDO, UNA PARTIDA DE RAYUELA Y TABACO PICAO PA JUMAR




Mientras sonaban los acordes de un vals corrido, que era interpretado por un grupo de aficionados a la música, en uno de los populosos villorrios serranos; una juventud resignada a las múltiples carencias de la época que les tocaba vivir bailaba desaforada. Ellas buscando a sus príncipes azules y ellos a la futura madre de sus hijos y compañera eterna.
                Como mandaban los cánones de los tiempos las parejas bailaban en sintonía, con una mano agarrada y la otra por encima de la cintura; mientras algunos de ellos dejaban colgar de uno de sus brazos un bastón al que le daban infinidad de usos. Entre otros convertirlo en arma defensiva en las frecuentes reyertas que se daban en este tipo de bailes populares.
                Joaquín observaba tranquilo a los que bailaban mientras apuraba sus último cigarro. El día había sido ajetreado con la pastoría de cabras bajo un sol abrasador; por ello esa noche prefería ver, lo que popularmente se denominaban, los toros desde la barrera.
                Pasada media hora echó mano a su petaca en la que guardaba su tabaco de liar para hacerse un cigarro antes de irse a casa; pero la misma estaba vacía. Rápidamente oteó el horizonte buscando una cara conocida, hasta que por fin sus ojos se clavaron en uno de los jóvenes que jugaban a la rayuela en la plaza del pueblo. Con un silbido estruendoso y un ademán de su cabeza le indicó que viniese.
-Dimi, ¿Qué quieris?
-Mira a ver dagal, acercati encá la tía Jorca y cómprami dos realis de tabaco picao y un librillo de papel de jumar del Rey de Espadas. Toma aquí tienis las perras, y no tardis que me tengu que ir prontu.
                Los adultos como Joaquín tenían por costumbre, cuando necesitaban alguna cosa, aprovechar la buena disposición de los más jóvenes para encargarles algún recado; mientras ellos seguían disfrutando de algunos de los placeres que les permitían sus ratos de asueto.
                Goyín corrió todo lo que pudo, pues tampoco quería que sus amigos acabasen la partida sin estar él presente. En menos de un  minuto se encontraba enfrente de la casa de la tía Jorca y dando un salto penetró en el interior de la misma.
-¡Tía Jorca! ¡Tía Jorca! –gritó varias veces entre los muros de la humilde vivienda de una mujer astuta, de pequeña estatura, que comerciaba con todo aquello que caía en sus manos.  
-¿Quiené? –preguntó la mujer mientras hacía acto de presencia desde la más profunda oscuridad de una habitación que tenía en los bajos de la casa.
-Soy Goyín, tía Jorca. Esqui traigu un mandau del Joaquín, el trevejano; paqui me venda dos realis de tabaco picao y un librillo de Rey de Espadas.
-Pos llegas en güen momentu, acabu de terminar de llenar el sacu con el tabaco que me ha traio el Aguaor y  antiel me traju el Emiliano los librillos de Portugal; pero no se lo cuentis por ahí a naidi, no vaya a ser que me enchirolin, que tó estu es de contrabandu. ¿Y Tú no Jumas? ¿Ya tienis edad pa jumar, no?
-¿Y las perras, ondi están? A ver si es qui lo dais gratis –le contestó rápidamente Goyín, sin pararse a darle más explicaciones a una vieja interesada en hacer un nuevo cliente; y cogiendo lo que le había encargado Joaquín emprendió rápidamente de nuevo una carrera para finalizar el mandao y poder así incorporarse de nuevo al juego con sus amigos.
-Toma aquí tienis –y sin pensárselo se dio media vuelta con la intención de irse sin pedir nada a cambio.
-¡Aguarda! Ten un pocu de tabacu paqui lo jumis con los tus amigus –Y abriendo el paquete le echó un puñado de tabaco en la mano. ¿Quieris un papelillu pa liarlu?
-¡Quehacer! Pos claru que si no me toca liarlu con las hojas de las mazarocas o alguna candelita de los nogales, y ya sabis que con esa yerba se te poni un mareu que pareci que unu se ha bebiu una arroba de vinu.
                Goyín cogió las dos cosas y salió corriendo al medio de plaza para finalizar la partida de rayuela con sus amigos. Al poco rato se fueron, él y sus amigos, detrás de la iglesia y se liaron un par de cigarros con la propina que Joaquín le había dado; fue el final de una noche iniciática de un tórrido verano del año 1940.


Autor: CHUCHI del Azevo
2012



CRÓNICAS DEL CONTRABANDO EN SIERRA DE GATA





                 Era noche cerrada en Acebo, una densa niebla cubría todas sus calles; impidiendo ésta ver más allá de un metro de distancia. Aún así, Emiliano y su cuñado Macario se habían arriesgado a entrar en el pueblo con una pesada carga de azúcar, café y pan a sus espaldas, traído todo ello desde el vecino Portugal.
                Ambos habían recorrido decenas de kilómetros desde Idanha a Velha donde habían pagado la mercancía con una carga llevada hasta allí de wolframio, que habían sacado de contrabando de la mina la Juliana.
                La operación prometía convertirse en un éxito sin precedentes y ambos sabían que la parte más dura ya la habían superado; ya que habían dejado atrás a los temibles guardiñas portugueses; agentes de la autoridad de gatillo fácil que no se conformaban con la requisa de la carga.
                En una de las callejas, cerca del Arenal, decidieron hacer un alto en el camino, uno de ellos se quedó vigilando la carga; mientras el otro hacía una última exploración del camino a casa. Al rato estaba de vuelta, tomaron de nuevo las mochilas con la preciada carga y en un santiamén estaban en el interior de la casa de Emiliano.
                La mujer de éste y sus hijos estaban impacientes esperándole. En cuanto se quitaron las mochilas, los hijos, la mujer y cuñada procedieron a sacar la mercancía y a esconderla en los sitios más insospechados, dejando para lo último el azúcar. Mientras tanto, Emiliano y Macario, llenaron una jarra de vino, cortaron un chorizo y un chusco de pan con el fin de cenar algo.
                En ese preciso instante un estruendoso aporreamiento en la puerta de la casa puso en alerta a todos; un escalofrío les recorrió el cuerpo, ninguno esperaba visita alguna esa noche.
                Emiliano con un gesto le indicó a su esposa que preguntase quién venía a estas horas; ella obedientemente se dirigió hasta la puerta y preguntó con voz temblorosa:
-¿Quién es?
                Al otro lado se escuchó una voz firme que gritó secamente:
-¡Guardia Civil, abran la puerta!
                En ese momento Macario y Emiliano casi se añusgan con el sorbo que acababan de darle al vaso de vino.
                La cuñada de Emiliano y los hijos de éste cogieron el azúcar sin saber dónde esconderla. Emiliano y Macario ante el dilema y el peligro de que descubriesen toda la operación les indicaron finalmente que la echasen en las tinajas de agua, mientras ellos procedían a saltar por una de las ventanas traseras de la casa para que no les encontrasen.
                Al poco rato la mujer de Emiliano abría la puerta y dirigiéndose a los guardias les preguntó:
-¿Qué se les ofrece a estas horas?
-Venimos a informarles para que tomen todas las precauciones necesarias ya que hemos sido informados de que en la zona se cree que hay un grupo de maquis; en el supuesto de que viesen algo sospechoso es obligatorio que nos informen lo antes posible, ya saben que encubrir y ayudar a esos delincuentes está penado con la muerte.
-Muy bien- dejo caer mediante un suspiro la mujer de Emiliano. Así lo haremos si realmente vemos algo extraño.

                Los agentes se dieron la vuelta y protegidos con sus capotes invernales se dejaron perder entre la espesa niebla. Al fin la mujer de Emiliano pudo cerrar la puerta y entre las risas de todos los presentes se prepararon para beber durante los próximos días agua azucarada y preparar su tradicional café de puchero con esa agua dulzona.

Autor: CHUCHI del Azevo
Agosto 2012