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lunes, 12 de octubre de 2020

UNA FANFARRONADA BASTANTE CARA

 


-¡Dame otra copa de coñac! –le ordenó Tomás al Tío Julio; uno de los muchos taberneros de Torre de don Miguel.

-Ya has bebido bastante Tomás; déjalo, es mejor que te marches a casa, seguro que te está esperando la Juana con los críos. Además más vale que guardes el dinero no sea que lo vayas a necesitar más adelante.

                Tomás era uno más de los números jornaleros reconvertidos  en mineros de Torre de don Miguel que habían pasado de la escasez más absoluta a ganar en un solo día miles de duros.

                Hombre corpulento, Tomás contaba 25 años por aquellas fechas y a pesar de su juventud ya tenía cuatro preciosos retoños. Como muchos otros sabía lo que era trabajar duro desde joven y de igual forma lo que era mendigar un jornal; por eso ahora no daba crédito al maná que brotaba a borbotones de las entrañas de la tierra.

                Al principio guardaba algo del dinero que ganaba; pero luego se dejó arrastrar, como muchos otros, por la dinámica de gastarse lo ganado en el día en vino, licores y excesos; ya que la experiencia le decía que tan sólo se tenía que levantar de nuevo y picar durante todo el día en la mina para bajar, una vez más, con los bolsillos repletos de dinero.

                Aún así la Juana y los niños seguían padeciendo las mismas necesidades de antaño y a ella no le quedaba más remedio que pedir fiado en el comercio y la tahona, a sabiendas de que los comerciantes locales se aprovechaban de gentes como ella; apuntando el género y el pan fiado con el sistema que denominaban popularmente de  tenedor; si compraban un pan el avispado comerciante les apuntaba dos ó tres, según la familia que fuese.

-¿Necesidades, Julio? –preguntó alterado Tomás. Eso lo pasarás Tú que no tienes lo que hay que tener para picar; Yo sólo tengo que levantarme mañana y seguro que gano más que Tú en todo el día detrás de la barra de este cuchitril.

-¡Pues se acabó! –le respondió ofendido el tabernero. A faltar a otro sitio, si no sabes mear aquí tampoco bebes y si no te gusta el sitio ya sabes donde tienes que ir….; a ver si te admiten en el casino de los ricos del pueblo.

                Tomás cogió su hatillo y en tono amenazante y sujetándole la mirada al tabernero con sus ojos vidriosos le retó con un:

-¡Ahora verás!

                Con un andar que evidenciaba su estado etílico salió por la puerta de la taberna; mientras el Tío Julio se asomaba por el ventanuco intrigado por ver que haría semejante individuo.

                Tomás cruzó la plaza de Torre ante la atenta mirada de un joven Luis quien jugaba con sus amigos a las chapas. Finalmente el minero entró en el casino del pueblo; pero al poco rato el camarero del mismo lo sacaba a empujones.

-¡Venga desgraciado muerto de hambre, lárgate de aquí!

-Mi dinero es tan bueno como el de los señoritos –le balbuceó un Tomás cada vez más beodo. Ahora vais a saber todos los de este pueblo quién soy Yo, desgraciados.

                Y caminando hasta el centro de la plaza sacó un puro que acababa de comprar en el casino y colocándoselo en la boca lo encendió usando un billete de quinientas pesetas.

                Aquella noche, como solía ser habitual, la Juana y sus cuatro vástagos tuvieron que repartirse para cenar un chusco de pan y el caldo de una sopa de hierbas recogidas en la orilla de un regato próximo al pueblo.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012    


¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS DE SALVALEÓN?

 


Era una excursión largamente preparada por la pandilla veraniega de Lucía, José, Lourdes y Nacho. Ellos y sus amigos habían planificado durante todo el año hasta el más mínimo detalle. El día que se lo dijeron a sus padres más de una madre puso el grito en el cielo; pero al fin todos consiguieron el visto bueno familiar, aunque muchos padres pensaron que aquello era el inicio de una independencia definitiva de unos hijos que se encontraban ya en plena pubertad.  

                El sitio lo había elegido Fran que era un gran aficionado a la arqueología y conocía de la existencia de las ruinas de la villa de Salvaleón por un libro muy antiguo del historiador Gervasio Velo Nieto que se conservaba en casa de su abuelo Enrique, en Valverde del Fresno. A todos les había parecido estupenda la elección, era un paraje lo suficientemente apartado para que nadie les molestase.

                Llegaron al ocaso de un caluroso día de junio, en pleno de solsticio de verano. Lo que les restaba de luz diurna les dio para montar las tiendas de campaña en el interior de lo que Fran consideraba el recinto amurallado de la antigua ciudad de Salvaleón. Aunque el día había sido extremadamente caluroso, Nacho y José encendieron una pequeña fogata con algunos restos de leña de jaras y escobas que encontraron en los alrededores; para así poder asar unos chorizos y unas salchichas, mientras unos y otros contaban historias de miedo.

                El último relato de terror lo contó Fran que mezcló, como solía ser habitual en él, una historia de miedo con una historia local. El relato en cuestión lo comenzó Fran de la siguiente manera ante la atenta mirada de sus amigos de acampada:

                Salvaleón, ciudad sobre la que nos encontramos, fue destruida hasta sus cimientos en cierta ocasión por las tropas moras antes de que cayese en poder de los cristianos. Estos últimos durante cierto tiempo la volvieron a habitar y la reconstruyeron, hasta que con la derrota de Alarcos de nuevo cayó en manos de los musulmanes, quienes se sorprendieron de verla otra vez en pleno apogeo.

                Con el tiempo las tropas cristianas la asolaron de nuevo y los seguidores del Profeta, ante el miedo de que la población cayese en manos del rey cristiano Alfonso IX, la destruyeron una vez más, arrojando las campanas de su iglesia a las aguas del río Basádiga.

                Mientras la morisma la destruía; las tropas cristianas y las musulmanas se enfrentaron en una encarnizada batalla, quedando los cuerpos, de ambos bandos, insepultos durante décadas. Se dice que los espíritus de aquellos caballeros medievales cada cierto tiempo, en la noche de San Juan para ser más precisos y cuando las campanas que duermen en el río suenan, se despiertan y vagan cuan ánimas en pena por el recinto amurallado de Salvaleón a la espera de que algún mortal dé humana sepultura a sus restos.

                Con el final de la historia de Fran se produjo un silencio sepulcral y nadie quiso decir nada. Un tenso escalofrío les recorrió a todos por el cuerpo, hasta que Nacho rompió ese silencio que se respiraba en el ambiente y dijo:

                -¡Bueno!,  muy chula la historieta de terror de Fran; pero yo creo que ha llegado la hora de irse a dormir, y de un salto se puso en pie y se fue a su tienda de campaña. Todos los demás le imitaron y uno a uno fueron entrando en sus respectivas tiendas de acampar.

                Cuando apenas llevaban una media hora acostados se comenzaron a oír unos ruidos metálicos atronadores. La mayor parte de los excursionistas pensaron que Fran les quería gastar una broma con alguna grabación que hubiese traído; pero cuando se asomaron a la entrada de sus tiendas de campaña y se encontraron con un Fran fuera de sí que recogía todos sus aparejos a toda velocidad, los demás al verle le imitaron. Huyendo todos ellos despavoridos del lugar. En una hora y media escasa estaban de vuelta en Valverde del Fresno, un recorrido que anteriormente habían tardado tres largas horas en recorrer.

 

Relato basado en el libro de Gervasio Velo Nieto Coria la Reconquista de la Alta Extremadura.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 

 


LA LEYENDA DEL HERMAFRODITA DE LA VILLA DE GATA


 


María Miguela llevaba un par de horas sentada a la entrada del Ayuntamiento de Gata esperando que alguien saliese a darle alguna información sobre la revisión médica a la que estaba siendo sometido su novio, el mozo Martín Picado.

                Cercada por la curiosidad de sus vecinos, intentaba parecer lo más tranquila y serena que sus nervios le permitían; aunque a una persona discreta como ella este tipo de situaciones le generaba tal estado de ansiedad que si no fuese por el profundo amor que sentía hacía Martín habría huido de la localidad a la mínima ocasión que tuvo.

                El tiempo parecía no pasar en esa mañana calurosa de un verano, el de 1743, que se prometía convertir en un año horribilis para María y Martín.

                Al fin el chirrido de las bisagras de la puerta principal del Consistorio anunciaron la salida y la decisión de aquellos que se arrogaron el papel de jueces en los lides del amor. María se incorporó aunque le costaba mantener el equilibrio de sus piernas, los nervios le recorrían todo el cuerpo.

                El primero en salir fue el médico cirujano de Acebo quien la miró y con un simple gesto le indicó que el resultado de su exploración médica confirmaba todas las sospechas. María quería que la tierra se la tragase, pero aún así aguantó estoicamente la salida del Provisor y Vicario Capitular, Dº José Marín Palacios, detrás del cual salía su novio Martín.

                El Vicario se giró hacia María y delante de todos los presentes le dijo:

-El médico ha confirmado con su exploración lo que era vox populi en esta villa de Gata, y es que su novio, aquí presente, adolece de una anomalía sexual que le impide procrear; ya que padece de hermafroditismo. Por tanto dispongo, a partir de este preciso instante, que ni Usted ni Martín se vuelvan a ver ni en público ni en privado, bajo amenaza de excomunión y de ello se quedará encargado de dejar constancia por escrito el párroco de esta localidad.

                María sólo fue capaz de emitir un pequeño grito de dolor, todos sus planes e ilusiones se iban al traste en pocos minutos. Buscó con su mirada el rostro de su amado para al menos poder despedirse, pero Martín rehuyó ese encuentro visual, se encontraba avergonzado y se sentía culpable.

-¡Siempre te querré Martín!- al fin pudo gritar libremente María. Mientras Martín seguía, como si de un cordero degollado se tratase, a aquellos que habían decido cual debería ser su conducta sexual y sentimental a partir de ese momento.

 Relato basado en el libro Apuntes históricos acerca de la Villa de Gata, de Marcelino Guerra Hontiveros. Pág. 85.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Abril de 2012

  


PASAR MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA

 



Don Antonio Florido era un individuo todopoderoso en la provincia de Cáceres; como inspector de educación recorría todos los colegios de la provincia para supervisar que las escuelas cumpliesen  la normativa vigente.

                Rechonchete, con unas gafas de carey redondas que le aportaban un aire de intelectualidad y siempre vestido con un traje negro inmaculado su presencia en los centros educativos imponía una tensión al  no siempre fácil mundo del magisterio.

                En cierta ocasión con motivo de su visita a un centro educativo de reciente creación en Sierra de Gata se encontró la escuela completamente vacía; ni los alumnos, ni el maestro se hallaban en la misma y eso que era media mañana. Miró su reloj de bolsillo y se sentó en una  de las  sillas del pasillo mientras apoyaba su cabeza contra la pared. El tiempo transcurría más lento de lo habitual y su paciencia se agotaba a medida que el minutero daba vueltas y vueltas en la esfera de su reloj. Por fin decidió levantarse y yendo de una esquina a la otra del pasillo fue pasando el rato hasta que un enorme griterío se escuchó a la entrada del edificio, eran los alumnos de la escuela que después de un buen rato hacían acto de presencia. Uno a uno fueron pasando delante de él mirándole con cara de extrañeza. El último en aparecer fue D. Serafín, un profesor de escuela rural que había dado tumbos por infinidad de colegios hasta que al final le destinaron a este apartado rincón extremeño.

-¡Hombre ya está usted aquí, ya era hora! ¿Qué ha salido con los alumnos al campo a darles una clase de botánica, imagino?.

                D. Serafín se quedó pálido al verlo, había oído del mal carácter de dicho individuo; por ello decidió contar la verdad más absoluta a riesgo de una sanción, ya le daba todo igual después de tantas vicisitudes pasadas.

-No exactamente, venimos de ir al rebusco.

-¿Al rebusco? –pregunto extrañado D. Antonio.

-Sí, de las minas a buscar restos de mineral para luego venderlo.

-¡Pero….pero….! es Usted un insensato. No sabía que ahora además de profesor Usted se hubiese convertido en minero y encima se lleva a los alumnos, ¿no le da a Usted vergüenza?

-Ninguna Señor, si con mi sueldo de maestro me llegase para vivir no me vería en la necesidad de tener que dedicarme a una tarea que no me agrada lo más mínimo. Y por supuesto si me quiere sancionar haga lo que Usted crea conveniente, pues me liberará totalmente de esta profesión y podré dedicarme plenamente a la otra que me es bastante más lucrativa y así al menos tendré que dejar de escuchar que gano menos que un maestro de escuela.

                D. Antonio movió su característico bigotito Cifesa y después de un largo silencio sentenció:

-Bien las cosas están como están  y tampoco quiero perjudicarle a Usted porque una vez haya tenido que simultanear su profesión con otra para poder llenar la perola de su casa; pero que no me vuelva a enterar que este hecho se repite. Y girándose tomó la dirección hacia la salida dejando perplejo a un Serafín que pensaba que su carrera como docente había finalizado.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Octubre de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS VII


Una paz inusual se había apoderado de toda la población de Acebo y ese ambiente bucólico con el que el invierno de Sierra de Gata lo embriaga todo permitía a los más bizarros actividades económicas tan arriesgadas como el contrabando.

                En esa tarea, como de costumbre, se encontraban de nuevo Emiliano y su cuñado Macario. Esta vez estaban decididos a pasar una buena carga de café portugués y tabaco delante de las mismas narices de las fuerzas de seguridad fronterizas de ambos países.

                Varios días antes, como era usual en ellos, habían planificado la acción en el rincón de un bajo de Acebo que hacía las veces de taberna y cuyo dueño atendía al apelativo de Tío Ratón.          Esa reunión no pasó desapercibida para uno de los muchos soplones con los que la autoridad local contaba en la población; quién al final, nadie sabe muy bien cómo, consiguió enterarse de todo el plan de ambos contrabandistas; informando, éste, en detalle a las fuerzas de seguridad radicadas en la villa de las pretensiones de ambos paisanos.

                Después de dos días desde su salida de Acebo y de haberse internado en tierras portuguesas, Emiliano y Macario se encontraban de vuelta hacia la localidad en la que residían con una preciada mercancía que ya tenía comprador; un comerciante local que, a buen seguro, ganaría una cuantiosa cantidad de dinero con la venta de dicho género en su establecimiento.

                Cuando ambos creían estar a salvo de peligro alguno, y mientras descendían por una de las veredas que atravesaban una zona conocida por el nombre de La Jabonera, aupados a lomos de sus dos poderosas mulas a las que habían fijado la pesada carga, un grito les alertó de que habían sido descubiertos:

-¡Alto a la Guardia Civil!-retumbó entre el silencio de la noche y el a veces esporádico silbido del viento entre las ramas de los árboles.

               Evidéntemente ambos sabían que si les cogían a ellos se jugaban bastante más que si las fuerzas del orden tan sólo decomisaban la carga, por ello decidieron picar espuelas y con su afilados cuchillos cortaron las cuerdas que fijaban la mercancía al lomo de sus mulas. Pero esta vez la Guardia Civil no estaba dispuesta a  dejar escapar a estos dos contrabandistas, detrás de los cuales llevaba mucho tiempo. Para ello los guardias habían diseñado una estratagema que consistía en darles el alto, como habían hecho, una vez se encontrasen en medio de la vereda que conducía al camino vecinal principal, y ante la posible huida de los mismos habían tendido una cuerda de un árbol a otro a lo ancho del camino, que en el caso de una huida al galope, como habían realizado, los desmontaría a ambos de las mulas. Así fue como sucedió tal y como lo habían planeado los agentes; a los pocos metros de su huida al galope un fuerte golpe en el pecho los desmontó a ambos de la grupa de sus mulas, quedando por segundos inconscientes en el suelo.

                Los guardias civiles en ese instante emprendieron una frenética carrera hacia ellos con sus armas cargadas y dispuestos a apretar los gatillos al más mínimo intento de fuga; pero Emiliano y Macario no tardaron en recuperarse y como viejos zorros que conocían el camino que pisaban como la palma de su mano se desvanecieron en la oscuridad de la noche entre la espesura de la vegetación; mientras los guardias civiles disparaban sus armas por donde creían que habían huido sin más resultado que varios cartuchos gastados, dos espléndidas mulas requisadas y el decomiso de una valiosa mercancía  .

                Esa jornada finalizó para Emiliano y Macario con un estrepitoso fracaso, pero afortunadamente ambos habían salvado la vida y evitado su captura, más adelante se ocuparían de averiguar quién les había delatado y sobre todo intentarían recuperar las mulas y parte de la carga.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Agosto de 2012 

 


 

HISTORIAS DE USUREROS, PRESTAMISTAS Y GENTE NECESITADA

 


Emiliano y Felicina llevaban toda la noche sin poder dormir, uno de sus hijos había enfermado de sarampión y las intensas fiebres no le bajaban. El médico del pueblo, que tenía por norma atender a las gentes más humildes de la localidad; aunque no tuviesen dinero para pagarle, les había dicho que era necesario que le administrasen unas medicinas; pero Emiliano llevaba bastante tiempo sin poder cruzar la frontera a Portugal y traer mercancía que pudiese generarle algún ingreso. Además Feliciana había agotado los escasos ahorros que tenía guardados en una pequeña caja de metal que escondía en la alacena de la cocina. Por tanto ni uno ni otro contaban con recursos para adquirir las tan necesitadas medicinas.

-Hay que hacer algo Emiliano, no soportaría que mi niño se muriese porque no hubiésemos podido pagar unas medicinas.

-No sé…….ya no sé de dónde sacar dinero, he agotado todos los recursos, no sé a quién le puedo pedir ayuda –Sentenció un Emiliano apesadumbrado.

-Yo había pensado acudir a la tía Simona. ¿Qué te parece?

-Sabes de sobra que no soy partidario de pedir prestado a esas sanguijuelas,  no son personas serias y a la mínima te la juegan; pero me temo que esta vez no me queda más remedio que resignarme.

                Feliciana tomó su toquilla y esquivando como pudo los charcos que se habían formado en las empedradas calles con la reciente lluvia corrió todo lo que pudo hasta que llegó a la casa de la usurera.  Golpeó con sus nudillos enrojecidos por el frío el portón de la vivienda hasta que detrás de ella se escuchó un vocecilla.

-¿Quiené? –Preguntó una vieja enjuta, cejijunta, con una larga cabellera trenzada que le llegaba hasta la cintura y misteriosamente vestida de negro.

-Soy Yo tía Simona, Felicina; quería hablar con Usted de un asunto -Respondió una joven Feliciana decidida a toda costa a salvar a su retoño.

                La puerta se abrió lentamente y desde el interior Simona le indicó que pasara.

-¿Qué es esi asuntu que te traí hasta mí moza?

-Verá tía Simona –le costó pronunciar a Feliciana. Tengo al más pequeño de mis hijos enfermo de sarampión y Don Cosme ha dicho que para salvarle es necesario que compremos unas medicinas que le curen, pero no tenemos dinero para ello; Emiliano no ha podido cruzar en meses a Portugal y Yo he agotado todos mis ahorros.

-¿Y cuántu os jaci falta?

-Pues con unas cien pesetas sería suficiente. Feliciana aprovechó para pedirle un poco más de lo que costaban las medicinas por si la cosa empeoraba y era necesario llevar al bebé a algún sitio para que lo curasen.

-Esu es muchu dineru pa los tiempus que corrin; ya sabis que cobru de interesis la metá de lo que prestu y que en un mes me lo tenei que devolver.

-Sí, sí, conozco todas las condiciones y las acepto, no se preocupe. Respondió a toda prisa una Felicina impaciente por conseguir el ansiado dinero.

                La tía Simona metió su mano en un bolsillo de su faltriquera y sacó un pequeño pañuelo que desató lentamente y con sus manos temblorosas desenrolló un fajo de billetes dándole a Felicina la cantidad que ésta demandaba.

                Las mujeres se despidieron y a la joven le faltó tiempo para ir a la botica y comprar las necesitadas medicinas. Los días transcurrieron y el dinero se fue evaporando poco a poco; ya que ante la mejoría del bebé el resto del capital se dedicó a cubrir otras necesidades imperiosas de la familia. Parecía que la suerte cambiaba, incluso Emiliano tenía previsto cruzar a Portugal para hacer uno de sus tradicionales negocios y así poder devolverle a la tía Simona los intereses y el dinero prestado. Pero transcurridos quince días desde que éstos recibieron el préstamo la vieja usurera se presentó en casa de Feliciana y Emiliano.

-¡Feliciana, moza! ¿Estás en casa?

-Sí espere un momento, ¿Quién es? –Preguntó dubitativa Feliciana, a quien la voz le sonaba pero no era capaz de ponerle rostro a la misma.

                Cuando Feliciana abrió la puerta y ante ella apareció el rostro de la usurera se quedó pálida; sabía de sobra que esa visita nada bueno podía acarrear.

-Dígame tía Simona, ¿Qué se le ofrece?

-Pues verás moza vengu a que me devuelvas lo que te presté y por supuestu los correspondientis enteresis.

-Pero…… eso no es lo que habíamos hablado –respondió alarmada e indignada la joven. No ha pasado el mes, ¿Cómo quiere que se lo devuelva si yo no he podido vender las puntillas de encaje y Emiliano no ha podido pasar a Portugal.

-Esu no es mi probrema moza, si no tienis el dinero me tendrás que dar algu a cambiu y si no ya sabis al chirolu.

                La vieja no espero la respuesta de una Feliciana afligida y alargando su mano le arrancó del cuello un precioso collar de oro de bellas bolas decoradas con finas filigranas que la tradición orfebre salmantina había popularizado entre las mujeres de este norte de Extremadura. Y mientras lo guardaba en su faltriquera abandonó el lugar dejando a una enmudecida Feliciana que sólo hacía que pensar en la advertencia de su marido.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012 


UNA GENEROSIDAD MAL ENTENDIDA

 


El Tío Vitorio estaba que trinaba; su mujer, la Tía Eleuteria, había agotado su paciencia; lo que empezó siendo un acto de generosidad se había convertido en un derroche sin sentido.

El Tío Vitorio era un afamado pescador de río acebano que había hecho de esta tradición una forma de vida. Con sus trasmallos y con el ambui no había pez, por muy grande que éste fuese, que se le resistiese; ni por muy profundo que fuesen los charcos o por muy inaccesibles que fuesen éstos. 

De los pescadores de Acebo, había varios, era siempre el que más y mejores peces capturaba en los intrincados ríos de Sierra de Gata. Pero esa buena fortuna se trocaba cada vez que llegaba a su casa con las capturas del día. Su mujer, la Tía Eleuteria, tenía por costumbre regalar los mejores peces a vecinos, familiares y amigos, dejando los más pequeños y peores para la venta, por lo que todo el esfuerzo del Tío Vitorio se iba al traste; ya que las ganancias cada vez eran más pequeñas.

El Tío Vitorio nunca le quiso decir nada a su mujer, estaba profundamente enamorado de ella y no le quería dar disgusto alguno, por ello ideó una artimaña para ver si era capaz de hacerla ver en el error en el que estaba incurriendo.

Una mañana, quizás de las más calurosas del verano, le dijo:

-Eleuteria, estoy pensando que sería bueno que hoy me acompañases de pesca.

-¿Y eso?. Preguntó extrañada la generosa mujer.

-Tengo que ir lejos y voy a necesitar algo de ayuda; las pozas donde tengo por costumbre pescar tienen pocos peces este año, y me temo que el ir sería en vano, por ello estoy pensando desplazarme más lejos, a las Potras.

-¿Y no tienes a algún compañero de faena que te acompañe?. Preguntó ella intentando evadir una tarea que intuía que le iba a desagradar.

-Si llamo a alguien para que me acompañe tendré que partir con él las capturas y el día no será nada rentable. Con esa respuesta el Tío Vitorio le dejaba entrever cual era el fin principal de tanto sacrificio.

-¡Bueno……¡, si no queda otro remedio te acompañaré. Respondió con resignación la pobre mujer.

                Una vez que el tío Vitorio preparó todos los aparejos de pesca, le dio a su mujer el covanillo donde iban los ambuis. Él llevaría los trasmallos, que era lo más pesado de todo. La marcha se inició temprano y durante horas anduvieron por veredas y caminos inaccesibles. Una vez en el río le dijo a su esposa que empezase a machacar el ambui y que una vez hechas las bolas las dejase a sol para que se secasen.

                Cuando el tío Vitorio volvió su esposa no paraba de sudar, había conseguido triturar todo el ambui y había hecho unas doce bolas, las suficientes para capturar todos los barbos y bogas de una gran charca que había visto.

Con un gesto le indicó a Eleuteria que le siguiese, una vez en la charca levantaron un par de paredes con los trasmallos y con el tercero, él por una punta y su mujer por la otra, comenzaron a barrer el río. La cesta no paraba de llenarse de peces y Eleuteria le decía a su marido una vez tras otra que ya era bastante, que no iban a poder con tanta pesca; pero el tío Vitorio quería aprovechar este día de fortuna.

                Al final de la jornada habían capturado unos setenta kilos, incluso en los trasmallos había caído algún galápago que era lo que más repulsión le daba a Eleuteria. El tío Vitorio empezó a llenar los sacos, que habían traído, con la pesca obtenida. Una vez llenos le dio el más pequeño a su esposa, portando él el de mayor tamaño. El regreso a Acebo fue una auténtica tortura para Eleuteria.

                Cuando llegaron a la casa el tío Vitorio le dijo a su esposa que fuese a avisar a sus vecinos, familiares y amigos para darles alguno de los peces que habían capturado y así celebrar el éxito de un día tan provechoso. A lo que la Tía Eleuteria, con un desagradable tono de indignación, respondió:

-¡De eso nada¡. Con lo mal que lo he pasado como para regalar ahora el pescado.

                El tío Vitorio se dio la vuelta con una amplia sonrisa en su rostro y con una sensación de satisfacción difícil de explicar; por fin había hecho comprender a su mujer que ellos vivían de ese trabajo y que regalar los frutos de tanto sacrificio en nada les beneficiaba.

 

Fuente Tradición Oral de Acebo.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 


jueves, 8 de octubre de 2020

DOS ARRIEROS LAGARTEIROS

 


Por el Puerto de Perales bajaban dos arrieros de Eljas con sus mulos cargados de los productos más variados de Castilla, que los habían obtenido mediante trueque por aquel otro que más apreciaban los castellanos y leoneses de aquellas tierras altas; el deseado aceite serragatino, el oro líquido de estas tierras extremeñas que estos dos lagarteiros llevaban décadas subiendo a los pueblos de Salamanca y Ávila.

                El descenso por el puerto era tortuoso y lento; ya que el gran desnivel del mismo les impedía a ellos y a sus mulos transitar por él con celeridad y continuamente debían ajustar la carga para que ésta no se perdiese por uno de los múltiples barrancos que asomaban por las miles de curvas que hay a lo largo de todo su recorrido.

                En una de ellas, a mitad de camino, y desde donde se podía apreciar en toda su inmensidad la montaña de Jálama, Felipe, el arriero más joven de los dos, le dijo a su compañero de viaje y negocios:

                -Alfredo, ¡Quién tuviera un montón de billetis como Xálima!.

                -¡Hombri¡- Contestó Alfredo- ¡Pidi pa salir de pobri!. ¿Quién me diera un montón de ayudas tan grandi comu Xálima y tuos lus sacus que se pudieran coger con ellas cheus de billetis?

                Felipe se quedó meditabundo y comprendió claramente que tanto él como su compañero de viaje y de negocios llevaban esa vida por su carácter ambicioso e inconformista con la situación y la realidad que les había tocado vivir.

                Con el paso del tiempo ambos se convirtieron en prósperos hombres de negocios y amasaron dos grandes fortunas, con las que seguramente la Diosa Xalamati les quiso obsequiar a ambos por los bonitos piropos con los que la deleitaban a ella y a su morada cada vez que estos arrieros descendían por el Puerto de Perales.

 

Relato basado en el libro Jálama y su Comarca del Párroco Samuel Sousa Bustillo.

Autor: CHUCHI del Azevo

Julio de 2012


LA HEBRAICA GATA Y NEBRIJA

 



Mosé de Gata era un pretigioso dayyan judío de la aljama de Coria sobre quien recayó la desagradable obligación de llevar una mala noticia a sus hermanos de Fe de la Aljama judía de de Gata.

                A pesar de que llevaba mucho tiempo viviendo en Coria a Mosé le gustaba volver de vez en cuando al pueblo que le vio nacer y en el que pasó la mayor parte de su existencia. En ese rincón apartado de esa serranía limítrofe con el reino de Portugal Mosé había dejado grandes  y prestigiosos amigos, tanto cristianos como judíos, sobre todo entre los intelectuales que por aquel entonces abundaban en Gata y que impartían clases en la Academia del Maestre de la Orden de Alcántara, D. Fray Juan de Zúñiga y Pimentel, y que era dirigida por el eminente Antonio Nebrija.

                Con este último se encontró camino de la plaza mayor de Gata. Don Antonio Nebrija y él habían mantenido elocuentes y apasionados debates jurídicos en infinidad de ocasiones.

                -¡Buen día tenga su señoría! -saludó efusivamente D. Antonio Nebrija a un atribulado Mosé de Gata.

                -Es un placer encontrar de nuevo a Vuecencia -respondió el ínclito D. Mosé.

                -¿Qué le trae por estos lares serranos desde la Coria señorial? -inquirió un Nebrija intrigado por la visita inesperada de su amigo, el prestigioso juez judío que administraba las leyes hebreas en el Bedin de Coria.

                -Traigo una Ordenanza Real de sus Majestades Católicas para los integrantes de la Aljama de esta población y me temo que no va a ser motivo de alegría alguna para ellos -respondió con tono alicaído un Mosé de Gata abatido.

                -Bien amigo, entiendo que el deber le apremia y que la carga que trae para con sus hermanos le angustia, por tanto continúe su señoría con su camino y en otra ocasión tendremos posibilidad de departir -Sentenció un Nebrija comprensivo.

                Mosé de Gata se dirigió parsimoniosamente hasta la judería de Gata y una vez allí tomó el camino que le llevó directo a la esplendida Sinagoga de la localidad. En el umbral de la puerta de Ésta le esperaba desde hacía tiempo  Yom Tov, el Samás de la misma, quien con una leve reverencia le saludó y le indicó que entrase en el interior del Recinto Sagrado. Dentro del mismo le esperaban Samuel Leví, Jacob Arrueste, Yuda de Alba, Israel Saulí y Salomón Arroyo; es decir lo más granado de los mucaddeim de la Aljama de Gata.

                -Bien heme aquí como imagináis con una desagradable noticia -comenzó su exposición un Mosé de Gata distante. Sabéis que la guerra para la toma de Granada está llegando a su fin; pero la Corona de sus Majestades Católicas necesita de nuevos recursos económicos para mantener y dotar de material bélico a sus tropas, por lo que ha acordado un nuevo repartimiento correspondiente al impuesto de los castellanos de oro para finalizar dicha guerra y a esta Aljama os ha correspondido veintidós castellanos y medio.

                Todos se miraron apesadumbrados, hasta que Samuel Arroyo, el más anciano de todos ellos, se decidió a responder a su paisano Mosé de Gata:

                -Intuíamos que tu visita nada bueno podría significar, y desde luego no nos equivocábamos. Nos gustaría poder hacerle llegar a sus Majestades que esta Aljama está exhausta y que son muchos los impuestos que llevamos pagados desde hace años; pues desde el año de mil cuatrocientos y sesenta y cuatro hemos tributado por el Servicio y Medio Servicio a  la Corona de Castilla tres mil setecientos diez maravedíes y la nueva cantidad que se nos ha asignado sospechamos que no será la última; por ello desearíamos que fuese revisada a la baja, pues de lo contrario vemos peligrar la subsistencia de nuestra gente.

                -La situación está cada vez más complicada para los miembros de nuestro pueblo y es probable que una vez expulsados los moros de Sefarad los siguientes seamos nosotros; ya que en el fondo los cristianos viejos no dejan de considerar que nuestro pueblo fue el culpable de que los moros llegasen a su querida Hispania. No obstante intentaré hacer llegar a sus Majestades vuestra petición.

                Mosé de Gata, una vez transmitida la noticia, se despidió con una fría reverencia de los mucaddeim de Gata. A la salida de la Sinagoga estrechó cariñosamente la mano de Yom Tov y con paso firme se alejó por las intrincadas calles de la judería, hasta que su figura se difuminó a lo lejos.

 

Relato basado en el libro Documentos para la historia de los Judíos de Coria y Granadilla de Marciano de Hervás.

Autor; CHUCHI del Azevo 

Julio de 2012

 

                        


lunes, 26 de diciembre de 2016

DE ILUMINADOS, EREMITAS, SANTOS Y ASCETAS (II)




            En la falda de la sierra más occidental de Extremadura, Jálama, existió hace muchos años una Ermita, la Ermita de San Casiano, rodeada por un frondoso bosque y de majestuosas rocas que formaban intrincadas cuevas. Vivía en dicha ermita Martín un buen anciano, que según contaban los que lo conocieron perteneció a distinguida y recia familia cacereña.
Es curiosa la historia de Martín el ermitaño y además de interesante, provechosa a los lectores. Voy a contarla: los padres de Martín tuvieron dos hijos, el nombrado y José.
Martín y José eran genios muy opuestos. Mientras el carácter del primero era díscolo, atrevido, temerario, el de José se distinguía por su obediencia y sencillez.
Ocurrió un día que Martín, desoyendo los consejos de sus padres,  propuso a su hermano que le acompañase a una cacería.
José le advirtió, una y más veces, que no era procedente tal propósito por desconocer ambos el manejo de las armas de fuego.
No debió convencerse Martín y cuando llegó la puesta de sol salieron los dos hermanos provistos de flamantes escopetas y otros efectos necesarios.
Internáronse en un espeso monte. Eligieron dos sitios de aguardo, por donde, según Martín, debían pasar algunos Corzos.
En actitud expectante estuvieron los dos hermanos poco más de media hora, cuando, el ruido de pasos, hízole suponer a Martín que se acercaba alguna pieza. No se engañaba. Dos hermosos ciervos miraban a poca distancia de él.
Martín montó precipitadamente la escopeta, sonó un disparo al poco rato, se oyó un ¡ay…! Lastimoso producido por una leñadora. La bala había atravesado un brazo a la pobre mujer, cuya presencia pasó inadvertida para Martín en el momento crítico del disparo.
Poco tiempo después Martín prometía ante un cuadro de la Virgen una penitencia como expiación del delito que su imprudencia le hizo cometer.
Transcurrió mucho tiempo desde aquél suceso. Martín se convirtió en ermitaño de San Casiano. Se mantenía de las limosnas que recogía en los pueblos inmediatos; si bien en algunos eran muchos los que especulaban con la gran fortuna que poseía.
En una desapacible tarde de invierno. Una imponente tormenta se formó en el espacio. Martín, entre rayos luminosos y rugientes truenos, se  postró de rodillas ante un crucifijo, que pendía en las paredes de una cueva próxima a la Ermita y cuando fue a levantarse cuatro manos hercúleas le sujetaron por el cuello.
El ermitaño incorporose como pudo y se encontró frente a frente de dos hombres que le dijeron: venimos por tu fortuna o por tu vida. Mi fortuna- contestó el anciano- la tengo despreciada hace muchos años, y mi vida le pertenece a Dios.
¡No mientas! -dijo uno de aquellos hombres.Venimos por tu tesoro y si nos lo niegas morirás sin remedio.
Pasaron algunos segundos de silencio, interrumpido por Martín, que con sonrisa de mártir exclamó: ¡pues bien señores, salid de esta cueva y os enseñaré el lugar en el que guardo mi tesoro!
-¿Conocéis el corpulento árbol llamado Matusalem, que hay al terminar el puente de los gitanos?
-Sí -afirmaron los facinerosos.
-Pues meted la mano en el hueco que hay en dicho árbol y encontraréis el tesoro que tengo.
-Si nos engañas -se atrevió a decir uno de aquellos hombres- pagarás con tu vida.
-Os juro que no -replicó Martín.
Los bandidos tomaron la dirección que el Ermitaño les había indicado. La tormenta se encontraba en su clímax; aun así los facinerosos marcharon a toda prisa. Al llegar al puente, que les había indicado Martín, los truenos y relámpagos se sucedían cada vez con mayor frecuencia, y la lluvia se tornó en un caudal torrencial que arrastraba cuanto encontraba a su paso.
Al día siguiente el ermitaño se dirigió al árbol Matusalem, estuche de su tesoro. ¡Gran sorpresa recibió el pobre viejo!
Al pie del árbol había dos cadáveres carbonizados por una chispa eléctrica. Postrose de rodillas Martín, rezó por ellos.Y metiendo después la mano por el hueco del árbol Matusalem, sacó un libro con tono de pergamino en cuyas tapas se leía
Tesoro del Alma


Relato basado en el escrito del Párroco Sousa Bustillo Jálama y su Comarca

Autor: CHUCHI del Azevo
Marzo de 2012

DE ILUMINADOS, EREMITAS, SANTOS Y ASCETAS I




Ya estaba casi todo, lo poco que tenían, guardado en las banastas de corteza de castaño que adquirieron el día anterior en San Martín de los Vinos; cuando alguien llamó a la puerta del Convento de Santiago. Fray José de Gallegos, se levantó y sin dudarlo abrió la puerta. Ante él se encontraban el representante de los vecinos del Azebo, junto a un nutrido grupo de vecinos de esa población; que se habían desplazado hasta Cerro Moncalvo, para ayudar a los monjes franciscanos a su traslado, hasta la nueva sede del Convento de Santiago en esa humilde población de Sierra de Gata.
Aunque la noche se les había echado encima, y ese mes de noviembre de 1595 era de los más fríos de los últimos años, la comitiva emprendió la marcha en el preciso instante en el que Fray Nicasio, el monje más veterano del Convento, trancó para siempre la puerta. Entrada que tantas veces había franqueado desde que llegó a ese humilde cenobio.
A la cabeza de la procesión se situaron los monjes, que portando un gran crucero y luminosas antorchas, iban guiando por intrincados senderos al resto de los miembros del acompañamiento.
Cuando se encontraban a mitad de camino, por el cerro de la Atalaya, un intenso vendaval, junto a una espesa niebla se apoderó del grupo; y todos ellos, temiendo que las antorchas se apagasen por los vientos ciclónicos, se apresuraron a proteger las llamas de las mismas para no quedarse a oscuras en medio del monte.
Cada vez les era más difícil avanzar y algunos empezaron a especular con la idea de abandonar la tarea del traslado conventual; pero en ese preciso instante uno de los monjes, Fray José de Gallegos, comenzó a tararear el Bíblico Salmo 50, el popularmente conocido Miserere:

Miserere mei, Deus,/secundum magnam misericordiam tuam./Et secundum multitudinem miserationum tuarum,/dele iniquitatem meam./Amplius lava me ab iniquitate mea:/et a peccato meo munda me./Quoniam iniquitatem meam ego cognosco:/et peccatum meum contra me est semper…… 

Inmediatamente todos los asistentes le secundaron y como si de un milagro se tratase las llamas de las antorchas no se vieron afectadas por los vivos vientos serranos.
Así continuaron un largo trecho, hasta que por fin llegaron a la antigua Ermita de San Sebastián, que se encontraba a unos escasos cien metros del casco urbano del Azebo. Ese terreno era el que los vecinos de esa localidad les habían regalado a los monjes franciscanos para que refundasen su nuevo Convento de Santiago.
Entre los asistentes llamó la atención lo acaecido y todos estuvieron convencidos de que habían asistido a un milagro. Decidiendo entre ellos,  desde aquél día, que el Miserere sería su canto procesional obligatorio en sus ritos religiosos. 


Autor: CHUCHI del Azevo
Marzo de 2012

lunes, 14 de noviembre de 2016

LAS GUERRAS COLONIALES PORTUGUESAS Y SIERRA DE GATA


Una Juventud sacrificada en las últimas Guerras Coloniales

Joâo iba dando sus últimos pasos por una ladera con un amplio desnivel, había dejado atrás la peligrosa zona conocida por el nombre de La Librería en la Cervigona y procuró pasar lo más alejado posible por la minicentral eléctrica que se encontraba instalada allí, entre aquellos cerros; y que gracias al agua de esa cascada generaba luz para varios pueblos de Sierra de Gata.
                Su lento jadear se volvía cada vez más forzado, le costaba respirar y mantenerse en pie; comenzaba a notar que perdía el conocimiento. Por fin decidió guarecerse debajo de unas jaras, cerca de la orilla del río; extenuado dejó caer su cuerpo, ya casi inerme, bajo la sombra que le proporcionaba el matorral. La boca la tenía seca, pero era incapaz de acercarla al cauce del río para beber algo de agua; mientras se recuperaba un poco le vinieron a su cabeza bellos recuerdos de su Lisboa natal, el Chiado alto, Belem, la Baixa Lisboa, el Convento de los Jerónimos, las deliciosas natas con las almorzaba cada mañana y por último la imagen de su querido Fernando Pessoa. ¡Cuántas veces había leído y recitado sus versos a la luz de una vela, mientras alguien canturreaba un fado a lo lejos!; sin embargo era incapaz de recordar la cara de su madre, su querida madre. ¿Dónde se encontraría ahora?, ¿Qué estaría haciendo la pobre?, seguro que le estaba buscando desesperada por todos los rincones de Lisboa. Su mano lentamente se fue resbalando por su abdomen ensangrentado, el orificio de bala que con tanto ímpetu intentaba taponar al final quedó libre y un borbotón de sangre tiñó la tierra de un rojo ocre hasta alcanzar el azul cristalino del agua del arroyo.
                Joâo Silveira de Menezes  era un joven luso espigado de complexión delgada, muy sensible a la vida y antibelicista convencido; por eso cuando el gobierno portugués le llamó a filas para combatir en Angola decidió huir, como muchos otros jóvenes portugueses, por la frontera hispano lusa; pero a Joâo le sorprendieron los guardiñas portugueses en el mismo límite fronterizo y aunque le hicieron varios disparos de advertencia decidió continuar con su fuga; prefería caer en el intento de evasión a participar en una guerra colonial que tan sólo beneficiaba a unas pocas familias de privilegiados compatriotas. Al final uno de los carabineros lusos que le descubrió decidió apuntarle y cual si de una pieza cinegética se tratase disparó su arma acertando premeditadamente en el blanco humano sin remordimiento alguno; aún así no pudieron apresarle.
                Deambuló durante días herido en el abdomen; intentado adentrarse lo más posible en tierras españolas para evitar de esa manera su captura; pero poco a poco se fue desangrando hasta que al final el esfuerzo por huir y el calor sofocante ayudaron a acabar con su vida lejos de su amada Lisboa;  en un rincón apartado de esta ruda Sierra de Gata.
                Martín se encontraba como de costumbre con su pastoría de cabras por la serranía más noroccidental de Acebo, cuando de repente echó en falta a su perra.
-¡Chiqui…! ¡Chiqui….!¿Ondi andas?
                Al poco la perra aparecía con un trozo de tela en la boca; una tela con un estampado de llamativos colores. Colorido nada común por estas tierras extremeñas que se debatían entre el blanco y negro casposo de una España con múltiples carencias.
-¿Y ésto?...... ¿A ver? ¿De ondi has sacao ésto? -mientras tanto la perra le miraba con sus inmensos ojos marrones moviendo el rabo como si esperase algo a cambio; hasta que después de un rato se dio la vuelta y salió corriendo de nuevo en dirección al río. Martín la siguió todo lo rápido que pudo, saltando de canchal en canchal, a riesgo de tropezar y magullarse; ya que intuía que algo extraño pasaba y que la perra se lo quería enseñar.
                Por fin la alcanzó y tirándole del rabo la sacó de debajo de una tupida jara, no quería que ninguna alimaña pudiese herir a su preciada perra. Con la segureja que siempre llevaba al cinto desbrozó la maleza y cuando ya había clareado todo lo que pudo el terreno apareció ante Él el rostro demacrado y con la mirada perdida en el infinito del joven Joâo. La tétrica estampa le hizo dar varios pasos hacia atrás, no se atrevió a moverlo; de repente su cabeza se quedó bloqueada con los viejos relatos de asesinatos durante la guerra civil española que había escuchado en su casa a los más mayores. Transcurridos unos minutos consiguió mover sus músculos y articular los primeros pasos hasta que logró emprender una rápida carrera para avisar en el pueblo del luctuoso hallazgo.
                Hasta el lugar se desplazaron infinidad de funcionarios e incluso alguno de ellos portugués que certificaron la muerte y la identidad del desgraciado joven que como si de un apátrida se tratase fue enterrado en una fosa común de cualquier campo santo de Sierra de Gata. El último deseo de Joâo nunca se pudo cumplir, él siempre quiso que como epitafio en su tumba figurasen los versos de su amado Fernando Pessoa.
Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía
no hay nada más sencillo.
Tiene sólo dos fechas
la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra todos los días son míos.

                Relato en memoria de aquel joven anónimo portugués cuyos restos fueron hallados en Acebo en la década de los sesenta y que falleció por negarse a colaborar con las ideas imperialistas que dominaron durante siglos a las sociedades de unos países europeos en plena decadencia.

Autor: CHUCHI del Azevo

¡QUÉ VIENIN LOS MAQUIS!




                Jesús, su mujer, Ezequiela, y sus dos hijas estaban a punto de comenzar la cena, cuando de repente sonó el teléfono que estaba en la habitación contigua; el padre se levantó dejando en la mesa el plato recién puesto de sopa.
                Mientras Jesús atendía la llamada, Ezequiela y sus dos hijas fueron apurando la sopa. Era tarde y la madre no quería que se acostasen las niñas recién comidas.
                Al poco rato Jesús hacía acto de presencia en el salón, con un  leve movimiento de su cabeza le indicó a su mujer que le siguiese; ésta entendió que algo sucedía y que esa llamada nada tenía que ver con las habituales que solía atender su marido.
                Cuando ambos entraron en la habitación donde se encontraba el teléfono, y una vez que Jesús cerró la puerta, su mujer rápidamente le preguntó:
-¿Qué ocurre, Jesús?
-Bien, acaban de llamar del cuartel de la guardia civil de Hoyos para decirme que tome las medidas oportunas en la central eléctrica porque es probable que anden cerca un grupo de Maquis.
-¡Bendito sea Dios!, ¡cuándo se va a acabar todo esto!
-¡Lo primero cálmate! coge a las niñas e iros al dormitorio, cierra todas las puertas, todas las ventanas y apaga las luces. Yo me quedaré en esta habitación cerca de vosotras y del teléfono; en principio no tiene que pasar nada, me han dicho que vienen huyendo desde Santibáñez el Alto; parece ser que la otra noche entraron en el pueblo y retuvieron durante un buen rato al médico, al alcalde, al secretario y a un teniente del ejército, llevándose un botín de 59.000 pesetas, ropas y comestibles.
-¿Pero…? ¿Quiénes son esas gentes?
-Bueno, parece ser que dicen que es un grupo de republicanos a los que llaman “la Partida del Francés” y que están actuando por todo el norte de la provincia de Cáceres.
-¿Pero son peligrosos, Jesús?
-No sé…., pero si aparecen por aquí te ruego que guardes la calma. Si es cierto que se han llevado lo que me han dicho por teléfono no creo que se acerquen; no querrán ser vistos.
-¡Madrita mía!, ¡madrita mía!, ¡Señor…..!
                Ezequiela se echó las manos a la cabeza mientras unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas; Jesús la abrazó fuertemente y le susurró al oído:
-No va a pasar nada, tranquilízate y ahora haz lo que te he dicho.
                La madre compungida abrió la puerta y se dirigió al comedor. Cuando entró, las dos niñas estaban jugueteando, las cogió lentamente por los brazos y se las llevó al dormitorio, cerró la puerta, la ventana y apagó las luces; según le había indicado su marido.
                Jesús se quedó sentado frente al teléfono; el tiempo fue transcurriendo sin que Él y Ezequiela pegaran ojo en toda la noche.
                Al fin llegó el alba y los maquis no hicieron acto de presencia; la calma se apoderó definitivamente de la casa-alojamiento de los trabajadores de la central eléctrica de la Cervigona; aunque a Ezequiela le duraría el susto bastante tiempo. Mientras tanto los últimos restos de la agrupación guerrillera del Francés, 1ª agrupación Centro-Extremadura, 12ª División, conseguirían encontrar una senda por la Cervigona para poder llegar a Navasfrías y así huir al extranjero.

Autor: CHUCHI del Azevo
2012

CONFESIONES DE UN MAQUIS DE SIERRA DE GATA



Elisardo Ferrera llevaba tres días en una celda inmunda de la prisión de Plasencia, situada ésta en la calle del Rey número ocho, cuando se le acercó para hablar con él un individuo misterioso que no había parado de observarle desde que llegó al presido.
-Hola, ¿qué tal?- le inquirió un sujeto taciturno y mal encarado.
-Pues te puedes imaginar -le respondió Elisardo, intrigado éste por la amabilidad de su compañero de presidio a quien todo el mundo, hasta los guardias, rehuía.
- Se dice que eres de Santibáñez el Alto, ¿Es cierto eso?
-¿Quién lo pregunta? -le respondió de nuevo el joven Elisardo.
-Un amigo -le susurró espontáneamente el maqui- quien conoce bien lo que últimamente ha pasado en tu pueblo.
-¿A qué te refieres?
-A algo que me gustaría que la historia el día de mañana narrase; ya que seguramente en tu lugar debería estar aquí otro paisano tuyo que parece ser que tiene buenas agarraeras entre los funcionarios del Ayuntamiento de tu pueblo.
-¡Eh…! ¿Qué insinúas? ¿Es que sabes quién me ha denunciado?
-No, pero tú estas aquí por querer dar de alta al partido comunista en tu pueblo y sin embargo el que facilitó la entrada hace varios meses de un grupo de maquis en Santibáñez el Alto está libre como el cuco.
-¿Cómo sabes tú que los maquis entraron en mi pueblo?
-Muy sencillo porque yo era uno de ellos.
-¡Qué me dices!
-Lo que oyes. Éramos un grupo de diez y el que nos facilitó la entrada es uno que luego se ha hecho la víctima; pero la realidad es que fue él el que nos dijo a qué casa teníamos que ir y a quién teníamos que secuestrar y pedirle  dinero por su rescate.
                Elisardo se quedó pensativo un buen rato no daba crédito a lo que le estaba contando aquel hombre enigmático que no tenía nada que perder pues dentro de unos días lo iban a fusilar. No quiso seguir preguntando y ni tan siquiera quiso seguir en compañía de aquella persona; quien una vez más le venía a confirmar aquel dicho tan famoso en Sierra de Gata: Quien tiene padrino se bautiza y el que no se queda moro.

Autor: CHUCHI del Azevo
2012


jueves, 24 de marzo de 2016

HERNÁN CENTENO, "EL TRAVIESO", SEÑOR DEL CASTILLO DE RAPAPELO




Era media tarde y las calles del Azevo se encontraban tranquilas, hasta que un castañear de herraduras sonó cada vez más intenso, y rompió con la parsimoniosa quietud de las callejuelas intrincadas de la población. En ese instante, un par de hombres espigados asomaron al quicio de la puerta, de uno de esos grandes caserones habitados por gentes de realengo y acaudaladas fortunas.
                Uno de ellos se giró y, dejando atrás el umbral de la entrada, trancó suavemente la puerta; mientras el otro aguardaba impaciente a medida que el ruido del trotar de los caballos se hacía cada vez más cercano.
                La intranquilidad del guardián desapareció en el instante mismo en el que divisó a lo lejos la figura de dos jinetes, a los que seguía un carruaje con el escudo del Ducado de Alba.
                -Ya han llegado- gritó el servicial asistente; mientras éste abría la puerta.
                Desde el rellano de la escalera le contestó una voz femenina -en un poquinino baja el amu, dili que esperin, estamus acabandu de vestirlu.
                La manera de hablar de las gentes de estas tierras le continuaba llamando la atención al fiel servidor; a pesar de los años que llevaba conviviendo con ellos. Salió de nuevo y sujetando la brida del caballo de uno de los jinetes les comunicó que en breve bajarían al señor; mientras les ofreció una jarra de agua fresca, que acababa de sacar de una de las tinajas que se guardaban en el sótano de la casa, para que el agua se mantuviese fría.
                -Es de agradecer, el camino desde Coria ha sido largo y con este dichoso polvo trae uno la garganta reseca-contestó el jinete.
                El otro caballero, junto con el cochero y una persona del servicio del Ducado de Alba, que también venía en la comitiva, se acercaron a beber. En ese preciso instante asomó por la puerta, tumbado en una espariuela y acompañado de su hijo, el excelso caballero Dº Fernán Centeno, conocido entre los miembros de la Corte por el sobrenombre de “El Travieso”.
                La senectud y los avatares de su vida habían hecho mella últimamente en su salud; y por ello su amigo el Duque de Alba decidió que lo poco que le quedase de vida, a su leal y fiel servidor, los debería pasar éste en las mejores condiciones posibles en su palacio de Coria. Por dicho motivo había ordenado desplazar este séquito para transportar al guerrero y político; quien en otros tiempos conquistó desde su fortaleza de Rapapelo el castillo de Trevejo y el de Eljas; se enfrentó al hermano de Clavero de la Orden de Alcántara, Dº Hernando de Monroy; y aseguró el trono para la Reina Isabel La Católica, enfrentándose a las tropas portuguesas que asolaron estas tierras y las de la vecina Salamanca, que las pretendían para Dª Juana la Beltraneja.
                Al ínclito paladín, Dº Fernán Centeno, le hubiera gustado pasar estos últimos días de su vida en la acogedora población del Azevo; en la que residía desde que los Reyes Católicos le asignaron una renta vitalicia de 30.000 maravedís por su fidelidad y los servicios prestados a la Corona; pero su estado de salud lo hacía inviable.
Mientras lo introducían sus sirvientes en el carruaje expiró con fuerza, y con la poca energía que le permitían sus pulmones olió por última vez la fragancia del azahar de sus naranjos. Acto seguido giró su cabeza para ver, por entre el hueco que dejaban los que le transportaban, el azul del cielo que se desdibujaba por entre la silueta de su gran amada Jálama; en cuyas cumbres tantas veces había galopado y guerreado, era consciente de que sería la última vez que la vería. Una pequeña sensación de ansiedad le recorrió por la garganta pero sabía que todo era cosa de ese destino que tan bien se había portado con él a lo largo de toda su vida.
                Entre los sollozos del personal, que en estos últimos tiempos le había asistido; los enviados  del Duque de Alba cerraron las puertas del carruaje y dieron la orden de comenzar el viaje. La llegada a Coria de Fernán Centeno sería cuestión de horas, quizás días; así finalizaría la historia de uno de los personajes más bizarros que se han engendrado estas recias tierras.


Autor: CHUCHI del Azevo
2012