Una paz inusual se había
apoderado de toda la población de Acebo y ese ambiente bucólico con el que el
invierno de Sierra de Gata lo embriaga todo permitía a los más bizarros
actividades económicas tan arriesgadas como el contrabando.
En
esa tarea, como de costumbre, se encontraban de nuevo Emiliano y su cuñado
Macario. Esta vez estaban decididos a pasar una buena carga de café portugués y
tabaco delante de las mismas narices de las fuerzas de seguridad fronterizas de
ambos países.
Varios
días antes, como era usual en ellos, habían planificado la acción en el rincón
de un bajo de Acebo que hacía las veces de taberna y cuyo dueño atendía al
apelativo de Tío Ratón. Esa
reunión no pasó desapercibida para uno de los muchos soplones con los que la
autoridad local contaba en la población; quién al final, nadie sabe muy bien
cómo, consiguió enterarse de todo el plan de ambos contrabandistas; informando,
éste, en detalle a las fuerzas de seguridad radicadas en la villa de las
pretensiones de ambos paisanos.
Después
de dos días desde su salida de Acebo y de haberse internado en tierras
portuguesas, Emiliano y Macario se encontraban de vuelta hacia la localidad en
la que residían con una preciada mercancía que ya tenía comprador; un
comerciante local que, a buen seguro, ganaría una cuantiosa cantidad de dinero
con la venta de dicho género en su establecimiento.
Cuando
ambos creían estar a salvo de peligro alguno, y mientras descendían por una de
las veredas que atravesaban una zona conocida por el nombre de La Jabonera,
aupados a lomos de sus dos poderosas mulas a las que habían fijado la pesada
carga, un grito les alertó de que habían sido descubiertos:
-¡Alto a la Guardia Civil!-retumbó
entre el silencio de la noche y el a veces esporádico silbido del viento entre las
ramas de los árboles.
Evidéntemente ambos
sabían que si les cogían a ellos se jugaban bastante más que si las fuerzas del
orden tan sólo decomisaban la carga, por ello decidieron picar espuelas y con
su afilados cuchillos cortaron las cuerdas que fijaban la mercancía al lomo de sus
mulas. Pero esta vez la Guardia Civil no estaba dispuesta a dejar escapar a estos dos contrabandistas,
detrás de los cuales llevaba mucho tiempo. Para ello los guardias habían
diseñado una estratagema que consistía en darles el alto, como habían hecho,
una vez se encontrasen en medio de la vereda que conducía al camino vecinal
principal, y ante la posible huida de los mismos habían tendido una cuerda de un
árbol a otro a lo ancho del camino, que en el caso de una huida al galope, como
habían realizado, los desmontaría a ambos de las mulas. Así fue como sucedió
tal y como lo habían planeado los agentes; a los pocos metros de su huida al
galope un fuerte golpe en el pecho los desmontó a ambos de la grupa de sus
mulas, quedando por segundos inconscientes en el suelo.
Los
guardias civiles en ese instante emprendieron una frenética carrera hacia ellos
con sus armas cargadas y dispuestos a apretar los gatillos al más mínimo
intento de fuga; pero Emiliano y Macario no tardaron en recuperarse y como
viejos zorros que conocían el camino que pisaban como la palma de su mano se
desvanecieron en la oscuridad de la noche entre la espesura de la vegetación;
mientras los guardias civiles disparaban sus armas por donde creían que habían
huido sin más resultado que varios cartuchos gastados, dos espléndidas mulas
requisadas y el decomiso de una valiosa mercancía .
Esa
jornada finalizó para Emiliano y Macario con un estrepitoso fracaso, pero
afortunadamente ambos habían salvado la vida y evitado su captura, más adelante
se ocuparían de averiguar quién les había delatado y sobre todo intentarían
recuperar las mulas y parte de la carga.
Autor: CHUCHI del
Azevo
Agosto de
2012
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