Cuentan los más
sabios del lugar que allá, en la localidad de Eljas, los moros en su
precipitada huida, ante las razzias de los ejércitos cristianos comandados por
aquel Rey hispano llamado Ordoño I, escondieron un inmenso tesoro de ricas
telas tejidas con finos hilos de oro y plata; adornadas, éstas, con exquisita
pedrería: rubíes, diamantes, etc…..
El lugar escogido por los
discípulos del Profeta para ocultarlo fue una fuente llamada de los Haberes o
Habeleras y como guardián del mismo se ofreció voluntario el Principe Al-Hakim.
A quien el taumaturgo Abdel Azîm convirtió en un bello gallo de áureos plumajes;
adornado todo él con amatistas y zafiros. Alrededor de su cuello le impuso un
collar con doce cascabeles cincelados en platino.
Bajo esa apariencia, Al-Hakim,
debería proteger las grandes riquezas que su pueblo se veía obligado a
abandonar en tan precipitada huida. Jamás volverían a buscarlas pero el ínclito
Príncipe permaneció fiel a su juramento y en ese estado permanece aún hoy en
día como protector de tan codiciado tesoro.
Son muchos los que dudan de la
existencia, tanto del tesoro, como de tan asombroso gallo; pero la Tía Compón,
vecina de Sierra de Gata, pudo comprobar que la historia era cierta. Aún hoy en
día algunos recuerdan sus lamentos quejándose de su mala suerte.
La Tía Compón era una de esas
viejas sabias que había heredado ese conocimiento milenario, que sólo está
disponible para unos pocos elegidos, y que se transmite oralmente desde que el
mundo es mundo.
Sus manos y el conocimiento de
las plantas era con lo que sanaba a sus convecinos; por ello pasaba largas
horas todos los días en el campo, seleccionando aquellas hierbas que le servían
para sus remedios caseros.
En una de esas salidas
campestres, y ya cerca de la fuente de los Haberes, se le apareció el
deslumbrante bípedo. La Tía Compón en un instante vio resueltos todos sus
problemas económicos y como si de una funambulista se tratase saltó de piedra
en piedra detrás del gallo; mientras éste hacía los mismo intentando evitar su
captura por aquella vieja enigmática.
A cada intento de la vieja, el
plumífero gallo le respondía con un intenso quiquiriquí; hasta que ya agotada
la pobre Tía Compón el escurridizo gallo desapareció como por arte de magia,
quedándose la pobre mujer sin el ambicionado tesoro.
Entre sollozos llegó al pueblo,
siendo interceptada camino de su casa por dos de sus vecinas, que alarmadas le
preguntaron el motivo de sus lloros. A lo que ella les relató lo ocurrido.
Sus vecinas no daban crédito a
lo que contaba la pobre Tía Compón; ya que era de dominio público que para
capturar a tan áureo gallo tan sólo era necesario echarle un poco de agua sobre
su cresta, mientras hacía su característico y onomatopéyico quiquiriquí. De esa
manera se conseguía el ambicionado tesoro y además finalizaba el encantamiento
del Principe Al-Hakim.
Relato basado en el libro de Publio Hurtado Supersticiones Extremeñas, pág. 148
Autor: CHUCHI del
azevo
Abril de 2012.
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