lunes, 12 de octubre de 2020

UNA GENEROSIDAD MAL ENTENDIDA

 


El Tío Vitorio estaba que trinaba; su mujer, la Tía Eleuteria, había agotado su paciencia; lo que empezó siendo un acto de generosidad se había convertido en un derroche sin sentido.

El Tío Vitorio era un afamado pescador de río acebano que había hecho de esta tradición una forma de vida. Con sus trasmallos y con el ambui no había pez, por muy grande que éste fuese, que se le resistiese; ni por muy profundo que fuesen los charcos o por muy inaccesibles que fuesen éstos. 

De los pescadores de Acebo, había varios, era siempre el que más y mejores peces capturaba en los intrincados ríos de Sierra de Gata. Pero esa buena fortuna se trocaba cada vez que llegaba a su casa con las capturas del día. Su mujer, la Tía Eleuteria, tenía por costumbre regalar los mejores peces a vecinos, familiares y amigos, dejando los más pequeños y peores para la venta, por lo que todo el esfuerzo del Tío Vitorio se iba al traste; ya que las ganancias cada vez eran más pequeñas.

El Tío Vitorio nunca le quiso decir nada a su mujer, estaba profundamente enamorado de ella y no le quería dar disgusto alguno, por ello ideó una artimaña para ver si era capaz de hacerla ver en el error en el que estaba incurriendo.

Una mañana, quizás de las más calurosas del verano, le dijo:

-Eleuteria, estoy pensando que sería bueno que hoy me acompañases de pesca.

-¿Y eso?. Preguntó extrañada la generosa mujer.

-Tengo que ir lejos y voy a necesitar algo de ayuda; las pozas donde tengo por costumbre pescar tienen pocos peces este año, y me temo que el ir sería en vano, por ello estoy pensando desplazarme más lejos, a las Potras.

-¿Y no tienes a algún compañero de faena que te acompañe?. Preguntó ella intentando evadir una tarea que intuía que le iba a desagradar.

-Si llamo a alguien para que me acompañe tendré que partir con él las capturas y el día no será nada rentable. Con esa respuesta el Tío Vitorio le dejaba entrever cual era el fin principal de tanto sacrificio.

-¡Bueno……¡, si no queda otro remedio te acompañaré. Respondió con resignación la pobre mujer.

                Una vez que el tío Vitorio preparó todos los aparejos de pesca, le dio a su mujer el covanillo donde iban los ambuis. Él llevaría los trasmallos, que era lo más pesado de todo. La marcha se inició temprano y durante horas anduvieron por veredas y caminos inaccesibles. Una vez en el río le dijo a su esposa que empezase a machacar el ambui y que una vez hechas las bolas las dejase a sol para que se secasen.

                Cuando el tío Vitorio volvió su esposa no paraba de sudar, había conseguido triturar todo el ambui y había hecho unas doce bolas, las suficientes para capturar todos los barbos y bogas de una gran charca que había visto.

Con un gesto le indicó a Eleuteria que le siguiese, una vez en la charca levantaron un par de paredes con los trasmallos y con el tercero, él por una punta y su mujer por la otra, comenzaron a barrer el río. La cesta no paraba de llenarse de peces y Eleuteria le decía a su marido una vez tras otra que ya era bastante, que no iban a poder con tanta pesca; pero el tío Vitorio quería aprovechar este día de fortuna.

                Al final de la jornada habían capturado unos setenta kilos, incluso en los trasmallos había caído algún galápago que era lo que más repulsión le daba a Eleuteria. El tío Vitorio empezó a llenar los sacos, que habían traído, con la pesca obtenida. Una vez llenos le dio el más pequeño a su esposa, portando él el de mayor tamaño. El regreso a Acebo fue una auténtica tortura para Eleuteria.

                Cuando llegaron a la casa el tío Vitorio le dijo a su esposa que fuese a avisar a sus vecinos, familiares y amigos para darles alguno de los peces que habían capturado y así celebrar el éxito de un día tan provechoso. A lo que la Tía Eleuteria, con un desagradable tono de indignación, respondió:

-¡De eso nada¡. Con lo mal que lo he pasado como para regalar ahora el pescado.

                El tío Vitorio se dio la vuelta con una amplia sonrisa en su rostro y con una sensación de satisfacción difícil de explicar; por fin había hecho comprender a su mujer que ellos vivían de ese trabajo y que regalar los frutos de tanto sacrificio en nada les beneficiaba.

 

Fuente Tradición Oral de Acebo.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 


DE CABALLEROS Y CIMARRONES GATEÑOS EN LA DEFENSA DE CIUDAD RODRIGO

 




Junto a la fuente, en la que fue esculpida el águila Bicéfala del escudo de Carlos I como agradecimiento por el apoyo a la Corona de la leal Villa de Gata en la guerra contra los Comuneros, Guerra Hontiveros observaba como los voluntarios de la milicia gateña preparaban sus pertrechos, con el objetivo de acudir a la llamada de auxilio lanzada por el Mariscal de Campo, Andrés Pérez de Herrasti, quien se encontraba sitiado en Ciudad Rodrigo por la tropas francesas.

El día anterior no fueron necesarios grandes discursos, ni palabras emotivas para estimular la adhesión a la milicia gateña. Los vecinos, jóvenes y mayores, ardían en deseos de venganza. Quien más, quién menos había sufrido en sus carnes los desmanes de los gabachos; y si uno se daba una vuelta por la población, los rescoldos de las casas incendiadas y de los templos sagrados todavía se encontraban vivos.

Guerra Hontiveros era consciente de que esta convocatoria llegaría más tarde, o más temprano; sobre todo, desde que meses atrás había mantenido una reunión clandestina a las afueras de Gata con el Empecinado y el Cura Merino; en la que le anticipaban el duro enfrentamiento que se libraría en Ciudad Rodrigo con el apoyo de tropas británicas y portuguesas.

Alzó la vista a lo lejos y divisó un borrón en el horizonte, eran los restos de la Torre Almenara, pensó por un instante en aquellos aguerridos caballeros de otros tiempos que parapetados tras los muros de esa torre defendieron hasta el último instante esa posición de las razzias de ejércitos foráneos. Acto seguido se incorporó y con voz atronadora dio la orden de ponerse en marcha y de despedirse de los familiares.

Las mujeres entre sollozos abrazaron a padres, hijos y hermanos, mientras los más pequeños jugaban entre las piernas de los adultos a franceses y españoles con espadas y escopetas de madera. 

Pocos regresarían de aquél enfrentamiento, tan sólo el insigne Jefe de la Milicia Gateña junto a unos cuantos leales, quienes jamás perdonarían a los ingleses, y en especial al Duque de Wellington, el que en el último instante les dejasen abandonados a merced de las tropas imperiales; impidiendo al general británico Robert Craufurd, quien se encontraba en Gallegos, el que partiese para auxiliar a las tropas españolas que defendían a sangre y fuego la fortaleza inexpugnable de Ciudad Rodrigo.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Guerra Hontiveros “relato basado en la obra de Guerra Hontiveros “la villa de Gata”

Marzo de 2012

 




EL LICENCIADO VIDRIERA Y EL VINO DE DESCARGAMARÍA

 


Allí se embarcaron en cuatro galeras de Nápoles, y allí notó también Tomás Rodaja la extraña vida de aquellas marítimas casas, a donde lo más del tiempo maltrataban las chinces, robaban los forzados, enfadan los marineros, destruyen los ratones y fatigan las maretas. Pusiéronle temor las grandes borrascas y tormentas, especialmente en el golfo de León, que tuvieron  dos, que la una los echó en Córcega y la otra los volvió a Tolón, en Francia. En fin, trasnochados, mojados y con ojeras, llegaron a la hermosa y bellísima ciudad de Génova, y desembarcándose en recogido mandrache, después de haber visitado una iglesia, dio el capitán con sus camaradas en una hostería, donde pusieron en olvido todas las borrascas pasadas con el presente gaudeamus.

                Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la ninerca del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma, la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y apazabilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza del Romanesco. Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la Imperial más que Real Ciudad, recámara del Dios de la risa; ofreció a Esquivas, a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se olvidase de Ribadavia y de Descargamaría. Finalmente, más vinos nombró el huésped, y más les dio, que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco.

 

Relato de Miguel de Cervantes El Licenciado Vidriera.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Julio de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS VI

 


Habían transcurrido quince días desde el encontronazo con los guardias civiles y Emiliano y Macario habían procurado pasar lo más desapercibidos posible; aunque eran conscientes de que eran observados y sus pasos controlados. A pesar de ello seguían con la idea de recuperar las mulas y la mercancía a la más mínima oportunidad, y parecía que iban a tener suerte; pues los guardias del cuartel de Acebo habían recibido instrucciones de sus superiores del cuartel de Perales del Puerto para que sacasen a subasta todos los bienes decomisados.

                Emiliano y Macario pensaron durante ese tiempo cómo pujar en la subasta y evitar que nadie más se hiciese con unos bienes que consideraban de su propiedad. Al final llegaron a la conclusión de que lo mejor que podían hacer era buscar a un tercero que hiciese de testaferro para que pujase en la subasta por las mulas y la mercancía; mientras ellos se encargaban de hacer correr el rumor, o advertencia, para que nadie más hiciese ofertas en esa puja. Costumbre que solía ser habitual entre los contrabandistas de la localidad.

                Ese testaferro o testaferros serían: por un lado el comerciante que iba a vender la carga en su establecimiento y al que al final habían convencido para que pujase por la misma, y por otro lado unos vecinos venidos de Torre de don Miguel que se encargarían de realizar una oferta por las mulas.

                A la hora convenida el alguacil del Ayuntamiento de Acebo hizo sonar su corneta convocando a todos los interesados a la subasta que iba a tener lugar en los soportales del Ayuntamiento de la localidad. No era la primera subasta que se hacía en ese lugar; ya que en los años previos a la guerra civil sus ciclópeas columnas fueron testigos mudas de numerosas ventas de productos y bienes decomisados a la infinidad de contrabandistas que operaban desde Acebo; que por aquellas fechas fue el centro más importante de contrabando de toda Sierra de Gata; ya que después de la guerra le había arrebatado ese privilegio Torre de don Miguel.

                La asistencia al acto fue multitudinaria, la tensión se mascaba en el ambiente y la duración del mismo se preveía larga.  Las miradas intimidatorias de advertencia de los contrabandistas hacia el público asistente provocó que más de uno abandonase la subasta; sin embargo esa advertencias iban dirigidas al guía de un grupo contrabandista rival del que sospechaban era el confidente de los agentes.

                Lo primero que se subastó fue la mercancía y el comerciante de la localidad no tuvo problemas para hacerse con la misma; ya que tan sólo recibió una única oferta, la suya. Sin embargo las mulas que parecía que sería lo que menos ofertas recibiese, se convirtió en el objeto deseado de ambos grupos rivales de contrabandistas. Por ese motivo se habían personado los dos vecinos de Torre de don Miguel, para evitar que esas mulas cayesen en otras manos que no fuesen las suyas; ya que realmente esos animales se los habían arrendado a Emiliano y a Macario para realizar ese trabajo.

                Estas acémilas eran unos équidos especialmente entrenadas por ellos para detectar la presencia de agentes uniformados cuando se las usaba en tareas de contrabando; por este motivo los torrezneros tenían un interés especial en ellas. A su vez los guardias del cuartel de Acebo estaban deseando deshacerse de las mismas; ya que ninguno de ellos se atrevía a acercarse a los animales, porque cada vez que lo intentaban eran recibidos con una lluvia de coces, que al que cogiese desprevenido le dejaba varios de baja.

                Finalmente las normas no escritas entre contrabandistas finiquitó la subasta de las mulas a favor de los dos vecinos de Torre de don Miguel. Los guardias sospechaban que la misma estuvo controlada desde un principio por aquellos que perdieron la carga; pero no pudieron hacer nada al respecto, ya que no había manera de demostrar los vínculos entre unos y otros.

                Con el tiempo Emiliano y Macario recibieron el dinero que le correspondía por ese trabajo; aunque en esta ocasión se les descontó el dinero que se había pagado en la subasta por la mercancía y las mulas.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Agosto de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS V

 


Emiliano había terminado como de costumbre la partida de tabas con sus amigos; se despidió de ellos y tras una larga carrera llegó a su casa, en el otro extremo del pueblo. Su madre le estaba esperando en la cocina con un gran cuenco de leche migada que sabía que era lo que más le gustaba a su ojito derecho.

                El joven Emiliano no tardó ni un santiamén en apurar la deliciosa cena que su madre le había puesto encima de la mesa de la cocina. La leche de cabra había saciado su apetito y su fuerte sabor le adormeció la boca durante un buen rato. De inmediato comenzó con sus habituales bostezos, hasta que poco a poco la somnolencia se fue apoderando de él; pero el afán por pasar los últimos minutos del día junto a su madre vencía su voluntad de irse a acostar. Hasta que su madre, como buena madre que era, le daba un enorme beso y lo apichuchaba de forma cariñosa entre sus gruesos brazos; entonces, sólo entonces, Emiliano entendía que su hora de dormir había llegado.

                En una habitación, al fondo de la cada, dormían él y sus dos hermanos pequeños en una misma cama. Se desvistió todo lo rápido que pudo y de un salto se introdujo en el camastro procurando no despertar a los más pequeños de la casa. Al poco rato los tres retoños roncaban rítmicamente; mientras la madre terminaba de hacer las últimas tareas domésticas.

                Al cabo de varias horas la casa se encontraba en un mutismo absoluto, y así fueron transcurriendo las horas; hasta que un  fuerte golpe y unas pisadas en el sobrao de la casa, que hacía las veces de pajar, despertó al joven Emiliano. Éste se levantó lentamente e inconscientemente se armó de valor y saliendo por la puerta de la cocina que daba al corral de la casa fue subiendo poco a poco las escaleras de madera que conducían a la parte superior del gran caserón familiar. La luna llena de aquella fría noche del mes de enero le permitía ver todo como si lo alumbrase con una de aquellas velas que su madre siempre guardaba en una de las alacenas de la despensa de la casa. Cuando por fin llegó al sobrao una voz áspera le dejó gélido:

-! Rapaz tranquilo!, ¡não se preocupe!,  ¡nós somos amigos de seu pai!,  ¡têm vindo a fazer negócio com ele!

                Emiliano entendió rápidamente que el individuo escondido era portugués y a golpe de vista pudo contar a otros diez más que se protegían del frío con unas gruesas mantas de lana. Enseguida le vino a la cabeza que su padre se traía con aquellas gentes alguno de sus típicos tratos que de vez en cuando le reportaban a la familia pingües beneficios.

                Bajó pausadamente por las escaleras y por si acaso, una vez dentro de la casa, cerró la puerta con el doble pestillo. Cuando se metió en la cama se acurrucó lo más que pudo al lado de sus hermanos pequeños, que a esas horas dormían como auténticos discípulos de Morfeo.

                Al día siguiente, cuando se despertó y bajó al corral de la casa, pudo comprobar que no había nadie en el sobrao y tampoco se encontraban los diez sacos de mineral que su padre había ido acumulando en el corral de la casa en el último mes.

Autor: CHUCHI del Azevo 

Octubre de 2012

 


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANSISTAS IV

 


Al final Emiliano y Macario liquidaron con el comerciante y los vecinos de Torre de don  Miguel la operación de contrabando que había sido intervenida por la guardia civil. Todos habían salido ganando a pesar del contratiempo en el que se vieron envueltos.

                Con una buena cantidad de dinero en los bolsillos se dirigieron por entre las intrincadas calles de la Torrita a uno de los casinos de la plaza del pueblo; para disfrutar de lo que más les gustaba a los dos, una partida de Gilé.

                El casino presentaba el aspecto habitual de un sábado por la tarde; una densa nube de humo de tabaco lo invadía todo; las mesas colocadas de manera anárquica por todo el salón servían a unos y a otros para las más diversas actividades; y al fondo del inmenso salón, una rústica barra hacía las veces de púlpito al encargado de Baco.

                Emiliano y Macario pasaron lentamente por entre las mesas; cuando se aproximaban a la que se encontraban sentados el Jefe de los Carabineros y el anterior Alcalde de la localidad, éste último les hizo un gesto indicándoles que se sentasen. Emiliano y Macario no lo dudaron y sentándose uno enfrente del otro dieron comienzo a la ansiada partida. El Jefe de Carabineros fue el encargado de repartir los naipes.

                Llevaban cerca de una hora jugando y la fortuna se había aliado con Emiliano; sin embargo habían acordado entre todos que esta mano sería la última de esta partida. En el centro de la mesa había unas cinco mil pesetas, una cantidad de dinero desorbitada para ese terrible año de posguerra que era 1946; pero a Emiliano, a Macario, al Jefe de Carabineros y al antiguo Alcalde les gustaba jugar fuerte; por ese motivo nadie, salvo otros contrabandistas locales, se atrevía a sentarse a jugar con ellos. En ese preciso instante hizo acto de presencia en el salón el actual Alcalde, un ser odiado por todos, el típico arribista que había coqueteado con todas las tendencias política de los años treinta para convertirse en la actualidad en un firme defensor del actual régimen.

                Cuando vio a los cuatro tahúres, sus ojos sanguinolentos se le salían de las órbitas y de cuatro zancadas se puso a la altura del Jefe de Carabineros, a quien con tono crispado espetó:

-¡Vergüenza le debería dar a Usted estar juagando con estos contrabandistas que con sus actuaciones arruinan a la Hacienda Pública Nacional!

                El Jefe de Carabineros no sabía dónde esconderse y tan sólo fue capaz de musitar:

-Bueno……., verá Usted…..

-¡Calle! -Le interrumpió el crispado Alcalde. Venga recojan los naipes y váyanse si no quieren que avise a la guardia civil para que les detenga a todos.

                Los cuatro callaron, no querían ningún tipo de enfrentamiento con tal personaje, del que conocían su carácter totalitario y vengativo. Mientras se levantaban de las sillas Emiliano alargó su mano para recoger las cinco mil pesetas que estaban encima de la mesa; pero en ese momento dicho alcalde le ordenó:

-¡Deje ese dinero encima de la mesa, queda requisado por la autoridad municipal!

                Pero Emiliano no estaba dispuesto a permitir que le quitasen de esa manera tal cantidad de dinero, y mientras el Jefe del Consistorio hacía ademán de requisar el dinero Emiliano replicó:

-¡Eso será por encima de mi cadáver!, dese por satisfecho con habernos interrumpido la partida, el dinero es otra cuestión. Y cogiendo los billetes con su mano izquierda los introdujo en uno de sus bolsillos; mientras con la mano derecha asía el cuchillo que siempre llevaba en la parte trasera de su cintura.

                Antes de hacerles abandonar el salón; el Alcalde, y ante la humillación sufrida delante de todos, amenazó al Jefe de Carabineros y a su predecesor con unas palabras que los dejó gélidos:

-Sepan Ustedes que de todo esto tendrá noticias el Gobernador Civil de la provincia de Cáceres.

                Los cuatro le dieron la espalda y dejándole solo ante la mirada atónita del resto de clientes salieron por la puerta intentando olvidar el incidente con un individuo al que despreciaban la mayor parte de los vecinos de la localidad.

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012    


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS III

 


¡Colchas!, ¡Tolhas de mesa!, ¡Teciados!, ¡Sábanas! Así solía despertar la valverdeña tía Cadiada a los vecinos de Acebo el tercer sábado de mes. Con una cesta a la cintura y otra encima de la cabeza donde portaba el género que ofrecía a las amas de casa y a las mozas casaderas;  recorría, la pobre mujer, la nada desdeñable distancia desde Valverde del Fresno hasta Acebo durante varios días; haciendo pequeñas escalas en los pueblos de San Martín de Trevejo, Villamiel y Hoyos, antes de llegar a su destino final.

Anastasia solía esperar impaciente su llegada y más este mes que había conseguido una buena cantidad de mineral en una de las minas del arroyo Jocino. Su esfuerzo le había costado, y varias noches en vela; ya que su hermano y ella se habían desplazado hasta esa mina por la noche y siempre después de finalizadas su tareas en el campo. La explotación minera pertenecía a un vecino de Acebo y ellos acudían a la luz de la luna al rebusco o a explotar alguna veta de mineral olvidada sin que el dueño de la misma se enterase.  

La última parada de la tía Cadiada en Acebo siempre la hacía a la altura del Crucero del Cristo, enfrente de la Ermita del Cordero Bendito. Allí, sobre los pequeños peldaños del Crucero exponía sus artículos y de inmediato se veía rodeada por un séquito de féminas a las que se les iluminaban los ojos al contemplar las telas que esta mujer solía conseguir en los pueblos limítrofes de Portugal.

Anastasia en cuanto escuchó los gritos y el revuelo en el barrio del Cristo, se dirigió a la alacena de su cocina y cogió el mineral que había envuelto el día anterior en un trapo viejo. Salió de la casa con sus dos kilos aproximados de wolframio y en menos de dos minutos se encontraba entre el bullicio que la presencia de la tía Cadiada solía levantar en esta barriada acebana. Este rincón apartado de este pueblo era de los más rentables para esta pequeña mujer valverdeña; pues muchas de las mujeres que allí vivían solían hacer lo mismo que Anastasia, ir al rebusco del mineral para luego canjearlo por algún artículo del que se enamorasen.

-¡Bom día! –Saludó la tía Cadiada a la joven Anastasia con su tradicional expresión luso-extremeña.

-¡Buenos días! –le respondió la joven. ¿Qué cosas guapas nos traes esta semana?, ¿Te acordaste de la colcha que te encargué la semana pasada?

-Claro que sí moza, mira aquí la tienes. Y alargándosela con su mano se la entregó a la joven, que enseguida procedió a analizar con las yemas de sus dedos la tela y con la uña de su pulgar el estampado de la colcha.

-¿Cuánto pides por ella?

-¿Qué tienes para ofrecerme a cambio? –respondió ágilmente la tía Cadiada.

-Mira aquí tengo unos dos kilos de mineral que yo creo que es lo que vale esta colcha. Esta vez Anastasia no se paró a regatear; ansiaba la colcha que era la última prenda que le hacía falta para su ajuar.

-Es mu poquino moza –le respondió la hábil comerciante valverdeña. Es una colcha muy buena algo más me tendrías que dar, sabes que lo vale y además sabes que el precio del mineral cada vez está más bajo.

-¡Vamos mujer! –le respondió una indignada joven. Con todo lo que te he comprado hasta ahora no me vas a dar la colcha por el mineral que te he traído, después del trabajo que me ha costado. Y  haciendo ademán de irse amagó con recoger la tela que envolvía el mineral.

-¡Espera! –Le espetó la valverdeña. Venga qué le vamos a hacer unas veces se gana y otras se pierde; ya que he venido hasta aquí cargada con la colcha no me voy a ir otra vez con ella, quédatela y si eso el mes que viene me traes un poquito más de mineral y en paz.

                Una pletórica Anastasia cogió la colcha y despidiéndose de la tía Cadiada regresó rápidamente a su casa para ver cómo quedaba la colcha encima de una de las camas de su hogar. Por fin Anastasia había conseguido uno de sus mayores deseos, completar el ajuar para su futura boda.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012