Don Antonio Florido era un
individuo todopoderoso en la provincia de Cáceres; como inspector de educación
recorría todos los colegios de la provincia para supervisar que las escuelas
cumpliesen la normativa vigente.
Rechonchete,
con unas gafas de carey redondas que le aportaban un aire de intelectualidad y
siempre vestido con un traje negro inmaculado su presencia en los centros
educativos imponía una tensión al no
siempre fácil mundo del magisterio.
En
cierta ocasión con motivo de su visita a un centro educativo de reciente
creación en Sierra de Gata se encontró la escuela completamente vacía; ni los
alumnos, ni el maestro se hallaban en la misma y eso que era media mañana. Miró
su reloj de bolsillo y se sentó en una
de las sillas del pasillo
mientras apoyaba su cabeza contra la pared. El tiempo transcurría más lento de
lo habitual y su paciencia se agotaba a medida que el minutero daba vueltas y
vueltas en la esfera de su reloj. Por fin decidió levantarse y yendo de una
esquina a la otra del pasillo fue pasando el rato hasta que un enorme griterío
se escuchó a la entrada del edificio, eran los alumnos de la escuela que después
de un buen rato hacían acto de presencia. Uno a uno fueron pasando delante de
él mirándole con cara de extrañeza. El último en aparecer fue D. Serafín, un
profesor de escuela rural que había dado tumbos por infinidad de colegios hasta
que al final le destinaron a este apartado rincón extremeño.
-¡Hombre ya está usted aquí, ya
era hora! ¿Qué ha salido con los alumnos al campo a darles una clase de
botánica, imagino?.
D.
Serafín se quedó pálido al verlo, había oído del mal carácter de dicho
individuo; por ello decidió contar la verdad más absoluta a riesgo de una
sanción, ya le daba todo igual después de tantas vicisitudes pasadas.
-No exactamente, venimos de ir al
rebusco.
-¿Al rebusco? –pregunto extrañado
D. Antonio.
-Sí, de las minas a buscar restos
de mineral para luego venderlo.
-¡Pero….pero….! es Usted un
insensato. No sabía que ahora además de profesor Usted se hubiese convertido en
minero y encima se lleva a los alumnos, ¿no le da a Usted vergüenza?
-Ninguna Señor, si con mi sueldo
de maestro me llegase para vivir no me vería en la necesidad de tener que
dedicarme a una tarea que no me agrada lo más mínimo. Y por supuesto si me
quiere sancionar haga lo que Usted crea conveniente, pues me liberará
totalmente de esta profesión y podré dedicarme plenamente a la otra que me es
bastante más lucrativa y así al menos tendré que dejar de escuchar que gano
menos que un maestro de escuela.
D.
Antonio movió su característico bigotito Cifesa y después de un largo silencio
sentenció:
-Bien las cosas están como
están y tampoco quiero perjudicarle a
Usted porque una vez haya tenido que simultanear su profesión con otra para
poder llenar la perola de su casa; pero que no me vuelva a enterar que este
hecho se repite. Y girándose tomó la dirección hacia la salida dejando perplejo
a un Serafín que pensaba que su carrera como docente había finalizado.
Autor: CHUCHI del
Azevo
Octubre de 2012
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