Era una excursión largamente preparada por la
pandilla veraniega de Lucía, José, Lourdes y Nacho. Ellos y sus amigos habían
planificado durante todo el año hasta el más mínimo detalle. El día que se lo
dijeron a sus padres más de una madre puso el grito en el cielo; pero al fin
todos consiguieron el visto bueno familiar, aunque muchos padres pensaron que
aquello era el inicio de una independencia definitiva de unos hijos que se
encontraban ya en plena pubertad.
El
sitio lo había elegido Fran que era un gran aficionado a la arqueología y
conocía de la existencia de las ruinas de la villa de Salvaleón por un libro
muy antiguo del historiador Gervasio Velo Nieto que se conservaba en casa de su
abuelo Enrique, en Valverde del Fresno. A todos les había parecido estupenda la
elección, era un paraje lo suficientemente apartado para que nadie les
molestase.
Llegaron
al ocaso de un caluroso día de junio, en pleno de solsticio de verano. Lo que
les restaba de luz diurna les dio para montar las tiendas de campaña en el
interior de lo que Fran consideraba el recinto amurallado de la antigua ciudad
de Salvaleón. Aunque el día había sido extremadamente caluroso, Nacho y José
encendieron una pequeña fogata con algunos restos de leña de jaras y escobas
que encontraron en los alrededores; para así poder asar unos chorizos y unas
salchichas, mientras unos y otros contaban historias de miedo.
El
último relato de terror lo contó Fran que mezcló, como solía ser habitual en
él, una historia de miedo con una historia local. El relato en cuestión lo
comenzó Fran de la siguiente manera ante la atenta mirada de sus amigos de
acampada:
Salvaleón,
ciudad sobre la que nos encontramos, fue destruida hasta sus cimientos en
cierta ocasión por las tropas moras antes de que cayese en poder de los
cristianos. Estos últimos durante cierto tiempo la volvieron a habitar y la
reconstruyeron, hasta que con la derrota de Alarcos de nuevo cayó en manos de
los musulmanes, quienes se sorprendieron de verla otra vez en pleno apogeo.
Con
el tiempo las tropas cristianas la asolaron de nuevo y los seguidores del
Profeta, ante el miedo de que la población cayese en manos del rey cristiano
Alfonso IX, la destruyeron una vez más, arrojando las campanas de su iglesia a
las aguas del río Basádiga.
Mientras
la morisma la destruía; las tropas cristianas y las musulmanas se enfrentaron
en una encarnizada batalla, quedando los cuerpos, de ambos bandos, insepultos
durante décadas. Se dice que los espíritus de aquellos caballeros medievales
cada cierto tiempo, en la noche de San Juan para ser más precisos y cuando las
campanas que duermen en el río suenan, se despiertan y vagan cuan ánimas en
pena por el recinto amurallado de Salvaleón a la espera de que algún mortal dé
humana sepultura a sus restos.
Con
el final de la historia de Fran se produjo un silencio sepulcral y nadie quiso
decir nada. Un tenso escalofrío les recorrió a todos por el cuerpo, hasta que
Nacho rompió ese silencio que se respiraba en el ambiente y dijo:
-¡Bueno!, muy chula la historieta de terror de Fran;
pero yo creo que ha llegado la hora de irse a dormir, y de un salto se puso en
pie y se fue a su tienda de campaña. Todos los demás le imitaron y uno a uno
fueron entrando en sus respectivas tiendas de acampar.
Cuando
apenas llevaban una media hora acostados se comenzaron a oír unos ruidos
metálicos atronadores. La mayor parte de los excursionistas pensaron que Fran
les quería gastar una broma con alguna grabación que hubiese traído; pero
cuando se asomaron a la entrada de sus tiendas de campaña y se encontraron con
un Fran fuera de sí que recogía todos sus aparejos a toda velocidad, los demás
al verle le imitaron. Huyendo todos ellos despavoridos del lugar. En una hora y
media escasa estaban de vuelta en Valverde del Fresno, un recorrido que
anteriormente habían tardado tres largas horas en recorrer.
Relato basado en el libro de Gervasio Velo
Nieto Coria la Reconquista de la Alta
Extremadura.
Autor: CHUCHI del Azevo
Junio de 2012
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