En lo más recóndito de Sierra de Gata, Félix y sus amigos jugaban como el resto de los niños de su edad. Entre travesuras, retos y juegos, que se fraguaban en lo más profundo de su imaginación, se fueron alejando del casco urbano de la población en la que vivían; hasta llegar al sitio conocido por el nombre de Las Cabeceras. Allí se encontraron de repente con la entrada a una cueva de la que jamás habían oído hablar.
Parados, cuan estatuas pétreas, frente al acceso a lo que parecía el inframundo ninguno se atrevió a articular palabra; hasta que Félix, el más temerario de todos los que integraban ese grupo de adolescentes, les propuso averiguar qué podía haber en el interior de dicha cueva.
Sin iluminación y rodeados de una oscuridad misteriosa fueron avanzando durante varios minutos a lo largo de la gruta hasta que de repente se toparon con un pequeño haz de luz que iluminaba un diminuto rincón de la cueva. Ese hilo de luz penetraba por un pequeño hueco del techo de la cavidad y el reflejo en las paredes rocosas de la misma desprendía un color verde esmeralda intenso. En el centro de ese lugar, casi mágico, sobresalía del suelo una inmensa roca, que a modo de púlpito, parecía querer atraerles hasta ella.
Félix se fue acercando poco a poco mientras el resto de sus amigos le observaban con inquietud; temerosos de que en cualquier momento pudiese aparecer algo o sucederles cualquier desgracia eran incapaces de volver por donde habían venido, si no era acompañados por el coraje de su amigo.
La luz tenue parecía querer susurrarle algo al chico y con un fuerte magnetismo la gran roca que emergía del suelo le fue atrayendo hasta ella. Una vez frente a la misma, la observó respetuosamente, y mientras sus amigos tenían clavadas sus miradas en Félix, éste comenzó a moverse alrededor de la gran mole pétrea hasta que pasados varios minutos se giró y sosteniendo entre sus manos cinco enormes barras doradas gritó:
-¡Chicos somos millonarios!
Sus amigos no daban crédito a lo que veían, Félix asía fuertemente entre sus dedos cinco barras de oro. En ese mismo instante y sin que nadie diese instrucciones al respecto todos salieron corriendo de la cueva como almas que lleva el Diablo; temían que alguien les hubiese descubierto y que el dueño de ese áureo tesoro saliese tras ellos para recuperar lo que unos intrépidos chicos le habían quitado.
La carrera hacia el pueblo fue apoteósica y una vez allí dieron cuenta de su hallazgo a familiares y amigos. La noticia corrió como la pólvora e inmediatamente se presentaron en el domicilio de Félix las fuerzas vivas de Eljas, a cuyo frente se encontraba el alcalde de la localidad; que inmediatamente se encargó de requisar el tesoro y enviarlo al Gobernador Civil de la provincia para que fuese depositado en el Banco de España.
Aunque luego fueron muchos los que intentaron localizar dicha cueva e incluso Félix y sus amigos trataron de indicar la ubicación exacta de la misma, ésta jamás volvió a ser vista y tampoco se volvieron a encontrar más tesoros de este tipo en la milenaria Eljas. Son muchos los que especulan a día de hoy si aquello que les sucedió a Félix y a sus amigos es una leyenda o si realmente dieron con un tesoro que las huestes cristianas o musulmanas escondieron en una de sus precipitadas huidas.
Relato basado en la noticia aparecida en la prensa regional de la época en el año 1939
Autor: CHUCHI del Azevo
Noviembre de 2020
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