Don Gaspar Revuelta había llegado al café-casino de Payo hacía un buen
rato , se sentó en una mesa cerca de una de las ventanas que daban a la calle;
mientras La Julia le traía su habitual café de puchero portugués con la copita
de aguardiente y el ejemplar del diario ABC que recibían siempre a esa hora de
la mañana. Comenzó a ojear el periódico,
leyendo los titulares de las noticias hasta que por fin se detuvo en la sección
de sucesos que era la parte de la prensa que más le gustaba.
Había
finalizado las clases en la escuela hacía un buen rato. El día había sido un
poco estresante; Juanito, el hijo de la Tomasa que era el alumno más revoltoso
que tenía, le había amargado toda la mañana y a pesar de haberle dado varios
capones en la cabeza y castigado en cruz de cara a la pared ya no pudo
controlar al resto de los alumnos que habían imitado a su compañero de aula.
Por fin
apuró la copa de aguardiente, cerró el periódico, se levantó y dirigiéndose a
la barra golpeó ésta con el canto de una moneda de cinco pesetas para advertir
a la Julia que le cobrase.
-¿Qué…ya de regreso, Don Gaspar?
-Pues sí Julia, ya es hora de llegar a casa y olvidarme del
día que me han dado esos diablos; sobre todo el puñetero Juanito, no hay quien
lo meta en cuerda derecha.
-¡Bueno Don Gaspar, si es un niño! ¿Qué quiere Usted? Si
tenían que estar por ahí jugando y se pasan el día encerrados.
-Ya pero tienen que aprender lo máximo posible ya que el
mundo es cada vez más complicado y les van a exigir mucho. Bueno Julia, lo
dicho, hasta mañana.
-Hasta Mañana D. Gaspar y conduzca con cuidado.
-Venga, nos vemos mañana, gracias.
D.
Gaspar caminó hasta su viejo seat 600 que siempre dejaba aparcado cerca de la
escuela. Le costó varios minutos arrancarlo; quizás porque el pobre ya llevaba
varios miles de kilómetros recorridos con sus ruedas.
El
trayecto por la carretera que cruzaba íntegramente el Puerto de Santa Clara se
le volvía monótono; siempre el mismo paisaje anodino que no le aportaba nada,
como le sucedía con su aburrido trabajo. Su conducción se fue relajando
mientras su mente se evadía con pensamientos gratificantes para él; era la
parte del día que más le gustaba, perderse en historias alucinantes que le
permitían ser y estar donde le apeteciese.
De
repente a la salida de una de las curvas de esa carretera apareció ante él la
silueta de un animal, justo en medio del pavimento. Instintivamente pisó a
fondo el pedal del freno, el coche se detuvo bruscamente; mientras un rugido ensordecedor
espantó a los pájaros que se encontraban en las copas de los árboles. Don
Gaspar se quedó gélido al observar delante de su vehículo lo que él creía que
era una leona, no se atrevió a apearse del auto; aunque inconscientemente cerró
la ventanilla del mismo. El animal rápidamente abandonó la carretera y se
internó en la frondosidad del bosque.
Al
instante Don Gaspar arrancó de nuevo el vehículo, esta vez lo consiguió al
primer intento, y pisando a fondo el acelerador emprendió una rápida huida;
aquello que acababa de ver era una magnífica y esbelta leona en plena Sierra de
Gata. ¿Quién había podido traer a ese animal hasta allí?, ¿cómo podía andar
suelto un animal tan peligroso por aquellas tierras? Las preguntas le bloqueaban, no era capaz de pensar; sin darse
cuenta al cabo de una media hora se encontraba frente a las puertas del Cuartel
de la Guardia Civil de Hoyos, el subconsciente le había llevado hasta allí para
denunciar el asombroso encontronazo.
La
noticia rápidamente corrió como la pólvora por los pueblos de la Comarca. En
los días siguientes las partidas de voluntarios para dar caza a tan exótico
animal se convirtieron en multitudinarias; surgiendo versiones para todos los
gustos: que si se había escapado de un circo, que si era el animal de compañía
de un veterano portugués de la guerra de Angola, etc, etc. aunque al final se
confirmó que lo que vio el excelso maestro Don Gaspar no fue ni más, ni menos
que un perro de grandes dimensiones.
Autor: CHUCHI del Azevo
Noviembre de 2012
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