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lunes, 12 de octubre de 2020

¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS DE SALVALEÓN?

 


Era una excursión largamente preparada por la pandilla veraniega de Lucía, José, Lourdes y Nacho. Ellos y sus amigos habían planificado durante todo el año hasta el más mínimo detalle. El día que se lo dijeron a sus padres más de una madre puso el grito en el cielo; pero al fin todos consiguieron el visto bueno familiar, aunque muchos padres pensaron que aquello era el inicio de una independencia definitiva de unos hijos que se encontraban ya en plena pubertad.  

                El sitio lo había elegido Fran que era un gran aficionado a la arqueología y conocía de la existencia de las ruinas de la villa de Salvaleón por un libro muy antiguo del historiador Gervasio Velo Nieto que se conservaba en casa de su abuelo Enrique, en Valverde del Fresno. A todos les había parecido estupenda la elección, era un paraje lo suficientemente apartado para que nadie les molestase.

                Llegaron al ocaso de un caluroso día de junio, en pleno de solsticio de verano. Lo que les restaba de luz diurna les dio para montar las tiendas de campaña en el interior de lo que Fran consideraba el recinto amurallado de la antigua ciudad de Salvaleón. Aunque el día había sido extremadamente caluroso, Nacho y José encendieron una pequeña fogata con algunos restos de leña de jaras y escobas que encontraron en los alrededores; para así poder asar unos chorizos y unas salchichas, mientras unos y otros contaban historias de miedo.

                El último relato de terror lo contó Fran que mezcló, como solía ser habitual en él, una historia de miedo con una historia local. El relato en cuestión lo comenzó Fran de la siguiente manera ante la atenta mirada de sus amigos de acampada:

                Salvaleón, ciudad sobre la que nos encontramos, fue destruida hasta sus cimientos en cierta ocasión por las tropas moras antes de que cayese en poder de los cristianos. Estos últimos durante cierto tiempo la volvieron a habitar y la reconstruyeron, hasta que con la derrota de Alarcos de nuevo cayó en manos de los musulmanes, quienes se sorprendieron de verla otra vez en pleno apogeo.

                Con el tiempo las tropas cristianas la asolaron de nuevo y los seguidores del Profeta, ante el miedo de que la población cayese en manos del rey cristiano Alfonso IX, la destruyeron una vez más, arrojando las campanas de su iglesia a las aguas del río Basádiga.

                Mientras la morisma la destruía; las tropas cristianas y las musulmanas se enfrentaron en una encarnizada batalla, quedando los cuerpos, de ambos bandos, insepultos durante décadas. Se dice que los espíritus de aquellos caballeros medievales cada cierto tiempo, en la noche de San Juan para ser más precisos y cuando las campanas que duermen en el río suenan, se despiertan y vagan cuan ánimas en pena por el recinto amurallado de Salvaleón a la espera de que algún mortal dé humana sepultura a sus restos.

                Con el final de la historia de Fran se produjo un silencio sepulcral y nadie quiso decir nada. Un tenso escalofrío les recorrió a todos por el cuerpo, hasta que Nacho rompió ese silencio que se respiraba en el ambiente y dijo:

                -¡Bueno!,  muy chula la historieta de terror de Fran; pero yo creo que ha llegado la hora de irse a dormir, y de un salto se puso en pie y se fue a su tienda de campaña. Todos los demás le imitaron y uno a uno fueron entrando en sus respectivas tiendas de acampar.

                Cuando apenas llevaban una media hora acostados se comenzaron a oír unos ruidos metálicos atronadores. La mayor parte de los excursionistas pensaron que Fran les quería gastar una broma con alguna grabación que hubiese traído; pero cuando se asomaron a la entrada de sus tiendas de campaña y se encontraron con un Fran fuera de sí que recogía todos sus aparejos a toda velocidad, los demás al verle le imitaron. Huyendo todos ellos despavoridos del lugar. En una hora y media escasa estaban de vuelta en Valverde del Fresno, un recorrido que anteriormente habían tardado tres largas horas en recorrer.

 

Relato basado en el libro de Gervasio Velo Nieto Coria la Reconquista de la Alta Extremadura.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 

 


LA LEYENDA DEL HERMAFRODITA DE LA VILLA DE GATA


 


María Miguela llevaba un par de horas sentada a la entrada del Ayuntamiento de Gata esperando que alguien saliese a darle alguna información sobre la revisión médica a la que estaba siendo sometido su novio, el mozo Martín Picado.

                Cercada por la curiosidad de sus vecinos, intentaba parecer lo más tranquila y serena que sus nervios le permitían; aunque a una persona discreta como ella este tipo de situaciones le generaba tal estado de ansiedad que si no fuese por el profundo amor que sentía hacía Martín habría huido de la localidad a la mínima ocasión que tuvo.

                El tiempo parecía no pasar en esa mañana calurosa de un verano, el de 1743, que se prometía convertir en un año horribilis para María y Martín.

                Al fin el chirrido de las bisagras de la puerta principal del Consistorio anunciaron la salida y la decisión de aquellos que se arrogaron el papel de jueces en los lides del amor. María se incorporó aunque le costaba mantener el equilibrio de sus piernas, los nervios le recorrían todo el cuerpo.

                El primero en salir fue el médico cirujano de Acebo quien la miró y con un simple gesto le indicó que el resultado de su exploración médica confirmaba todas las sospechas. María quería que la tierra se la tragase, pero aún así aguantó estoicamente la salida del Provisor y Vicario Capitular, Dº José Marín Palacios, detrás del cual salía su novio Martín.

                El Vicario se giró hacia María y delante de todos los presentes le dijo:

-El médico ha confirmado con su exploración lo que era vox populi en esta villa de Gata, y es que su novio, aquí presente, adolece de una anomalía sexual que le impide procrear; ya que padece de hermafroditismo. Por tanto dispongo, a partir de este preciso instante, que ni Usted ni Martín se vuelvan a ver ni en público ni en privado, bajo amenaza de excomunión y de ello se quedará encargado de dejar constancia por escrito el párroco de esta localidad.

                María sólo fue capaz de emitir un pequeño grito de dolor, todos sus planes e ilusiones se iban al traste en pocos minutos. Buscó con su mirada el rostro de su amado para al menos poder despedirse, pero Martín rehuyó ese encuentro visual, se encontraba avergonzado y se sentía culpable.

-¡Siempre te querré Martín!- al fin pudo gritar libremente María. Mientras Martín seguía, como si de un cordero degollado se tratase, a aquellos que habían decido cual debería ser su conducta sexual y sentimental a partir de ese momento.

 Relato basado en el libro Apuntes históricos acerca de la Villa de Gata, de Marcelino Guerra Hontiveros. Pág. 85.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Abril de 2012

  


PASAR MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA

 



Don Antonio Florido era un individuo todopoderoso en la provincia de Cáceres; como inspector de educación recorría todos los colegios de la provincia para supervisar que las escuelas cumpliesen  la normativa vigente.

                Rechonchete, con unas gafas de carey redondas que le aportaban un aire de intelectualidad y siempre vestido con un traje negro inmaculado su presencia en los centros educativos imponía una tensión al  no siempre fácil mundo del magisterio.

                En cierta ocasión con motivo de su visita a un centro educativo de reciente creación en Sierra de Gata se encontró la escuela completamente vacía; ni los alumnos, ni el maestro se hallaban en la misma y eso que era media mañana. Miró su reloj de bolsillo y se sentó en una  de las  sillas del pasillo mientras apoyaba su cabeza contra la pared. El tiempo transcurría más lento de lo habitual y su paciencia se agotaba a medida que el minutero daba vueltas y vueltas en la esfera de su reloj. Por fin decidió levantarse y yendo de una esquina a la otra del pasillo fue pasando el rato hasta que un enorme griterío se escuchó a la entrada del edificio, eran los alumnos de la escuela que después de un buen rato hacían acto de presencia. Uno a uno fueron pasando delante de él mirándole con cara de extrañeza. El último en aparecer fue D. Serafín, un profesor de escuela rural que había dado tumbos por infinidad de colegios hasta que al final le destinaron a este apartado rincón extremeño.

-¡Hombre ya está usted aquí, ya era hora! ¿Qué ha salido con los alumnos al campo a darles una clase de botánica, imagino?.

                D. Serafín se quedó pálido al verlo, había oído del mal carácter de dicho individuo; por ello decidió contar la verdad más absoluta a riesgo de una sanción, ya le daba todo igual después de tantas vicisitudes pasadas.

-No exactamente, venimos de ir al rebusco.

-¿Al rebusco? –pregunto extrañado D. Antonio.

-Sí, de las minas a buscar restos de mineral para luego venderlo.

-¡Pero….pero….! es Usted un insensato. No sabía que ahora además de profesor Usted se hubiese convertido en minero y encima se lleva a los alumnos, ¿no le da a Usted vergüenza?

-Ninguna Señor, si con mi sueldo de maestro me llegase para vivir no me vería en la necesidad de tener que dedicarme a una tarea que no me agrada lo más mínimo. Y por supuesto si me quiere sancionar haga lo que Usted crea conveniente, pues me liberará totalmente de esta profesión y podré dedicarme plenamente a la otra que me es bastante más lucrativa y así al menos tendré que dejar de escuchar que gano menos que un maestro de escuela.

                D. Antonio movió su característico bigotito Cifesa y después de un largo silencio sentenció:

-Bien las cosas están como están  y tampoco quiero perjudicarle a Usted porque una vez haya tenido que simultanear su profesión con otra para poder llenar la perola de su casa; pero que no me vuelva a enterar que este hecho se repite. Y girándose tomó la dirección hacia la salida dejando perplejo a un Serafín que pensaba que su carrera como docente había finalizado.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Octubre de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS VII


Una paz inusual se había apoderado de toda la población de Acebo y ese ambiente bucólico con el que el invierno de Sierra de Gata lo embriaga todo permitía a los más bizarros actividades económicas tan arriesgadas como el contrabando.

                En esa tarea, como de costumbre, se encontraban de nuevo Emiliano y su cuñado Macario. Esta vez estaban decididos a pasar una buena carga de café portugués y tabaco delante de las mismas narices de las fuerzas de seguridad fronterizas de ambos países.

                Varios días antes, como era usual en ellos, habían planificado la acción en el rincón de un bajo de Acebo que hacía las veces de taberna y cuyo dueño atendía al apelativo de Tío Ratón.          Esa reunión no pasó desapercibida para uno de los muchos soplones con los que la autoridad local contaba en la población; quién al final, nadie sabe muy bien cómo, consiguió enterarse de todo el plan de ambos contrabandistas; informando, éste, en detalle a las fuerzas de seguridad radicadas en la villa de las pretensiones de ambos paisanos.

                Después de dos días desde su salida de Acebo y de haberse internado en tierras portuguesas, Emiliano y Macario se encontraban de vuelta hacia la localidad en la que residían con una preciada mercancía que ya tenía comprador; un comerciante local que, a buen seguro, ganaría una cuantiosa cantidad de dinero con la venta de dicho género en su establecimiento.

                Cuando ambos creían estar a salvo de peligro alguno, y mientras descendían por una de las veredas que atravesaban una zona conocida por el nombre de La Jabonera, aupados a lomos de sus dos poderosas mulas a las que habían fijado la pesada carga, un grito les alertó de que habían sido descubiertos:

-¡Alto a la Guardia Civil!-retumbó entre el silencio de la noche y el a veces esporádico silbido del viento entre las ramas de los árboles.

               Evidéntemente ambos sabían que si les cogían a ellos se jugaban bastante más que si las fuerzas del orden tan sólo decomisaban la carga, por ello decidieron picar espuelas y con su afilados cuchillos cortaron las cuerdas que fijaban la mercancía al lomo de sus mulas. Pero esta vez la Guardia Civil no estaba dispuesta a  dejar escapar a estos dos contrabandistas, detrás de los cuales llevaba mucho tiempo. Para ello los guardias habían diseñado una estratagema que consistía en darles el alto, como habían hecho, una vez se encontrasen en medio de la vereda que conducía al camino vecinal principal, y ante la posible huida de los mismos habían tendido una cuerda de un árbol a otro a lo ancho del camino, que en el caso de una huida al galope, como habían realizado, los desmontaría a ambos de las mulas. Así fue como sucedió tal y como lo habían planeado los agentes; a los pocos metros de su huida al galope un fuerte golpe en el pecho los desmontó a ambos de la grupa de sus mulas, quedando por segundos inconscientes en el suelo.

                Los guardias civiles en ese instante emprendieron una frenética carrera hacia ellos con sus armas cargadas y dispuestos a apretar los gatillos al más mínimo intento de fuga; pero Emiliano y Macario no tardaron en recuperarse y como viejos zorros que conocían el camino que pisaban como la palma de su mano se desvanecieron en la oscuridad de la noche entre la espesura de la vegetación; mientras los guardias civiles disparaban sus armas por donde creían que habían huido sin más resultado que varios cartuchos gastados, dos espléndidas mulas requisadas y el decomiso de una valiosa mercancía  .

                Esa jornada finalizó para Emiliano y Macario con un estrepitoso fracaso, pero afortunadamente ambos habían salvado la vida y evitado su captura, más adelante se ocuparían de averiguar quién les había delatado y sobre todo intentarían recuperar las mulas y parte de la carga.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Agosto de 2012 

 


 

UNA GENEROSIDAD MAL ENTENDIDA

 


El Tío Vitorio estaba que trinaba; su mujer, la Tía Eleuteria, había agotado su paciencia; lo que empezó siendo un acto de generosidad se había convertido en un derroche sin sentido.

El Tío Vitorio era un afamado pescador de río acebano que había hecho de esta tradición una forma de vida. Con sus trasmallos y con el ambui no había pez, por muy grande que éste fuese, que se le resistiese; ni por muy profundo que fuesen los charcos o por muy inaccesibles que fuesen éstos. 

De los pescadores de Acebo, había varios, era siempre el que más y mejores peces capturaba en los intrincados ríos de Sierra de Gata. Pero esa buena fortuna se trocaba cada vez que llegaba a su casa con las capturas del día. Su mujer, la Tía Eleuteria, tenía por costumbre regalar los mejores peces a vecinos, familiares y amigos, dejando los más pequeños y peores para la venta, por lo que todo el esfuerzo del Tío Vitorio se iba al traste; ya que las ganancias cada vez eran más pequeñas.

El Tío Vitorio nunca le quiso decir nada a su mujer, estaba profundamente enamorado de ella y no le quería dar disgusto alguno, por ello ideó una artimaña para ver si era capaz de hacerla ver en el error en el que estaba incurriendo.

Una mañana, quizás de las más calurosas del verano, le dijo:

-Eleuteria, estoy pensando que sería bueno que hoy me acompañases de pesca.

-¿Y eso?. Preguntó extrañada la generosa mujer.

-Tengo que ir lejos y voy a necesitar algo de ayuda; las pozas donde tengo por costumbre pescar tienen pocos peces este año, y me temo que el ir sería en vano, por ello estoy pensando desplazarme más lejos, a las Potras.

-¿Y no tienes a algún compañero de faena que te acompañe?. Preguntó ella intentando evadir una tarea que intuía que le iba a desagradar.

-Si llamo a alguien para que me acompañe tendré que partir con él las capturas y el día no será nada rentable. Con esa respuesta el Tío Vitorio le dejaba entrever cual era el fin principal de tanto sacrificio.

-¡Bueno……¡, si no queda otro remedio te acompañaré. Respondió con resignación la pobre mujer.

                Una vez que el tío Vitorio preparó todos los aparejos de pesca, le dio a su mujer el covanillo donde iban los ambuis. Él llevaría los trasmallos, que era lo más pesado de todo. La marcha se inició temprano y durante horas anduvieron por veredas y caminos inaccesibles. Una vez en el río le dijo a su esposa que empezase a machacar el ambui y que una vez hechas las bolas las dejase a sol para que se secasen.

                Cuando el tío Vitorio volvió su esposa no paraba de sudar, había conseguido triturar todo el ambui y había hecho unas doce bolas, las suficientes para capturar todos los barbos y bogas de una gran charca que había visto.

Con un gesto le indicó a Eleuteria que le siguiese, una vez en la charca levantaron un par de paredes con los trasmallos y con el tercero, él por una punta y su mujer por la otra, comenzaron a barrer el río. La cesta no paraba de llenarse de peces y Eleuteria le decía a su marido una vez tras otra que ya era bastante, que no iban a poder con tanta pesca; pero el tío Vitorio quería aprovechar este día de fortuna.

                Al final de la jornada habían capturado unos setenta kilos, incluso en los trasmallos había caído algún galápago que era lo que más repulsión le daba a Eleuteria. El tío Vitorio empezó a llenar los sacos, que habían traído, con la pesca obtenida. Una vez llenos le dio el más pequeño a su esposa, portando él el de mayor tamaño. El regreso a Acebo fue una auténtica tortura para Eleuteria.

                Cuando llegaron a la casa el tío Vitorio le dijo a su esposa que fuese a avisar a sus vecinos, familiares y amigos para darles alguno de los peces que habían capturado y así celebrar el éxito de un día tan provechoso. A lo que la Tía Eleuteria, con un desagradable tono de indignación, respondió:

-¡De eso nada¡. Con lo mal que lo he pasado como para regalar ahora el pescado.

                El tío Vitorio se dio la vuelta con una amplia sonrisa en su rostro y con una sensación de satisfacción difícil de explicar; por fin había hecho comprender a su mujer que ellos vivían de ese trabajo y que regalar los frutos de tanto sacrificio en nada les beneficiaba.

 

Fuente Tradición Oral de Acebo.

Autor: CHUCHI del Azevo

Junio de 2012

 


DE CABALLEROS Y CIMARRONES GATEÑOS EN LA DEFENSA DE CIUDAD RODRIGO

 




Junto a la fuente, en la que fue esculpida el águila Bicéfala del escudo de Carlos I como agradecimiento por el apoyo a la Corona de la leal Villa de Gata en la guerra contra los Comuneros, Guerra Hontiveros observaba como los voluntarios de la milicia gateña preparaban sus pertrechos, con el objetivo de acudir a la llamada de auxilio lanzada por el Mariscal de Campo, Andrés Pérez de Herrasti, quien se encontraba sitiado en Ciudad Rodrigo por la tropas francesas.

El día anterior no fueron necesarios grandes discursos, ni palabras emotivas para estimular la adhesión a la milicia gateña. Los vecinos, jóvenes y mayores, ardían en deseos de venganza. Quien más, quién menos había sufrido en sus carnes los desmanes de los gabachos; y si uno se daba una vuelta por la población, los rescoldos de las casas incendiadas y de los templos sagrados todavía se encontraban vivos.

Guerra Hontiveros era consciente de que esta convocatoria llegaría más tarde, o más temprano; sobre todo, desde que meses atrás había mantenido una reunión clandestina a las afueras de Gata con el Empecinado y el Cura Merino; en la que le anticipaban el duro enfrentamiento que se libraría en Ciudad Rodrigo con el apoyo de tropas británicas y portuguesas.

Alzó la vista a lo lejos y divisó un borrón en el horizonte, eran los restos de la Torre Almenara, pensó por un instante en aquellos aguerridos caballeros de otros tiempos que parapetados tras los muros de esa torre defendieron hasta el último instante esa posición de las razzias de ejércitos foráneos. Acto seguido se incorporó y con voz atronadora dio la orden de ponerse en marcha y de despedirse de los familiares.

Las mujeres entre sollozos abrazaron a padres, hijos y hermanos, mientras los más pequeños jugaban entre las piernas de los adultos a franceses y españoles con espadas y escopetas de madera. 

Pocos regresarían de aquél enfrentamiento, tan sólo el insigne Jefe de la Milicia Gateña junto a unos cuantos leales, quienes jamás perdonarían a los ingleses, y en especial al Duque de Wellington, el que en el último instante les dejasen abandonados a merced de las tropas imperiales; impidiendo al general británico Robert Craufurd, quien se encontraba en Gallegos, el que partiese para auxiliar a las tropas españolas que defendían a sangre y fuego la fortaleza inexpugnable de Ciudad Rodrigo.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Guerra Hontiveros “relato basado en la obra de Guerra Hontiveros “la villa de Gata”

Marzo de 2012

 




EL LICENCIADO VIDRIERA Y EL VINO DE DESCARGAMARÍA

 


Allí se embarcaron en cuatro galeras de Nápoles, y allí notó también Tomás Rodaja la extraña vida de aquellas marítimas casas, a donde lo más del tiempo maltrataban las chinces, robaban los forzados, enfadan los marineros, destruyen los ratones y fatigan las maretas. Pusiéronle temor las grandes borrascas y tormentas, especialmente en el golfo de León, que tuvieron  dos, que la una los echó en Córcega y la otra los volvió a Tolón, en Francia. En fin, trasnochados, mojados y con ojeras, llegaron a la hermosa y bellísima ciudad de Génova, y desembarcándose en recogido mandrache, después de haber visitado una iglesia, dio el capitán con sus camaradas en una hostería, donde pusieron en olvido todas las borrascas pasadas con el presente gaudeamus.

                Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la ninerca del Asperino, la generosidad de los dos griegos Candia y Soma, la grandeza del de las Cinco Viñas, la dulzura y apazabilidad de la señora Guarnacha, la rusticidad de la Chéntola, sin que entre todos estos señores osase parecer la bajeza del Romanesco. Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la Imperial más que Real Ciudad, recámara del Dios de la risa; ofreció a Esquivas, a Alanís, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se olvidase de Ribadavia y de Descargamaría. Finalmente, más vinos nombró el huésped, y más les dio, que pudo tener en sus bodegas el mismo Baco.

 

Relato de Miguel de Cervantes El Licenciado Vidriera.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Julio de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS VI

 


Habían transcurrido quince días desde el encontronazo con los guardias civiles y Emiliano y Macario habían procurado pasar lo más desapercibidos posible; aunque eran conscientes de que eran observados y sus pasos controlados. A pesar de ello seguían con la idea de recuperar las mulas y la mercancía a la más mínima oportunidad, y parecía que iban a tener suerte; pues los guardias del cuartel de Acebo habían recibido instrucciones de sus superiores del cuartel de Perales del Puerto para que sacasen a subasta todos los bienes decomisados.

                Emiliano y Macario pensaron durante ese tiempo cómo pujar en la subasta y evitar que nadie más se hiciese con unos bienes que consideraban de su propiedad. Al final llegaron a la conclusión de que lo mejor que podían hacer era buscar a un tercero que hiciese de testaferro para que pujase en la subasta por las mulas y la mercancía; mientras ellos se encargaban de hacer correr el rumor, o advertencia, para que nadie más hiciese ofertas en esa puja. Costumbre que solía ser habitual entre los contrabandistas de la localidad.

                Ese testaferro o testaferros serían: por un lado el comerciante que iba a vender la carga en su establecimiento y al que al final habían convencido para que pujase por la misma, y por otro lado unos vecinos venidos de Torre de don Miguel que se encargarían de realizar una oferta por las mulas.

                A la hora convenida el alguacil del Ayuntamiento de Acebo hizo sonar su corneta convocando a todos los interesados a la subasta que iba a tener lugar en los soportales del Ayuntamiento de la localidad. No era la primera subasta que se hacía en ese lugar; ya que en los años previos a la guerra civil sus ciclópeas columnas fueron testigos mudas de numerosas ventas de productos y bienes decomisados a la infinidad de contrabandistas que operaban desde Acebo; que por aquellas fechas fue el centro más importante de contrabando de toda Sierra de Gata; ya que después de la guerra le había arrebatado ese privilegio Torre de don Miguel.

                La asistencia al acto fue multitudinaria, la tensión se mascaba en el ambiente y la duración del mismo se preveía larga.  Las miradas intimidatorias de advertencia de los contrabandistas hacia el público asistente provocó que más de uno abandonase la subasta; sin embargo esa advertencias iban dirigidas al guía de un grupo contrabandista rival del que sospechaban era el confidente de los agentes.

                Lo primero que se subastó fue la mercancía y el comerciante de la localidad no tuvo problemas para hacerse con la misma; ya que tan sólo recibió una única oferta, la suya. Sin embargo las mulas que parecía que sería lo que menos ofertas recibiese, se convirtió en el objeto deseado de ambos grupos rivales de contrabandistas. Por ese motivo se habían personado los dos vecinos de Torre de don Miguel, para evitar que esas mulas cayesen en otras manos que no fuesen las suyas; ya que realmente esos animales se los habían arrendado a Emiliano y a Macario para realizar ese trabajo.

                Estas acémilas eran unos équidos especialmente entrenadas por ellos para detectar la presencia de agentes uniformados cuando se las usaba en tareas de contrabando; por este motivo los torrezneros tenían un interés especial en ellas. A su vez los guardias del cuartel de Acebo estaban deseando deshacerse de las mismas; ya que ninguno de ellos se atrevía a acercarse a los animales, porque cada vez que lo intentaban eran recibidos con una lluvia de coces, que al que cogiese desprevenido le dejaba varios de baja.

                Finalmente las normas no escritas entre contrabandistas finiquitó la subasta de las mulas a favor de los dos vecinos de Torre de don Miguel. Los guardias sospechaban que la misma estuvo controlada desde un principio por aquellos que perdieron la carga; pero no pudieron hacer nada al respecto, ya que no había manera de demostrar los vínculos entre unos y otros.

                Con el tiempo Emiliano y Macario recibieron el dinero que le correspondía por ese trabajo; aunque en esta ocasión se les descontó el dinero que se había pagado en la subasta por la mercancía y las mulas.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Agosto de 2012


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS V

 


Emiliano había terminado como de costumbre la partida de tabas con sus amigos; se despidió de ellos y tras una larga carrera llegó a su casa, en el otro extremo del pueblo. Su madre le estaba esperando en la cocina con un gran cuenco de leche migada que sabía que era lo que más le gustaba a su ojito derecho.

                El joven Emiliano no tardó ni un santiamén en apurar la deliciosa cena que su madre le había puesto encima de la mesa de la cocina. La leche de cabra había saciado su apetito y su fuerte sabor le adormeció la boca durante un buen rato. De inmediato comenzó con sus habituales bostezos, hasta que poco a poco la somnolencia se fue apoderando de él; pero el afán por pasar los últimos minutos del día junto a su madre vencía su voluntad de irse a acostar. Hasta que su madre, como buena madre que era, le daba un enorme beso y lo apichuchaba de forma cariñosa entre sus gruesos brazos; entonces, sólo entonces, Emiliano entendía que su hora de dormir había llegado.

                En una habitación, al fondo de la cada, dormían él y sus dos hermanos pequeños en una misma cama. Se desvistió todo lo rápido que pudo y de un salto se introdujo en el camastro procurando no despertar a los más pequeños de la casa. Al poco rato los tres retoños roncaban rítmicamente; mientras la madre terminaba de hacer las últimas tareas domésticas.

                Al cabo de varias horas la casa se encontraba en un mutismo absoluto, y así fueron transcurriendo las horas; hasta que un  fuerte golpe y unas pisadas en el sobrao de la casa, que hacía las veces de pajar, despertó al joven Emiliano. Éste se levantó lentamente e inconscientemente se armó de valor y saliendo por la puerta de la cocina que daba al corral de la casa fue subiendo poco a poco las escaleras de madera que conducían a la parte superior del gran caserón familiar. La luna llena de aquella fría noche del mes de enero le permitía ver todo como si lo alumbrase con una de aquellas velas que su madre siempre guardaba en una de las alacenas de la despensa de la casa. Cuando por fin llegó al sobrao una voz áspera le dejó gélido:

-! Rapaz tranquilo!, ¡não se preocupe!,  ¡nós somos amigos de seu pai!,  ¡têm vindo a fazer negócio com ele!

                Emiliano entendió rápidamente que el individuo escondido era portugués y a golpe de vista pudo contar a otros diez más que se protegían del frío con unas gruesas mantas de lana. Enseguida le vino a la cabeza que su padre se traía con aquellas gentes alguno de sus típicos tratos que de vez en cuando le reportaban a la familia pingües beneficios.

                Bajó pausadamente por las escaleras y por si acaso, una vez dentro de la casa, cerró la puerta con el doble pestillo. Cuando se metió en la cama se acurrucó lo más que pudo al lado de sus hermanos pequeños, que a esas horas dormían como auténticos discípulos de Morfeo.

                Al día siguiente, cuando se despertó y bajó al corral de la casa, pudo comprobar que no había nadie en el sobrao y tampoco se encontraban los diez sacos de mineral que su padre había ido acumulando en el corral de la casa en el último mes.

Autor: CHUCHI del Azevo 

Octubre de 2012

 


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANSISTAS IV

 


Al final Emiliano y Macario liquidaron con el comerciante y los vecinos de Torre de don  Miguel la operación de contrabando que había sido intervenida por la guardia civil. Todos habían salido ganando a pesar del contratiempo en el que se vieron envueltos.

                Con una buena cantidad de dinero en los bolsillos se dirigieron por entre las intrincadas calles de la Torrita a uno de los casinos de la plaza del pueblo; para disfrutar de lo que más les gustaba a los dos, una partida de Gilé.

                El casino presentaba el aspecto habitual de un sábado por la tarde; una densa nube de humo de tabaco lo invadía todo; las mesas colocadas de manera anárquica por todo el salón servían a unos y a otros para las más diversas actividades; y al fondo del inmenso salón, una rústica barra hacía las veces de púlpito al encargado de Baco.

                Emiliano y Macario pasaron lentamente por entre las mesas; cuando se aproximaban a la que se encontraban sentados el Jefe de los Carabineros y el anterior Alcalde de la localidad, éste último les hizo un gesto indicándoles que se sentasen. Emiliano y Macario no lo dudaron y sentándose uno enfrente del otro dieron comienzo a la ansiada partida. El Jefe de Carabineros fue el encargado de repartir los naipes.

                Llevaban cerca de una hora jugando y la fortuna se había aliado con Emiliano; sin embargo habían acordado entre todos que esta mano sería la última de esta partida. En el centro de la mesa había unas cinco mil pesetas, una cantidad de dinero desorbitada para ese terrible año de posguerra que era 1946; pero a Emiliano, a Macario, al Jefe de Carabineros y al antiguo Alcalde les gustaba jugar fuerte; por ese motivo nadie, salvo otros contrabandistas locales, se atrevía a sentarse a jugar con ellos. En ese preciso instante hizo acto de presencia en el salón el actual Alcalde, un ser odiado por todos, el típico arribista que había coqueteado con todas las tendencias política de los años treinta para convertirse en la actualidad en un firme defensor del actual régimen.

                Cuando vio a los cuatro tahúres, sus ojos sanguinolentos se le salían de las órbitas y de cuatro zancadas se puso a la altura del Jefe de Carabineros, a quien con tono crispado espetó:

-¡Vergüenza le debería dar a Usted estar juagando con estos contrabandistas que con sus actuaciones arruinan a la Hacienda Pública Nacional!

                El Jefe de Carabineros no sabía dónde esconderse y tan sólo fue capaz de musitar:

-Bueno……., verá Usted…..

-¡Calle! -Le interrumpió el crispado Alcalde. Venga recojan los naipes y váyanse si no quieren que avise a la guardia civil para que les detenga a todos.

                Los cuatro callaron, no querían ningún tipo de enfrentamiento con tal personaje, del que conocían su carácter totalitario y vengativo. Mientras se levantaban de las sillas Emiliano alargó su mano para recoger las cinco mil pesetas que estaban encima de la mesa; pero en ese momento dicho alcalde le ordenó:

-¡Deje ese dinero encima de la mesa, queda requisado por la autoridad municipal!

                Pero Emiliano no estaba dispuesto a permitir que le quitasen de esa manera tal cantidad de dinero, y mientras el Jefe del Consistorio hacía ademán de requisar el dinero Emiliano replicó:

-¡Eso será por encima de mi cadáver!, dese por satisfecho con habernos interrumpido la partida, el dinero es otra cuestión. Y cogiendo los billetes con su mano izquierda los introdujo en uno de sus bolsillos; mientras con la mano derecha asía el cuchillo que siempre llevaba en la parte trasera de su cintura.

                Antes de hacerles abandonar el salón; el Alcalde, y ante la humillación sufrida delante de todos, amenazó al Jefe de Carabineros y a su predecesor con unas palabras que los dejó gélidos:

-Sepan Ustedes que de todo esto tendrá noticias el Gobernador Civil de la provincia de Cáceres.

                Los cuatro le dieron la espalda y dejándole solo ante la mirada atónita del resto de clientes salieron por la puerta intentando olvidar el incidente con un individuo al que despreciaban la mayor parte de los vecinos de la localidad.

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012    


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS III

 


¡Colchas!, ¡Tolhas de mesa!, ¡Teciados!, ¡Sábanas! Así solía despertar la valverdeña tía Cadiada a los vecinos de Acebo el tercer sábado de mes. Con una cesta a la cintura y otra encima de la cabeza donde portaba el género que ofrecía a las amas de casa y a las mozas casaderas;  recorría, la pobre mujer, la nada desdeñable distancia desde Valverde del Fresno hasta Acebo durante varios días; haciendo pequeñas escalas en los pueblos de San Martín de Trevejo, Villamiel y Hoyos, antes de llegar a su destino final.

Anastasia solía esperar impaciente su llegada y más este mes que había conseguido una buena cantidad de mineral en una de las minas del arroyo Jocino. Su esfuerzo le había costado, y varias noches en vela; ya que su hermano y ella se habían desplazado hasta esa mina por la noche y siempre después de finalizadas su tareas en el campo. La explotación minera pertenecía a un vecino de Acebo y ellos acudían a la luz de la luna al rebusco o a explotar alguna veta de mineral olvidada sin que el dueño de la misma se enterase.  

La última parada de la tía Cadiada en Acebo siempre la hacía a la altura del Crucero del Cristo, enfrente de la Ermita del Cordero Bendito. Allí, sobre los pequeños peldaños del Crucero exponía sus artículos y de inmediato se veía rodeada por un séquito de féminas a las que se les iluminaban los ojos al contemplar las telas que esta mujer solía conseguir en los pueblos limítrofes de Portugal.

Anastasia en cuanto escuchó los gritos y el revuelo en el barrio del Cristo, se dirigió a la alacena de su cocina y cogió el mineral que había envuelto el día anterior en un trapo viejo. Salió de la casa con sus dos kilos aproximados de wolframio y en menos de dos minutos se encontraba entre el bullicio que la presencia de la tía Cadiada solía levantar en esta barriada acebana. Este rincón apartado de este pueblo era de los más rentables para esta pequeña mujer valverdeña; pues muchas de las mujeres que allí vivían solían hacer lo mismo que Anastasia, ir al rebusco del mineral para luego canjearlo por algún artículo del que se enamorasen.

-¡Bom día! –Saludó la tía Cadiada a la joven Anastasia con su tradicional expresión luso-extremeña.

-¡Buenos días! –le respondió la joven. ¿Qué cosas guapas nos traes esta semana?, ¿Te acordaste de la colcha que te encargué la semana pasada?

-Claro que sí moza, mira aquí la tienes. Y alargándosela con su mano se la entregó a la joven, que enseguida procedió a analizar con las yemas de sus dedos la tela y con la uña de su pulgar el estampado de la colcha.

-¿Cuánto pides por ella?

-¿Qué tienes para ofrecerme a cambio? –respondió ágilmente la tía Cadiada.

-Mira aquí tengo unos dos kilos de mineral que yo creo que es lo que vale esta colcha. Esta vez Anastasia no se paró a regatear; ansiaba la colcha que era la última prenda que le hacía falta para su ajuar.

-Es mu poquino moza –le respondió la hábil comerciante valverdeña. Es una colcha muy buena algo más me tendrías que dar, sabes que lo vale y además sabes que el precio del mineral cada vez está más bajo.

-¡Vamos mujer! –le respondió una indignada joven. Con todo lo que te he comprado hasta ahora no me vas a dar la colcha por el mineral que te he traído, después del trabajo que me ha costado. Y  haciendo ademán de irse amagó con recoger la tela que envolvía el mineral.

-¡Espera! –Le espetó la valverdeña. Venga qué le vamos a hacer unas veces se gana y otras se pierde; ya que he venido hasta aquí cargada con la colcha no me voy a ir otra vez con ella, quédatela y si eso el mes que viene me traes un poquito más de mineral y en paz.

                Una pletórica Anastasia cogió la colcha y despidiéndose de la tía Cadiada regresó rápidamente a su casa para ver cómo quedaba la colcha encima de una de las camas de su hogar. Por fin Anastasia había conseguido uno de sus mayores deseos, completar el ajuar para su futura boda.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012   

  


CRÓNICAS DEL CONTRABANDO Y DE CONTRABANDISTAS II

 


-Ahí está bien guardado –Les dijo Emiliano a sus dos hijos.

                Acababan de esconder diez kilos de wolframio en una oquedad de la mina en la que llevaban trabajando un mes.

-Mañana, de madrugada, a eso de las cinco, venimos; lo recogemos y lo llevamos a Ciudad Rodrigo donde he quedado con un tratante que se lo vende a los alemanes y lo pagan bien.

-¿Pero…, habrá que mezclarlo con las piedras que hemos untado con aceite y quemado al fuego para que parezcan mineral? –Preguntó el más joven de los hijos de Emiliano.

-¡Por supuesto!; pero eso lo haremos mañana cuando repartamos los tres sacos que llevaremos cada uno de nosotros.

                Emiliano y sus vástagos se marcharon a casa con la seguridad de que el mineral que habían escondido en la mina estaba a buen recaudo.

                A las cinco de la mañana, como había ordenado el cabeza de familia se encontraban al pie de la mina. El hijo mayor entró con una lámpara de carburo en la mina mientras Emiliano y su hijo menor le esperaban a la entrada del yacimiento.

                Al poco rato se escuchó desde el interior de la galería un:

-¡Me cago en…….!, ¡Algún hijo de su madre nos ha robado! –Era el grito de rabia de Simeón cuando descubrió que el mineral no se encontraba donde lo habían escondido.

                Emiliano y su hijo menor se quedaron pálidos; lo primero que les vino a la cabeza era que tal vez Simeón se hubiese confundido de sitio. Cuando éste asomó su rostro vampírico desde el interior de la galería éstos entendieron que no había lugar a equívocos; les habían robado el mineral, que tanto esfuerzo les había costado reunir, delante de sus narices.

                Pasaron varios minutos hasta que fueron capaces de reaccionar.

-Los ladrones no deben estar lejos. ¿Alguno de vosotros ha contado anoche algo en el pueblo?

-Padre, me parece que la culpa la tengo Yo, anoche se lo conté a mis amigos mientras jugábamos a las chapas.

-¡Buf…..!, tienes que aprender que si quieres acompañarnos estas obligado a una discreción absoluta; pues de lo contrario todos nos jugamos la cárcel.

                El chico no sabía dónde meterse, su indiscreción había causado un gran perjuicio económico. Deseaba que la tierra se lo tragase, era incapaz de soportar las miradas de su padre y de su hermano.

                En ese instante su Emiliano les ordenó:

-¡Venga!, Tú coge la segureja y Tú el calabozo; creo que sé quiénes son y por dónde van.

                Los dos hermanos cogieron las herramientas que les indicó su padre; mientras éste cogía unas jocis. Los tres emprendieron una rápida marcha por veredas y caminos con dirección a lo que se conocía por el nombre de Puerto de Castilla y que conducía a El Payo. A mitad del recorrido divisaron la silueta de dos hombres que iban cargados con un par de sacos y marchaban a toda velocidad.

-¡Ahí van! –Les indicó Simeón a su padre y a su hermano.

-¡Venga, ya son nuestros!

                Su ritmo cardíaco aumentó, mientras su respiración tomaba una cadencia cada vez más corta, hasta que al fin les alcanzaron.

-¡Alto ahí si no queréis que hagamos con vosotros una chancina!

-¡No tío Emiliano! –Respondió uno de ellos. ¡Por Dios que nosotros somos unos mandaos!

-¿Unos mandaos……?, ¿De quién….? –Les preguntó un Emiliano irritado, mientras él y sus hijos les amenazaban con la segureja, el calabozo y las jocis.

-El tío Calerro nos dijo que nos daría una buena cantidad por hacer este trabajo.

-Me lo imaginaba –Les respondió Emiliano. Ese cabrón envidioso no para de joderme desde hace años. Vamos dejad los sacos de mineral ahí y alejaros no sea que me arrepienta y paséis a ser comida de los lobos.

                Los dos jóvenes hicieron lo que se les ordenó Emiliano y se alejaron lo más rápido que pudieron; sabían de primera mano el arresto de los miembros de esa familia.

                Esta vez Emiliano y sus hijos habían conseguido que su negocio de contrabando de mineral acabase como lo habían planeado.

 

Autor: CHUCHI del Azevo

Septiembre de 2012    


jueves, 8 de octubre de 2020

DOS ARRIEROS LAGARTEIROS

 


Por el Puerto de Perales bajaban dos arrieros de Eljas con sus mulos cargados de los productos más variados de Castilla, que los habían obtenido mediante trueque por aquel otro que más apreciaban los castellanos y leoneses de aquellas tierras altas; el deseado aceite serragatino, el oro líquido de estas tierras extremeñas que estos dos lagarteiros llevaban décadas subiendo a los pueblos de Salamanca y Ávila.

                El descenso por el puerto era tortuoso y lento; ya que el gran desnivel del mismo les impedía a ellos y a sus mulos transitar por él con celeridad y continuamente debían ajustar la carga para que ésta no se perdiese por uno de los múltiples barrancos que asomaban por las miles de curvas que hay a lo largo de todo su recorrido.

                En una de ellas, a mitad de camino, y desde donde se podía apreciar en toda su inmensidad la montaña de Jálama, Felipe, el arriero más joven de los dos, le dijo a su compañero de viaje y negocios:

                -Alfredo, ¡Quién tuviera un montón de billetis como Xálima!.

                -¡Hombri¡- Contestó Alfredo- ¡Pidi pa salir de pobri!. ¿Quién me diera un montón de ayudas tan grandi comu Xálima y tuos lus sacus que se pudieran coger con ellas cheus de billetis?

                Felipe se quedó meditabundo y comprendió claramente que tanto él como su compañero de viaje y de negocios llevaban esa vida por su carácter ambicioso e inconformista con la situación y la realidad que les había tocado vivir.

                Con el paso del tiempo ambos se convirtieron en prósperos hombres de negocios y amasaron dos grandes fortunas, con las que seguramente la Diosa Xalamati les quiso obsequiar a ambos por los bonitos piropos con los que la deleitaban a ella y a su morada cada vez que estos arrieros descendían por el Puerto de Perales.

 

Relato basado en el libro Jálama y su Comarca del Párroco Samuel Sousa Bustillo.

Autor: CHUCHI del Azevo

Julio de 2012


LA HEBRAICA GATA Y NEBRIJA

 



Mosé de Gata era un pretigioso dayyan judío de la aljama de Coria sobre quien recayó la desagradable obligación de llevar una mala noticia a sus hermanos de Fe de la Aljama judía de de Gata.

                A pesar de que llevaba mucho tiempo viviendo en Coria a Mosé le gustaba volver de vez en cuando al pueblo que le vio nacer y en el que pasó la mayor parte de su existencia. En ese rincón apartado de esa serranía limítrofe con el reino de Portugal Mosé había dejado grandes  y prestigiosos amigos, tanto cristianos como judíos, sobre todo entre los intelectuales que por aquel entonces abundaban en Gata y que impartían clases en la Academia del Maestre de la Orden de Alcántara, D. Fray Juan de Zúñiga y Pimentel, y que era dirigida por el eminente Antonio Nebrija.

                Con este último se encontró camino de la plaza mayor de Gata. Don Antonio Nebrija y él habían mantenido elocuentes y apasionados debates jurídicos en infinidad de ocasiones.

                -¡Buen día tenga su señoría! -saludó efusivamente D. Antonio Nebrija a un atribulado Mosé de Gata.

                -Es un placer encontrar de nuevo a Vuecencia -respondió el ínclito D. Mosé.

                -¿Qué le trae por estos lares serranos desde la Coria señorial? -inquirió un Nebrija intrigado por la visita inesperada de su amigo, el prestigioso juez judío que administraba las leyes hebreas en el Bedin de Coria.

                -Traigo una Ordenanza Real de sus Majestades Católicas para los integrantes de la Aljama de esta población y me temo que no va a ser motivo de alegría alguna para ellos -respondió con tono alicaído un Mosé de Gata abatido.

                -Bien amigo, entiendo que el deber le apremia y que la carga que trae para con sus hermanos le angustia, por tanto continúe su señoría con su camino y en otra ocasión tendremos posibilidad de departir -Sentenció un Nebrija comprensivo.

                Mosé de Gata se dirigió parsimoniosamente hasta la judería de Gata y una vez allí tomó el camino que le llevó directo a la esplendida Sinagoga de la localidad. En el umbral de la puerta de Ésta le esperaba desde hacía tiempo  Yom Tov, el Samás de la misma, quien con una leve reverencia le saludó y le indicó que entrase en el interior del Recinto Sagrado. Dentro del mismo le esperaban Samuel Leví, Jacob Arrueste, Yuda de Alba, Israel Saulí y Salomón Arroyo; es decir lo más granado de los mucaddeim de la Aljama de Gata.

                -Bien heme aquí como imagináis con una desagradable noticia -comenzó su exposición un Mosé de Gata distante. Sabéis que la guerra para la toma de Granada está llegando a su fin; pero la Corona de sus Majestades Católicas necesita de nuevos recursos económicos para mantener y dotar de material bélico a sus tropas, por lo que ha acordado un nuevo repartimiento correspondiente al impuesto de los castellanos de oro para finalizar dicha guerra y a esta Aljama os ha correspondido veintidós castellanos y medio.

                Todos se miraron apesadumbrados, hasta que Samuel Arroyo, el más anciano de todos ellos, se decidió a responder a su paisano Mosé de Gata:

                -Intuíamos que tu visita nada bueno podría significar, y desde luego no nos equivocábamos. Nos gustaría poder hacerle llegar a sus Majestades que esta Aljama está exhausta y que son muchos los impuestos que llevamos pagados desde hace años; pues desde el año de mil cuatrocientos y sesenta y cuatro hemos tributado por el Servicio y Medio Servicio a  la Corona de Castilla tres mil setecientos diez maravedíes y la nueva cantidad que se nos ha asignado sospechamos que no será la última; por ello desearíamos que fuese revisada a la baja, pues de lo contrario vemos peligrar la subsistencia de nuestra gente.

                -La situación está cada vez más complicada para los miembros de nuestro pueblo y es probable que una vez expulsados los moros de Sefarad los siguientes seamos nosotros; ya que en el fondo los cristianos viejos no dejan de considerar que nuestro pueblo fue el culpable de que los moros llegasen a su querida Hispania. No obstante intentaré hacer llegar a sus Majestades vuestra petición.

                Mosé de Gata, una vez transmitida la noticia, se despidió con una fría reverencia de los mucaddeim de Gata. A la salida de la Sinagoga estrechó cariñosamente la mano de Yom Tov y con paso firme se alejó por las intrincadas calles de la judería, hasta que su figura se difuminó a lo lejos.

 

Relato basado en el libro Documentos para la historia de los Judíos de Coria y Granadilla de Marciano de Hervás.

Autor; CHUCHI del Azevo 

Julio de 2012

 

                        


lunes, 26 de diciembre de 2016

DE ILUMINADOS, EREMITAS, SANTOS Y ASCETAS (II)




            En la falda de la sierra más occidental de Extremadura, Jálama, existió hace muchos años una Ermita, la Ermita de San Casiano, rodeada por un frondoso bosque y de majestuosas rocas que formaban intrincadas cuevas. Vivía en dicha ermita Martín un buen anciano, que según contaban los que lo conocieron perteneció a distinguida y recia familia cacereña.
Es curiosa la historia de Martín el ermitaño y además de interesante, provechosa a los lectores. Voy a contarla: los padres de Martín tuvieron dos hijos, el nombrado y José.
Martín y José eran genios muy opuestos. Mientras el carácter del primero era díscolo, atrevido, temerario, el de José se distinguía por su obediencia y sencillez.
Ocurrió un día que Martín, desoyendo los consejos de sus padres,  propuso a su hermano que le acompañase a una cacería.
José le advirtió, una y más veces, que no era procedente tal propósito por desconocer ambos el manejo de las armas de fuego.
No debió convencerse Martín y cuando llegó la puesta de sol salieron los dos hermanos provistos de flamantes escopetas y otros efectos necesarios.
Internáronse en un espeso monte. Eligieron dos sitios de aguardo, por donde, según Martín, debían pasar algunos Corzos.
En actitud expectante estuvieron los dos hermanos poco más de media hora, cuando, el ruido de pasos, hízole suponer a Martín que se acercaba alguna pieza. No se engañaba. Dos hermosos ciervos miraban a poca distancia de él.
Martín montó precipitadamente la escopeta, sonó un disparo al poco rato, se oyó un ¡ay…! Lastimoso producido por una leñadora. La bala había atravesado un brazo a la pobre mujer, cuya presencia pasó inadvertida para Martín en el momento crítico del disparo.
Poco tiempo después Martín prometía ante un cuadro de la Virgen una penitencia como expiación del delito que su imprudencia le hizo cometer.
Transcurrió mucho tiempo desde aquél suceso. Martín se convirtió en ermitaño de San Casiano. Se mantenía de las limosnas que recogía en los pueblos inmediatos; si bien en algunos eran muchos los que especulaban con la gran fortuna que poseía.
En una desapacible tarde de invierno. Una imponente tormenta se formó en el espacio. Martín, entre rayos luminosos y rugientes truenos, se  postró de rodillas ante un crucifijo, que pendía en las paredes de una cueva próxima a la Ermita y cuando fue a levantarse cuatro manos hercúleas le sujetaron por el cuello.
El ermitaño incorporose como pudo y se encontró frente a frente de dos hombres que le dijeron: venimos por tu fortuna o por tu vida. Mi fortuna- contestó el anciano- la tengo despreciada hace muchos años, y mi vida le pertenece a Dios.
¡No mientas! -dijo uno de aquellos hombres.Venimos por tu tesoro y si nos lo niegas morirás sin remedio.
Pasaron algunos segundos de silencio, interrumpido por Martín, que con sonrisa de mártir exclamó: ¡pues bien señores, salid de esta cueva y os enseñaré el lugar en el que guardo mi tesoro!
-¿Conocéis el corpulento árbol llamado Matusalem, que hay al terminar el puente de los gitanos?
-Sí -afirmaron los facinerosos.
-Pues meted la mano en el hueco que hay en dicho árbol y encontraréis el tesoro que tengo.
-Si nos engañas -se atrevió a decir uno de aquellos hombres- pagarás con tu vida.
-Os juro que no -replicó Martín.
Los bandidos tomaron la dirección que el Ermitaño les había indicado. La tormenta se encontraba en su clímax; aun así los facinerosos marcharon a toda prisa. Al llegar al puente, que les había indicado Martín, los truenos y relámpagos se sucedían cada vez con mayor frecuencia, y la lluvia se tornó en un caudal torrencial que arrastraba cuanto encontraba a su paso.
Al día siguiente el ermitaño se dirigió al árbol Matusalem, estuche de su tesoro. ¡Gran sorpresa recibió el pobre viejo!
Al pie del árbol había dos cadáveres carbonizados por una chispa eléctrica. Postrose de rodillas Martín, rezó por ellos.Y metiendo después la mano por el hueco del árbol Matusalem, sacó un libro con tono de pergamino en cuyas tapas se leía
Tesoro del Alma


Relato basado en el escrito del Párroco Sousa Bustillo Jálama y su Comarca

Autor: CHUCHI del Azevo
Marzo de 2012

DE ILUMINADOS, EREMITAS, SANTOS Y ASCETAS I




Ya estaba casi todo, lo poco que tenían, guardado en las banastas de corteza de castaño que adquirieron el día anterior en San Martín de los Vinos; cuando alguien llamó a la puerta del Convento de Santiago. Fray José de Gallegos, se levantó y sin dudarlo abrió la puerta. Ante él se encontraban el representante de los vecinos del Azebo, junto a un nutrido grupo de vecinos de esa población; que se habían desplazado hasta Cerro Moncalvo, para ayudar a los monjes franciscanos a su traslado, hasta la nueva sede del Convento de Santiago en esa humilde población de Sierra de Gata.
Aunque la noche se les había echado encima, y ese mes de noviembre de 1595 era de los más fríos de los últimos años, la comitiva emprendió la marcha en el preciso instante en el que Fray Nicasio, el monje más veterano del Convento, trancó para siempre la puerta. Entrada que tantas veces había franqueado desde que llegó a ese humilde cenobio.
A la cabeza de la procesión se situaron los monjes, que portando un gran crucero y luminosas antorchas, iban guiando por intrincados senderos al resto de los miembros del acompañamiento.
Cuando se encontraban a mitad de camino, por el cerro de la Atalaya, un intenso vendaval, junto a una espesa niebla se apoderó del grupo; y todos ellos, temiendo que las antorchas se apagasen por los vientos ciclónicos, se apresuraron a proteger las llamas de las mismas para no quedarse a oscuras en medio del monte.
Cada vez les era más difícil avanzar y algunos empezaron a especular con la idea de abandonar la tarea del traslado conventual; pero en ese preciso instante uno de los monjes, Fray José de Gallegos, comenzó a tararear el Bíblico Salmo 50, el popularmente conocido Miserere:

Miserere mei, Deus,/secundum magnam misericordiam tuam./Et secundum multitudinem miserationum tuarum,/dele iniquitatem meam./Amplius lava me ab iniquitate mea:/et a peccato meo munda me./Quoniam iniquitatem meam ego cognosco:/et peccatum meum contra me est semper…… 

Inmediatamente todos los asistentes le secundaron y como si de un milagro se tratase las llamas de las antorchas no se vieron afectadas por los vivos vientos serranos.
Así continuaron un largo trecho, hasta que por fin llegaron a la antigua Ermita de San Sebastián, que se encontraba a unos escasos cien metros del casco urbano del Azebo. Ese terreno era el que los vecinos de esa localidad les habían regalado a los monjes franciscanos para que refundasen su nuevo Convento de Santiago.
Entre los asistentes llamó la atención lo acaecido y todos estuvieron convencidos de que habían asistido a un milagro. Decidiendo entre ellos,  desde aquél día, que el Miserere sería su canto procesional obligatorio en sus ritos religiosos. 


Autor: CHUCHI del Azevo
Marzo de 2012

lunes, 14 de noviembre de 2016

¡QUÉ VIENIN LOS MAQUIS!




                Jesús, su mujer, Ezequiela, y sus dos hijas estaban a punto de comenzar la cena, cuando de repente sonó el teléfono que estaba en la habitación contigua; el padre se levantó dejando en la mesa el plato recién puesto de sopa.
                Mientras Jesús atendía la llamada, Ezequiela y sus dos hijas fueron apurando la sopa. Era tarde y la madre no quería que se acostasen las niñas recién comidas.
                Al poco rato Jesús hacía acto de presencia en el salón, con un  leve movimiento de su cabeza le indicó a su mujer que le siguiese; ésta entendió que algo sucedía y que esa llamada nada tenía que ver con las habituales que solía atender su marido.
                Cuando ambos entraron en la habitación donde se encontraba el teléfono, y una vez que Jesús cerró la puerta, su mujer rápidamente le preguntó:
-¿Qué ocurre, Jesús?
-Bien, acaban de llamar del cuartel de la guardia civil de Hoyos para decirme que tome las medidas oportunas en la central eléctrica porque es probable que anden cerca un grupo de Maquis.
-¡Bendito sea Dios!, ¡cuándo se va a acabar todo esto!
-¡Lo primero cálmate! coge a las niñas e iros al dormitorio, cierra todas las puertas, todas las ventanas y apaga las luces. Yo me quedaré en esta habitación cerca de vosotras y del teléfono; en principio no tiene que pasar nada, me han dicho que vienen huyendo desde Santibáñez el Alto; parece ser que la otra noche entraron en el pueblo y retuvieron durante un buen rato al médico, al alcalde, al secretario y a un teniente del ejército, llevándose un botín de 59.000 pesetas, ropas y comestibles.
-¿Pero…? ¿Quiénes son esas gentes?
-Bueno, parece ser que dicen que es un grupo de republicanos a los que llaman “la Partida del Francés” y que están actuando por todo el norte de la provincia de Cáceres.
-¿Pero son peligrosos, Jesús?
-No sé…., pero si aparecen por aquí te ruego que guardes la calma. Si es cierto que se han llevado lo que me han dicho por teléfono no creo que se acerquen; no querrán ser vistos.
-¡Madrita mía!, ¡madrita mía!, ¡Señor…..!
                Ezequiela se echó las manos a la cabeza mientras unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas; Jesús la abrazó fuertemente y le susurró al oído:
-No va a pasar nada, tranquilízate y ahora haz lo que te he dicho.
                La madre compungida abrió la puerta y se dirigió al comedor. Cuando entró, las dos niñas estaban jugueteando, las cogió lentamente por los brazos y se las llevó al dormitorio, cerró la puerta, la ventana y apagó las luces; según le había indicado su marido.
                Jesús se quedó sentado frente al teléfono; el tiempo fue transcurriendo sin que Él y Ezequiela pegaran ojo en toda la noche.
                Al fin llegó el alba y los maquis no hicieron acto de presencia; la calma se apoderó definitivamente de la casa-alojamiento de los trabajadores de la central eléctrica de la Cervigona; aunque a Ezequiela le duraría el susto bastante tiempo. Mientras tanto los últimos restos de la agrupación guerrillera del Francés, 1ª agrupación Centro-Extremadura, 12ª División, conseguirían encontrar una senda por la Cervigona para poder llegar a Navasfrías y así huir al extranjero.

Autor: CHUCHI del Azevo
2012