En el horizonte, como si de un espejismo se tratase, se veía cada vez más cerca la silueta de dos hombres; que pobremente vestidos se acercaban hacía la cueva que habitaba, ya desde hacía varios años, Juan; el eremita de Descargamaría.
-¿Qué
se les ofrece a Ustedes en un día de tanto calor como el de hoy?-preguntó el
ermitaño.
-Buen
día- respondió uno de ellos; mientras el más joven se cobijaba bajo la sombra
de un castaño. Venimos de muy lejos, concretamente desde Ciudad Rodrigo; aunque
él viene desde más lejos todavía, exactamente desde la ciudad del Apóstol, de
visitar las reliquias del Santo. Al internarnos por estas tierras nos hemos
quedado maravillados de la belleza de las mismas, parecen el Jardín del Edén.
-Pues
sí, es una tierra excepcional, abundante en agua y rica en frutos; cualquier
cosa que uno plante se multiplica por tres -respondió humildemente el eremita.
Cerca
de la cueva observaron los viajeros una pequeña cascada de agua, que convertía
los alrededores de la misma en un pequeño vergel. El más anciano de los dos
preguntó:
-¿Cómo
se llama esa torrontera de agua?
-El
Chorro del Águila –precisó el ermitaño.
En
ese instante el más joven, que hasta
entonces no había hablado, dijo:
-Allí
al Chorro del Águila arderá siempre un hacha encendida, allí se servirá a Dios
siempre.
Ambos,
el eremita y el viajero, Pedro, entendieron el mensaje profético del joven San
Francisco de Asís, que así se llamaba el otro caminante. Y en aquel mismo instante
en ese lugar se iniciaron las obras, como anteriormente se había hecho en San
Martín de Trevejo y en Gata, para construir un nuevo convento, el de
Santispíritus de Valdárrago. Con ese ya eran tres monasterios los que el joven
San Francisco de Asís llevaba fundados en Sierra de Gata, el de San Miguel en
San Martín de Trevejo, El Hoyo en Gata y ahora el de Santispíritus en
Descargamaría.
Posteriormente
el Santo dejó a su fiel acompañante Pedro con la hercúlea tarea de poblar ese cenobio.
Una vez finalizada la labor encomendada, el fiel seguidor de Asís se trasladó
cerca de ese último convento y fundó a orillas del arroyo Meacera, en
Torrecilla de los Ángeles, un último monasterio bajo la advocación de Nuestra
Señora de los Ángeles, en cuál sería enterrado.
Relato basado en el libro de
Domingo Domené Historia de Sierra de Gata,
Pág. 78.
Autor: CHUCHI del
Azevo
Mayo de 2012
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