¡Colchas!,
¡Tolhas de mesa!, ¡Teciados!, ¡Sábanas! Así solía despertar la valverdeña tía
Cadiada a los vecinos de Acebo el tercer sábado de mes. Con una cesta a la
cintura y otra encima de la cabeza donde portaba el género que ofrecía a las
amas de casa y a las mozas casaderas;
recorría, la pobre mujer, la nada desdeñable distancia desde Valverde del
Fresno hasta Acebo durante varios días; haciendo pequeñas escalas en los
pueblos de San Martín de Trevejo, Villamiel y Hoyos, antes de llegar a su
destino final.
Anastasia
solía esperar impaciente su llegada y más este mes que había conseguido una
buena cantidad de mineral en una de las minas del arroyo Jocino. Su esfuerzo le
había costado, y varias noches en vela; ya que su hermano y ella se habían
desplazado hasta esa mina por la noche y siempre después de finalizadas su
tareas en el campo. La explotación minera pertenecía a un vecino de Acebo y
ellos acudían a la luz de la luna al rebusco o a explotar alguna veta de
mineral olvidada sin que el dueño de la misma se enterase.
La última
parada de la tía Cadiada en Acebo siempre la hacía a la altura del Crucero del
Cristo, enfrente de la Ermita del Cordero Bendito. Allí, sobre los pequeños
peldaños del Crucero exponía sus artículos y de inmediato se veía rodeada por
un séquito de féminas a las que se les iluminaban los ojos al contemplar las
telas que esta mujer solía conseguir en los pueblos limítrofes de Portugal.
Anastasia en
cuanto escuchó los gritos y el revuelo en el barrio del Cristo, se dirigió a la
alacena de su cocina y cogió el mineral que había envuelto el día anterior en
un trapo viejo. Salió de la casa con sus dos kilos aproximados de wolframio y
en menos de dos minutos se encontraba entre el bullicio que la presencia de la
tía Cadiada solía levantar en esta barriada acebana. Este rincón apartado de
este pueblo era de los más rentables para esta pequeña mujer valverdeña; pues
muchas de las mujeres que allí vivían solían hacer lo mismo que Anastasia, ir
al rebusco del mineral para luego canjearlo por algún artículo del que se
enamorasen.
-¡Bom día! –Saludó la tía Cadiada
a la joven Anastasia con su tradicional expresión luso-extremeña.
-¡Buenos días! –le respondió la
joven. ¿Qué cosas guapas nos traes esta semana?, ¿Te acordaste de la colcha que
te encargué la semana pasada?
-Claro que sí moza, mira aquí la
tienes. Y alargándosela con su mano se la entregó a la joven, que enseguida
procedió a analizar con las yemas de sus dedos la tela y con la uña de su
pulgar el estampado de la colcha.
-¿Cuánto pides por ella?
-¿Qué tienes para ofrecerme a
cambio? –respondió ágilmente la tía Cadiada.
-Mira aquí tengo unos dos kilos
de mineral que yo creo que es lo que vale esta colcha. Esta vez Anastasia no se
paró a regatear; ansiaba la colcha que era la última prenda que le hacía falta
para su ajuar.
-Es mu poquino moza –le respondió
la hábil comerciante valverdeña. Es una colcha muy buena algo más me tendrías
que dar, sabes que lo vale y además sabes que el precio del mineral cada vez
está más bajo.
-¡Vamos mujer! –le respondió una
indignada joven. Con todo lo que te he comprado hasta ahora no me vas a dar la
colcha por el mineral que te he traído, después del trabajo que me ha costado.
Y haciendo ademán de irse amagó con
recoger la tela que envolvía el mineral.
-¡Espera! –Le espetó la
valverdeña. Venga qué le vamos a hacer unas veces se gana y otras se pierde; ya
que he venido hasta aquí cargada con la colcha no me voy a ir otra vez con
ella, quédatela y si eso el mes que viene me traes un poquito más de mineral y
en paz.
Una
pletórica Anastasia cogió la colcha y despidiéndose de la tía Cadiada regresó
rápidamente a su casa para ver cómo quedaba la colcha encima de una de las
camas de su hogar. Por fin Anastasia había conseguido uno de sus mayores
deseos, completar el ajuar para su futura boda.
Autor: CHUCHI del
Azevo
Septiembre de
2012
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